Siempre es difícil desgranar una sesión. Hay una parte de ella que no se puede explicar desde fuera. Algo que sucede en el entre, en medio del cliente y el coach que solo se puede “sentir” y que da pie a determinadas preguntas en un momento dado y no a otras. Hay una intuición más grande que el coach que llega y toma el hacer de la sesión si estamos abiertos a ella.
El coach en realidad debe entrenarse en crear el espacio para que esta intuición emerja en la sesión, una intuición que aflora a través de las preguntas del coach y también a través de las respuestas del cliente. Ambos se ven atraídos a este campo vacío y pleno al mismo tiempo donde la intuición está al servicio de los dos y del crecimiento de todo el sistema.
No obstante, voy a intentarlo, al ser una sesión sencilla, creo que algunos apuntes podré transmitir a sabiendas de que muchos otros quedarán fuera por imposibilidad de comentarlo todo o por estar en mi inconsciente y no ser capaz de verlos.
La sesión de Julia, si pudiera comentar algo global de ella, diría que es una sesión espejo, donde el coach no abre grandes espacios apoyados en su intuición, sino que se apoya mucho en lo dicho por su cliente y desde ahí busca la toma de conciencia a través del espejo constante. Esta es una estrategia no consciente del coach, emerge sin más, pero que solo tiene eficacia si tiene cierta constancia y si el tono de voz y la presencia del coach acompañan de manera especial. Quiero decir que la misma pregunta, idéntica, puede tener un efecto absolutamente diferente dependiendo de la forma, el tono, la velocidad, el ritmo, la corporalidad y la vibración interior del coach.
A veces, en mis intervenciones, me apoyo en una expresión que además ayuda a esto que digo. Le digo a mi cliente: Para un momento, cierra los ojos, y deja que esta pregunta entre en ti y permanezca un tiempo antes de contestarla. Otras veces le digo: Respira esta pregunta antes de contestar… o no digo nada expreso, pero mi emoción y vibración interna, mi conexión con el cliente y el campo y la forma de preguntar, generan ese mismo efecto. Espejar es algo holístico y no tiene ningún efecto movilizador relevante si el encuentro está en un plano meramente intelectual. Espejamos desde lo emocional, corporal y lingüístico.
En la sesión se aprecian algunos ejemplos espejo y de esto último que comento:
—Siento peso, carga, me responde.
—¿Qué más?
Los «qué más» suponen siempre una confianza en que siempre hay algo más que escapa a la primera mirada que hacemos sobre nosotros mismos.
—Siento pesadez… rechazo…
—¿Qué emoción surge en ese rechazo?
De nuevo buscando la toma de conciencia de lo que hay dentro y no miramos en un primer sondeo.
—Me enfada, siento rabia… y frustración.
—¿Frustración?
Espejo una palabra con carga emocional que no podemos dejar pasar, permitiendo que el cliente la nombre desconectado del peso de lo que ha dicho
—Sí. Porque tengo que coger el teléfono y en el fondo no lo hago queriendo… lo hago obligada… y esto me frustra porque me siento impotente para hacer otra cosa.
Aquí probablemente hubiera sido aún más efectivo insistir sobre el peso de lo que supone frustración y las emociones asociadas. En lugar de pasar directamente a sondear los impedimentos y los juicios que aparecen asociados a los mismos. Profundizar en el impacto de la frustración hubiera llevado al cliente a viajar más hondo, hubiera reducido el ritmo de la sesión y la hubiera hecho más profunda y posiblemente más rápida en obtener tomas de conciencia o aprendizajes de calado. Lo veo ahora desde el asiento del observador externo.
—¿Qué es lo que te impide no descolgar el teléfono?
—Me sentiría culpable.
—¿Y qué te dirías a ti misma si no coges el teléfono?
«Me sentiría culpable» es un proceso que el cliente ha hecho dentro de sí cuyo resultado es sentirse culpable. Como coach me interesa que ese proceso no quede inconsciente para el cliente y busco que emerjan los juicios que han hecho que se desencadene la emoción que mezclada con otros elementos el cliente siente como culpa. Por eso pregunto por su diálogo interno. Por el relato que se cuenta con respecto a lo que sucede.
—Me juzgaría como mala hija…
Este es el juicio
—Si no coges el teléfono en ese momento eres una mala hija… ¿eso es lo que me estás diciendo?
De nuevo buscando espejar algo que tiene mucha carga emocional
—Eso es…
Esta es una respuesta escueta. Indica que el cliente siente dificultad en expresar lo que hay o natural resistencia. En su tono, que no se puede apreciar en el texto, la cliente tiene una actitud firme, mirándome a los ojos cuando pronuncia las palabras. Como si no pretendiera esconderse de ese juicio. Como dispuesta a afrontar las consecuencias de pronunciar las palabras. No puedo dejar pasar este momento y no profundizar más en el juicio de ser una mala hija.
—¿Qué es ser una mala hija para ti?
—No atender a mi madre en estos momentos de su vida en sus necesidades…
—¿Qué sientes ahora cuando te escuchas decir esto?
De nuevo buscando el diálogo interior ahora a través de las emociones que emergen como consecuencia del mismo
—Frustración, de nuevo…
Aquí se produce un largo silencio. Como coach debo de nuevo insistir en lo que supone abrir el campo que rodea a la frustración en este caso, pero el silencio es un silencio productivo, la cliente sigue pensando, sus ojos delatan que está siendo ella misma la que indaga en su interior y por tanto el coach suelta todo protagonismo. Si el cliente está haciendo ya el trabajo, el coach no debe interrumpir y tomar un espacio que no le corresponde, ya que nuestro papel no es hacer que el cliente haga el trabajo, sino lograr que el trabajo se haga y si lo hace el cliente por iniciativa propia, mejor aún. No estropeemos un momento así con nuestra vanidad de hacer que sucedan las cosas.
—No sé cómo resolver esto —me dice— mi madre está sola y solo me tiene a mí. Aunque vive con mi tía, pero la familia directa es la familia directa… y yo soy su hija y este es mi deber, es lo que me ha tocado.
—Es lo que te ha tocado
Espejando una y otra vez para abrir el campo. El efecto se va viendo en la corporalidad de la cliente. Cada vez más incómoda. Cada vez más consciente del escenario que vive dentro y fuera.
—Sí. Eso es…. No hay mucho que se pueda hacer…
—La familia directa es la familia directa
Aquí escojo espejar la familia directa es la familia directa y dejo escapar «No hay mucho que se pueda hacer» que es un juicio más potente, totalmente invalidante y que deberíamos trabajar para fundamentarlo. Ahora lo veo y en la sesión se me escapó.
—Si, solo tiene una hija
—¿Y eso a ti en qué te convierte?
Esta es otra forma de indagar en el diálogo interno. Todo lo que nos sucede es relacional, con otros, con la vida, con el mundo y con nosotros mismos. Nuestro comportamiento en realidad responde a un diálogo interior permanente entre diferentes yoes que nos construyen como los seres complejos que somos”
—En alguien que no tiene elección.
Posteriormente y teniendo en cuenta que Julia habla de que su deber como hija es atender a su madre, busco el límite de ese juicio. Ella está anteponiendo las necesidades de su madre a las suyas y sufre por ello, pero no se da permiso a ser de otra forma. Por este motivo busco que conecte con los costes de sostener ese juicio y la llevo a conectar con el límite.
—¿Cuántas veces te llama tu madre a lo largo de una mañana de trabajo de media?
—Unas cuatro…
—Imagina que te llamase 8 ¿que pasaría?
—No lo sé… intentaría decirle que me llame menos
—¿Y si no funcionase? ¿qué harías?
—Trataría de reducir el tiempo de las llamadas…
—Entiendo. ¿Y si en lugar de 8 veces fueran 12?
—Esto sería insostenible…
Aquí ha conectado con el límite.
—¿Qué quieres decir con insostenible?
—Tendría que decirle que no porque no sería viable
—¿Y qué pasaría entonces con lo de ser mala hija si le dices que no?
—No tendría más remedio. Tendría que ser así porque no se podría sostener.
—¿Quién decide lo que se puede o no se puede sostener en este tema?
—Mi trabajo
—¿Tú trabajo?
—No, quiero decir… si… bueno … me pagan por resolver una serie de temas y hacer mi trabajo, no para estar hablando con mi madre, lo decide la viabilidad de poder hacer las dos cosas compatibles…
—¿qué dos cosas no son compatibles?
—Hacer bien mi trabajo y atender a mi madre en todas sus llamadas…
—Si te entiendo bien quieres decir que o eres una buena hija y una mala trabajadora o eres una buena trabajadora y una mala hija… ¿Es esto?
—Si… exacto
—¿Qué edad tienes cuando me dices esto?—hace un largo silencio—
—6 años
Estamos ante el conflicto interior. Siempre relacional. Un problema siempre es un conflicto interior. O es una buena hija que lo desea como lo deseaba con 6 años o es una buena trabajadora que lo desea porque se siente mal no cumpliendo en el trabajo.
—¿Y quién eres?
—Una niña que quiere que su mamá esté siempre bien.
—Siempre
—Si… siempre.—Se emociona—
En ese momento, la palabra siempre le cambia el rostro. Como coach debo estar pendiente del rostro de mi cliente. De su cuerpo. De cualquier pequeña variación que me indique que algo ha cambiado en su interior. Que ha aparecido algo nuevo en su consciencia corporal, emocional o mental. A veces es algo aún inconsciente para el cliente mentalmente, solo lo ha percibido su cuerpo, pero el coach debe percibirlo también y hacer lo posible por sacarlo a la luz, para que ese aprendizaje, en ese momento delicado, sutil y puede que algo endeble, no se pierda en el universo de mezcla de ideas y confusión del cliente. En este caso, parecía haber ocurrido algo evidente, algo consciente, aunque, aun así, debemos dar espacio y preguntar para que el cliente tenga oportunidad de ordenar o integrar ese cambio de observador que solo ha empezado a producirse y que con espacio suficiente adquirirá su auténtica dimensión.”
—¿Qué estás viendo ahora, Julia?
—Que mi madre está envejeciendo y que en el futuro cada vez estará peor. —Las lágrimas recorren el rostro. Se gira y toma un pañuelo de papel de la mesa al lado de su asiento.—
—Perdona…
—¿Qué te está ocurriendo ahora?
—Me doy cuenta de que mi madre no va a estar bien por mucho que yo le coja el teléfono. Que el hecho de que ella esté bien o no, en el fondo no depende de mí hasta ese punto.
—¿Cómo hasta ese punto?
—Quiero decir que cuando la atiendo por teléfono ella me pide algo infinito… algo que no puedo darle… algo que me trasciende…
—¿Qué crees que te pide?
—Que sea mi padre y esté a su lado todo el tiempo. —Las lágrimas vuelven a brotar. Mantengo la burbuja, hay un silencio, y dejo espacio para que ella se exprese—.
—Yo no soy mi padre, yo soy solo la hija y no puedo hacer más. —Su rostro se modifica, un brillo pasa por su mirada.
—¿Qué estás viendo, Julia?—Otro silencio
Todo el tiempo mis intervenciones son de espejo y de otorgar espacio y legitimidad para que lo que esté sucediendo pueda ser expresado.
—Me doy cuenta de cómo me pesa… de alguna forma, no se, siento que, no se…—Duda. Sostengo el silencio.
A veces ese espacio y legitimidad es otorgado de manera plena, con un respeto que emerge de nuestro silencio y escucha. No es solo silencio, es silencio presente, en sintonía con la emoción del cliente, abierto el corazón y con el cuerpo vibrando en el “entre” de la sesión en el espacio entre el cliente y nosotros.
—Creo que me duele… sentir que no puedo hacer nada por cambiar el destino de mi madre. —Silencio.
—Veo en tu rostro como esto te afecta… has bajado los hombros, miras al suelo…
—Siento dolor. —Silencio.
—¿Qué más…?
—También enfado con ella…
—Enfado con respecto a qué…
—A que me llame, a que me reclame constantemente.
—¿De qué te estás haciendo responsable en este tema?
De nuevo la mirada en los costes y beneficios. Si me hubiera inclinado por una intervención más sistémica hubiera podido trabajar cómo ella tiene un enredo sistémico de ocupar el lugar del padre con la madre, incluso en de abuela o abuelo o padre o madre de su madre. Un yo por ti que decimos en sistémico o un llevar la carga de otro. Un patrón sistémico derivado del amor ciego, del amor de niño o niña.
En este sentido, hubiera sido interesante una intervención sistémica hablando con la madre para tomar el permiso de hacerlo diferente, para reconocer que su madre es adulta y puede sostener su propia carga y que ayudarla con su carga, en realidad no la reduce, no alivia, tan solo genera a dos personas con carga donde antes solo había una. Poder decirle a su madre una serie de frases sanadoras en una representación y tomar permiso para serle “desleal” en esta atención constante y asumir el dolor de la “culpa” que esto conllevaría y desde ahí sentirse libre de seguir el propio destino y respetar el destino de su madre.
No podemos vivir la vida de alguien en su lugar ni un solo instante.
—De ser el apoyo de mi madre para cualquier cosa.
—¿De qué más?
—De sostener a mi madre, en estos momentos.
—¿De qué más?
—No se… de ser su madre
—¿Y eso en qué convierte a tu madre?
—En una niña…
—¿Y de qué no te estás haciendo responsable?—Silencio
—De cuidarme…
—¿De qué más?
—De tener mi propia vida… de atender a lo que yo quiero, a lo que necesito
—¿Cómo cambia el destino de tu madre cuando le coges el teléfono?
—No cambia
—¿Qué quieres decir?
—Que su destino es igual, que es como echar cubos de agua al desierto… mi madre sigue siempre en la queja… no hay manera humana de cubrir toda su necesidad…
—¿Y que hay de tu propio destino cuando coges el teléfono a tu madre?-Silencio de nuevo. Me mira fijamente sin responder a la pregunta.
—Lo estoy dañando…
—¿El qué?
—Mi destino, mi vida… me sacrifico para llevar agua al desierto, mi sacrificio es en vano.
—En vano
—Sí. No tiene sentido.
—No tiene sentido…
—No. Es algo absurdo…
—¿Y qué le pasa al destino de tu madre si no le coges el teléfono y le pones un límite?
Aquí, aunque no esté usando las herramientas sistémicas, si puedo crear espacio para que se evidencie que ella no puede sustituir el destino de su madre, ni cambiarlo.
—Mi madre se incomodaría, igual se enfada conmigo.
—¿Y a su destino, que le pasaría?
—Nada, mi padre ha muerto y ella vive con su hermana, esto es así. Yo no puedo cambiarlo y tampoco quiero.
—¿Tampoco quieres?
Aquí, comienza a conectar con el adulto que no puede cumplir las expectativas de sus padre, que no quiere hacerlo y que se siente mal por ello, pero necesita romper ese lazo para crecer. Solo los niños quieren salir indemnes siempre de todo. Sin cicatrices. Los adultos somos conscientes de que crecer, nuestra alma, se alimenta de la luz y de la oscuridad. Y que hacerse adulto, significa sostener la posibilidad de decepcionar a otros cuando escogemos nuestro propio camino.
—No. No quiero vivir con mi madre. Quiero aire y espacio. Quiero tener vida propia con cierto margen. No puedo ser la madre de mi madre… ni el marido… joder. Solo soy la hija… y hago lo que puedo y mucho más… ya no puedo más y no tiene sentido. Ni siquiera sirve.—Su tono de voz se vuelve más contundente, firme y su mirada se llena de cierta serenidad.
—Qué sientes que puedes estar descubriendo ahora.
—Que la ayuda a mi madre debe tener un límite, que es mi propio cuidado…—Silencio.
Ha ocurrido, el cliente ha tenido su descubrimiento y ha hecho una declaración. Que importante es como coach detectar estos momentos. En el tono de la voz del cliente. En su mirada. En la resolución de las palabras que pronuncia. El lenguaje crea realidad, cambia nuestro mundo y esta declaración supone para Julia, el cambio de observador y cruzar el umbral de la sesión. El trabajo está hecho por su parte, solo me resta acompañarla a que la acción consolide ese cambio en su vida y no se quede en tan solo un deseo o anhelo.
—¿Esto donde te lleva?
—A poner un límite a mi madre, a hablar con ella, a encontrar mi lugar en este asunto.
—¿Puedes repetir esto último que has dicho?
—A encontrar mi lugar en este asunto.—Su cara cambia, algo nuevo ha entrado en ella.
—Yo no tenía mi lugar en este tema, eso es. Quiero mi propio lugar, sin dejar de hacer lo que pueda o lo que me salga por mi madre, pero sin perderme yo en ello.
—¿Cómo te sientes ahora Julia?
—Mucho mejor… como si me hubiera quitado un peso de encima
—¿Y qué ha pasado con la “mala hija”?
—Ya no está, si encuentro mi lugar podre sentirme bien como hija y como persona
—¿Cómo te sientes de cara a empezar a buscar este lugar?
—Bien… motivada
—¿Por dónde crees que podrías empezar?
Espero haber ofrecido algo de apoyo o claridad a los coaches que estén comenzando con sus sesiones ya que, sin duda, para mis colegas de mayor experiencia, todo lo aquí escrito no sólo será de sobra conocido sino también, en muchos casos, superado por otras formas mucho más eficaces de intervención.
José Manuel Sánchez
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es instructor de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.