Los coaches asentamos nuestra profesión en una serie de creencias fundamentales. La primera es que, dentro de todas las personas, y por lo tanto dentro también de todos nuestros clientes, está todo el potencial. John Whitmore decía que somos como una bellota que tiene dentro de sí todo el potencial de ser una encina.
La segunda creencia fundamental es que todas las personas, por tanto, tienen dentro toda la solución a sus preguntas. Todas las respuestas. Y, por último, la tercera creencia fundamental es que todos los clientes, todas las personas, poseen la capacidad para conectar con esas respuestas que hay en su interior.
Ahora bien, ¿cuál es la forma en la que podemos lograr que cualquier persona que se siente delante de nosotros como cliente pueda ser capaz de dar con sus respuestas? ¿Qué es lo que posibilita a los humanos dar con soluciones o alternativas totalmente nuevas frente a los desafíos o problemas a los que se enfrenta?
Muchas personas expresan que en el momento de despertarse por la mañana dan con solución a problemas que arrastraban de días pasados sin encontrar respuestas.
Yo mismo, al igual que mi padre, en medio de la noche, en duermevela, resuelvo o encuentro nuevas posibilidades a problemas aparentemente sin solución y debo levantarme a apuntar las respuestas encontradas o el intento de no olvidarlas me impedirá conciliar el sueño de nuevo.
Algunos artistas pasean, pescan, echan la siesta, tejen o dibujan… Realizan actividades aparentemente de descanso o ajenas a su demanda creativa, el escribir en el caso de los escritores o el pintar para los pintores, etc… son actividades aparentemente de descanso o de incluso pérdida de tiempo, pero que generan un espacio de posibilidad creativa que no se produce insistiendo e insistiendo ante la hoja en blanco de la nueva novela o el nuevo lienzo de la siguiente obra de arte.
Cuando estamos enfrascados en una tarea, de pronto, sentimos la necesidad de levantarnos, de ir a picar algo a la cocina, de tomarnos un café a media mañana o de dar un paseo a la manzana, aunque sea a la tienda de la esquina a comprar fruta o cualquier cosa, probablemente no imprescindible, pero que nos da la excusa para salir y andar unos minutos.
En mis silencios de meditación, entre otras muchas tentaciones de pensamientos, de atender a preocupaciones o sostener emociones que me atrapan, en numerosas ocasiones, el desafío es no parar la meditación para escribir todas las nuevas ideas o el espacio creativo extraordinario que se ha abierto en esos momentos de silencio en el zafú.
Todas estas actividades aparentemente diversas y alejadas de las tareas pendientes tienen un fascinante denominador común. Todas traen espacio interior. Todas generan esponjosidad.
Distraen la mente y la dejan flotar sin demanda alguna. Todas son momentos de simplemente existir sin demanda. Se trata de actividades que generan la posibilidad de espacio interior, de quietud interna y, por tanto, espacio interno para que nuestro ser se escuche a sí mismo.
Tan solo en la quietud hay espacio para que surja algo nuevo. Nada nuevo puede venir de la insistencia o la repetición. La constancia y la recurrencia son extraordinarias formas de modificar o generar nuevos hábitos establecidos como objetivos, pero no son capaces de crear una nueva referencia, una nueva respuesta o nuevas preguntas. A veces no faltan respuestas sino cambiar las preguntas.
Hacer las preguntas adecuadas. La creatividad surge de ese silencio interior, de ese espacio solemne sin juicio que deja abierta la posibilidad para que emerja lo que hasta ese momento era desleal, arriesgado, aparentemente incoherente o asombrosamente coherente.
El silencio abraza los miedos, las sombras o las iras y da permiso para que todas ellas se inclinen ante la evidencia que no se quiere ver, ante la responsabilidad que no se quiere tomar. En el silencio surge la luz que puede iluminar la oscuridad que esconde las verdades de la vida. En el silencio interior hay espacio y oportunidad de ser más nosotros mismos, de escucharnos, de atendernos y de sin juicio, darnos las preguntas o las respuestas adecuadas.
Esto es lo que hacemos en las sesiones de coaching, dar espacio. Entregar silencio sin juicio. Devolver las preguntas que el cliente de forma inconsciente nos muestra que nunca se ha hecho anteriormente.
A través del silencio damos espacio para que se pueda producir la quietud. Y a través de ella damos espacio a la profundidad de nuestro interior, al vacío interno, a la nada. Todo proviene de la nada. No es posible algo nuevo si no surge de la nada, del vacío, de la fuente de toda creación. Es como conectar con el magma interno poseedor de todas las preguntas y de todas las respuestas. Sintonizar con la esencia que solo puede ser vista o escuchada en el silencio interior, en el espacio de la nada.
En el silencio de la quietud, surge una mayor presencia y atención sostenida más profunda. Y esto abre el espacio a lo que llaman en las tradiciones contemplativas, el auténtico testigo o el yo interior, la mirada de la conciencia limpia, la verdad interna del aquí y ahora.
Eso es lo más cerca que somos capaces de estar de lo que somos realmente y esa cercanía abre inmensas posibilidades de generación de nuevos espacios de conciencia, de mirada, de aprendizaje y de acción consciente.
Vivimos en una vida de constante ajetreo, de demanda de resultados excelentes a cada paso. Una vida sometida a plazos y a la fiscalización de la eficiencia o la eficacia. Es normal que nos sintamos sobrecargados y saturados. Que no sintamos que somos capaces de sostener el ritmo e incluso que prefiramos repetir y repetir lo mismo antes que la posibilidad de crear algo nuevo.
Si nos detenemos, si damos espacio a la quietud, entonces algo se regenera, algo se nutre. A veces lo llamamos dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Otras veces descanso. Sea como fuere, se trata de dar un espacio vacío a nuestro ser. Sin demanda ni presión. Un silencio atemporal dentro de la morada interna. Un silencio vacío de toda necesidad que nos abre la posibilidad de escucharnos a nosotros mismos.
La posibilidad de conectar en la quietud con nuestro espacio interno nos da acceso a un lugar esponjoso y lleno de posibilidades que nos permite afrontar con nuevos recursos la complejidad de la demanda presente en nuestras vidas. “Consúltalo con la almohada”, decimos. ¿Qué significa realmente? Deja ir la mente, suelta ese tema, deja que se sienta libre y esponjosa y cuando vuelva a mirar el desafío, lo mirará con nuevos ojos.
La meditación, entre otras actividades, es el entrenamiento formal de la quietud. La práctica de apertura a la espaciosidad interna por excelencia. Por ello la considero una actividad imprescindible para los coaches y en general para el ser humano. Practicar a encontrarnos con nosotros mismos en la quietud y en la espaciosidad del silencio.
El yoga, una forma de meditación en movimiento, al final, también termina en esa postura abierta de silencio y quietud que es la postura del cadáver o Savasana. Esos minutos de silencio que cierran la práctica de la sesión de yoga y que son el sentido final de todo lo sucedido.
No en vano en la meditación se habla de tratar de mantener la inmovilidad, es la forma de eliminar al máximo los estímulos para crear un estado de silencio lo más puro y profundo posible.
No solo por generar un espacio de nutrición y de recarga humano, sino porque ese espacio, ese lugar vacío, está muy cerca del origen de todo lo que conocemos, sentimos y somos capaces de imaginar, muy cerca de nuestro propio origen y del origen de cualquier existencia y por tanto es el mayor espacio de recursos y creatividad al que el ser humano puede acceder.
En cierto sentido, es llevar la frase de sir John Whitmore a su máxima expresión. Es dentro de nosotros donde podemos conectar con el vacío o la nada de la que surge la respiración y la propia creación. Es por tanto dentro de nosotros donde se encuentra todo el potencial.
Por este motivo, un coach, debe realizar sus sesiones de acompañamiento a sus clientes desde ese lugar de vacío. La respuesta que el cliente busca no está en nosotros, no está en nuestra experiencia acumulada de cientos o miles de horas de coaching. No está en el ego de lanzar preguntas que sentimos que pueden ser poderosas antes de emitirlas siquiera.
La respuesta en cierto sentido no está siquiera en el cliente… aún. Habita en ese espacio interior de nuestro cliente, en ese vacío o en esa nada de la que surge todo. La sesión de coaching debe transcurrir ahí, en esa nada. Y para ello el coach debe ser parte de esa nada.
Como si fuéramos un lienzo en blanco, no pensamos en preguntas, ni en estrategias. Tan solo escuchamos, en silencio, en conexión con nuestra propia nada. Y de ese vacío nuestro, emergerán las preguntas al igual que las respuestas emergerán del vacío interior y esponjoso de nuestro cliente.
La constante práctica de la quietud, y de la conexión con el íntimo espacio interno, es la forma en la que el coach entrena su acceso a la nada. La forma en la que abraza el espacio de posibilidad, vacío y sin referencias a la espera amable y confiada del emerger de las preguntas que el cliente ha sembrado en nosotros.
Ese es el espacio extraordinario de un coaching transformacional, el coach habitando la nada desde la confianza en el vacío, esperando desde la escucha que las preguntas que su cliente ha sembrado en el interior de su coach, emerjan libres de prejuicios y llenas de limpia creatividad.
Y puedan entonces y desde ese lugar, convertirse a su vez, en las semillas lanzadas al vacío interior del cliente, para que rodeadas de silencio, puedan germinar y dar a luz las respuestas que el cliente deberá aprender a escuchar en su propio silencio de su quietud interior.
El cliente siembra la semilla de las preguntas en el vacío del coach y éste las escucha y las toma, y al formularlas siembra a su vez el germen de las posibles respuestas en el vacío de su cliente que tendrá la oportunidad de escuchárselas a sí mismo. Cada uno siembra en el vacío del otro, lo cual solo puede hacerse habitándolo. ¿Será que solo existe un único vacío común a todo lo existente y es ahí donde coach y cliente se pueden encontrar?
El coach es el responsable de abrir ese campo de posibilidad. De generar el espacio seguro para que su cliente entre en el vacío y conecte consigo mismo. Como coaches no podemos hacer eso en lugar de nuestros clientes, el vacío es el mismo y diferente para cada uno. Pero si podemos generar un espacio seguro donde el cliente pueda encontrar la forma de entrar y habitarse en ese lugar liminar de posibilidades.
Esta es la magia del coaching y de cualquier viaje de crecimiento de la conciencia. Es la magia de atrevernos a mirar dentro de nosotros mismos en busca de auténticas respuestas no necesariamente gratas o esperadas. Es la magia que supone que la sesión se hace en la nada, sumergidos cliente y coach en el vacío, sostenidos por el espacio de inmensas posibilidades que supone habitar el silencio y la quietud interior.
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JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ
José Manuel Sánchez es Socio-Fundador del CEC. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal.
Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT, en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.
Formador y director del programa Coaching intensivo residencial en CEC.
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