Pensando en compartir un caso real, he querido escoger un caso que refleja cómo a veces nos atrapamos en situaciones que parecen desde fuera de sencilla solución, y cómo el ser humano, dentro de sí, no lo siente así. Cómo las personas nos enredamos con nosotros mismos y con lealtades y necesidades que tiran de nosotros en diferentes direcciones y dificultan nuestro avance.
Escogí también esta sesión por ser una sesión que evidencia lo poco que tiene que hacer el coach, salvo dar espacio y abrir el campo y confiar en su cliente y en su capacidad para encontrar en su interior su propio camino hacia su solución.
Le pedí a Julia (a quién me veo obligado a cambiarle el nombre) permiso para compartir de forma literal parte de una de nuestras sesiones, me dio su autorización y la voy a compartir en dos entregas sucesivas. He cambiado datos y referencias y en algún momento algunas explicaciones de Julia para hacer imposible para ningún lector poder reconocer quién es mi cliente.
He preferido no desarrollar la parte en la que ella define su objetivo de la sesión y tampoco entraré en detalles en lo referente al plan de acción, para evitar que la lectura se haga demasiado extensa. Tampoco traslado la totalidad de la parte de indagación sino los extractos suficientes como para que el lector pueda entender el proceso de aprendizaje y transformación que subyace a la sesión.
Julia es una mujer directiva en una organización multinacional. Es una mujer acostumbrada a dirigir equipos y a tratar temas en comités de dirección. Lleva una sólida carrera profesional y acude a mí para trabajar cuáles deben ser sus prioridades a partir de ahora en sus próximos pasos en su carrera profesional.
En la segunda sesión, cuando surge el tema de la conciliación de su vida personal y profesional me habla de su madre, de cómo ella es hija única y de cómo su madre la llama de forma regular varias veces al día para que atienda sus necesidades. El padre murió hace unos 7 años y desde entonces su madre vive con una hermana en Burgos.
—Mi madre es muy dependiente, me llama varias veces al día por cualquier cosa con tal de hablar y a mí me interrumpe en el trabajo y me entretiene al teléfono y me cuesta cortarla. No me siento bien haciéndolo y al final le dedico horas de tiempo que después debo recuperar quedándome hasta las tantas trabajando.
—Ahora que estamos en parte teletrabajando en mi empresa— continúa— es peor, porque se debe creer que porque estoy en casa puede llamarme a cualquier hora. Y a mí me cuesta aún más cortar que antes porque estoy sola en casa.
Hablamos sobre cual sería su objetivo en la sesión, y me dice, que aprender a decir que no a su madre sin culpa. Obtener una herramienta que la permita decir que no sin culpa. Le pregunto qué relación hay entre este objetivo y el objetivo de proceso de decidir sus siguientes pasos en su carrera profesional.
Julia responde con contundencia —Deseo conciliar el tiempo profesional con el personal y esto forma parte de reorientar mis prioridades profesionales, pero no quiero que el espacio personal que gane con este reenfoque sea para estar atendiendo a mi madre. Además, mi madre cada vez pide más y más y no siento que nada cambie atendiéndola. Es un pozo sin fondo.
Tras cerrar la definición del acuerdo y dedicar unos minutos a comentar los “para qué” de este objetivo y la manera en la que ella va a medir el éxito de la sesión, entramos en la fase de indagación.
En un momento dado le pregunto qué siente cuando ve que suena el teléfono en medio de su trabajo y es su madre.
—Siento peso, carga, —me responde—.
—¿Qué más?
—Siento pesadez… rechazo…
—¿Qué emoción surge en ese rechazo?
—Me enfada. Siento rabia… y frustración.
—¿Frustración?
—Sí. Porque tengo que coger el teléfono y en el fondo no lo hago queriendo… lo hago obligada… y esto me frustra porque me siento impotente para hacer otra cosa.
—¿Qué es lo que te impide no descolgar el teléfono?
—Me sentiría culpable…
—¿Y qué te dirías a ti misma si no coges el teléfono?
—Me juzgaría como mala hija.
—Si no coges el teléfono en ese momento eres una mala hija… ¿eso es lo que me estás diciendo?
—Eso es…
—¿Qué es ser una mala hija para ti?
—No atender a mi madre en estos momentos de su vida en sus necesidades.
—¿Qué sientes ahora cuando te escuchas decir esto?
—Frustración… de nuevo…—Agacha la cabeza, su fuerte personalidad profesional parece haberse esfumado al entrar en este tema—.
—No se cómo resolver esto —me dice— mi madre está sola y solo me tiene a mí. Aunque vive con mi tía, pero la familia directa es la familia directa… y yo soy su hija y este es mi deber… es lo que me ha tocado.
—Es lo que te ha tocado
—Sí. Eso es…. No hay mucho que se pueda hacer.
—La familia directa es la familia directa.
—Si… solo tiene una hija…
—¿Y eso a ti en qué te convierte?
—En alguien que no tiene elección.
La sesión continua con Julia sintiéndose atrapada. Mis preguntas la llevan a tomar cada vez más conciencia de esta situación de bloqueo entre sus necesidades y las de su madre.
—¿Cuántas veces te llama tu madre a lo largo de una mañana de trabajo de media?
—Unas cuatro.
—Imagina que te llamase 8, ¿que pasaría? —Me mira con cierta tensión al escuchar esta pregunta—.
—No lo sé… intentaría decirle que me llame menos.
—¿Y si no funcionase? ¿qué harías?
—Trataría de reducir el tiempo de las llamadas.
—Entiendo. ¿Y si en lugar de 8 veces fueran 12?
—Esto sería insostenible.
—¿Qué quieres decir con insostenible?
—Tendría que decirle que no, porque no sería viable.
—¿Y qué pasaría entonces con lo de ser mala hija si le dices que no?
—No tendría más remedio. Tendría que ser así porque no se podría sostener.
—¿Quién decide lo que se puede o no se puede sostener en este tema?
—Mi trabajo.
—¿Tú trabajo?
—No, quiero decir… si… bueno… me pagan por resolver una serie de temas y hacer mi trabajo, no para estar hablando con mi madre. lo decide la viabilidad de poder hacer las dos cosas compatibles.
—¿Qué dos cosas no son compatibles?
—Hacer bien mi trabajo y atender a mi madre en todas sus llamadas.
—Si te entiendo bien quieres decir que o eres una buena hija y una mala trabajadora o eres una buena trabajadora y una mala hija… ¿Es esto?
—Si… exacto.
—¿Qué edad tienes cuando me dices esto? —silencio—.
—6 años
Continuará la semana que viene…
José Manuel Sánchez
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.