En la entrega anterior nos quedamos viendo como Julia se desespera porque su madre la llama varias veces al día mientras teletrabaja en casa y ella no se atreve a decirle que no o a no coger el teléfono porque esto la hace sentirse culpable.

Coger el teléfono la enfada y no cogerlo la hace sentirse culpable. Y si atiende a su madre es una mala trabajadora y buena hija y si dice que no a su madre, tiene tiempo para afrontar el trabajo pero es una mala hija.

—Si te entiendo bien quieres decir que o eres una buena hija y una mala trabajadora o eres una buena trabajadora y una mala hija… ¿Es esto?

—Si, exacto

—¿Qué edad tienes cuando me dices esto? —Permanece en silencio—.

—6 años

– ¿y quién eres?

—Una niña que quiere que su mamá esté siempre bien.

—Siempre…

—Si, siempre. —Se emociona—

—¿Qué estás viendo ahora, Julia?

—Que mi madre está envejeciendo y que en el futuro cada vez estará peor.

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Las lágrimas recorren el rostro. Se gira y toma un pañuelo de papel de la mesa al lado de su asiento.

—Perdona…

—¿Qué te está ocurriendo ahora?

—Me doy cuenta de que mi madre no va a estar bien por mucho que yo le coja el teléfono. Que el hecho de que ella esté bien o no, en el fondo no depende de mí hasta ese punto.

—¿Cómo hasta ese punto?

—Quiero decir que cuando la atiendo por teléfono ella me pide algo infinito… algo que no puedo darle… algo que me trasciende…

—¿Qué crees que te pide?

—Que sea mi padre y esté a su lado todo el tiempo. —Las lágrimas vuelven a brotar. Mantengo la burbuja, hay un silencio, y dejo espacio para que ella se exprese—.

—Yo no soy mi padre, yo soy solo la hija y no puedo hacer más. —Su rostro se modifica, un brillo pasa por su mirada—.

—¿Qué estás viendo, Julia…? —Silencio—.

—Me doy cuenta de como me pesa, de alguna forma… no sé, siento que… no sé… —Duda. Sostengo el silencio—.

—Creo que me duele sentir que no puedo hacer nada por cambiar el destino de mi madre. —Silencio.

—Veo en tu rostro como esto te afecta… has bajado los hombros… miras al suelo…

—Siento dolor. –Silencio-

—¿Qué más…?

—También enfado con ella…

—¿Enfado con respecto a qué?

—A que me llame, a que me reclame constantemente.

—¿De qué te estás haciendo responsable en este tema?

—De ser el apoyo de mi madre para cualquier cosa.

—¿De qué más?

—De sostener a mi madre en estos momentos…

—¿De qué más?

—No se… de ser su madre…

—¿Y eso en qué convierte a tu madre?

—En una niña.

—¿Y de qué no te estás haciendo responsable? —Silencio.

De cuidarme.

—¿De qué más?

—De tener mi propia vida, de atender a lo que yo quiero.., a lo que necesito.

—¿Cómo cambia el destino de tu madre cuando le coges el teléfono?

—No cambia

—¿Qué quieres decir?

—Que su destino es igual, que es como echar cubos de agua al desierto. Mi madre sigue siempre en la queja, no hay manera humana de cubrir toda su necesidad.

—¿Y que hay de tu propio destino cuando coges el teléfono a tu madre? —Silencio de nuevo. Me mira fijamente sin responder a la pregunta.

Sesión de Coaching - Un caso real, Sesión de Coaching, el caso de Julia (2/3)

—Lo estoy dañando…

—¿El qué?

—Mi destino… mi vida… me sacrifico para llevar agua al desierto, mi sacrificio es en vano.

—En vano

—Sí. No tiene sentido.

—No tiene sentido…

—No. Es algo absurdo…

—¿Y qué le pasa al destino de tu madre si no le coges el teléfono y le pones un límite?

—Mi madre se incomodaría, igual se enfada conmigo.

—¿Y a su destino, que le pasaría?

—Nada, mi padre ha muerto y ella vive con su hermana, esto es así. Yo no puedo cambiarlo y tampoco quiero.

—¿Tampoco quieres?

—No. No quiero vivir con mi madre. Quiero aire y espacio. Quiero tener vida propia con cierto margen. No puedo ser la madre de mi madre, ni el marido… joder. Solo soy la hija y hago lo que puedo y mucho más. Ya no puedo más y no tiene sentido. Ni siquiera sirve. —Su tono de voz se vuelve más contundente, firme y su mirada se llena de cierta serenidad—.

—¿Qué sientes que puedes estar descubriendo ahora?

—Que la ayuda a mi madre debe tener un límite, que es mi propio cuidado. —Silencio—.

—¿Esto dónde te lleva?

—A poner un límite a mi madre, a hablar con ella, a encontrar mi lugar en este asunto.

—¿Puedes repetir esto último que has dicho?

—A encontrar mi lugar en este asunto.

Su cara cambia, algo nuevo ha entrado en ella.

—Yo no tenía mi lugar en este tema, eso es. Quiero mi propio lugar sin dejar de hacer lo que pueda o lo que me salga por mi madre, pero sin perderme yo en ello.

—¿Cómo te sientes ahora Julia?

—Mucho mejor, como si me hubiera quitado un peso de encima.

—¿Y qué ha pasado con la “mala hija”?

—Ya no está, si encuentro mi lugar podre sentirme bien como hija y como persona

—¿Cómo te sientes de cara a empezar a buscar este lugar?

—Bien, motivada.

—¿Por dónde crees que podrías empezar?

La sesión continuó hacia la toma de acción. Julia preparó una conversación con su madre para poder recolocarse en su relación y la práctica conmigo para ejecutarla días después con su madre.

Para sorpresa de Julia su madre lo comprendió de forma mucho más rápida de lo que ella esperaba. Cuestión de expectativas. Pero eso es ya otra historia quizá motivo de otra sesión.

 

Continuará la semana que viene…

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José Manuel Sánchez

José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.