CORPORALIDAD 2: CASOS DE JUAN Y MARTA
Por Luis llorente
Estamos hartos de oír eso de que nuestro cuerpo es una máquina perfecta. Gurdjieff no dice que sea perfecta, sino que “el hombre es una compleja máquina que ingiere impresiones y excreta conductas”. Porque sí amigos, esa “máquina perfecta” tiene desgastes, sufre las huellas de nuestras vivencias cuando a diario realiza millones de operaciones necesarias para mantenernos en vida, señales que van quedando grabadas y denuncian precisamente nuestra manera de actuar, nuestra actitud, lo que somos al fin y al cabo.
Observarlas, estudiar la estructura corporal, las reacciones físicas ante determinados hechos y trabajar con estos utensilios es muy interesante y nos aportará una mirada más rica para la práctica del coaching. Recordemos que el desarrollo de esta habilidad sirve además para que también podamos observarnos a nosotros mismos y que esto nos ayudará a prestar atención a los demás.
Muchas disciplinas estudian el comportamiento del ser humano a través del cuerpo. Quizá la bioenergética sea una de las más desarrolladas desde que a un tal Lowen se le ocurrió profundizar en los estudios de Willhem Reich para describir esas marcas que el carácter deja en el cuerpo y ya, en un plano terapéutico, cómo se pueden desenredar esos nudos que nos tienen aferrados a ciertas vivencias de tipo traumático que hacen que nuestro cuerpo se desarrolle de una u otra manera.
Se pueden repasar áreas de tensión, los hombros, el estómago, la nuca. Siempre sin violentar, preguntando y teniendo en cuenta la reacciones del cliente.
Tengo una primera sesión con Juan, (el proceso está pactado con su empresa) que es un cliente con poca fe en el coaching y una actitud retraída, por lo que le cuesta mucho entrar en la conversación que hemos de tener. La práctica me dice que nunca se debe forzar a un cliente a trabajar inmediatamente si es que él prefiere unos minutos de cortesía. Pero Juan es muy tímido y ese primer momento de hielo se prolonga más de lo necesario. Si por él fuera, pasaría la sesión (quizá la vida) así callado, casi asustado. Su cuerpo me dice muchas cosas a simple vista: es delgado con el pecho deprimido y la piel de un tono pálido. Los hombros caen hacia delante y las piernas están siempre cruzadas. Sus manos suelen apretarse una contra la otra mientras su mirada baja desde las rodillas hasta sus pies. Aun no me ha mirado a los ojos y no se ha movido de la misma postura desde que se sentó. Sus contestaciones son monosílabas y solo “despierta” cuando hablamos de la confidencialidad y le describo la burbuja que suponen nuestras sesiones.
Detrás de esa apariencia podrían esconderse muchas emociones, actitudes que impiden que nuestra conversación se desarrolle con una cierta fluidez. La experiencia nos puede decir que por debajo de esa mansedumbre podrían esconderse rabia o ira contenidas o quizá miedo y como consecuencia resentimiento, pero está claro que la actitud corporal, lo que el coach puede leer es que tiene enfrente a un cliente “cerrado”. La información previa que tengo es que es muy efectivo en labores minuciosas y dirige un departamento de análisis de riesgos que exige por un lado una rigidez extrema con las normas y por otro una actitud cuidadosa ante los expedientes que pasan por su departamento. La devolución de sus colegas es que es muy bueno en lo suyo y que “no se hace valer”. También tiene ciertas dificultades para delegar y también para enseñar a otros la sabiduría que ha ido acumulando al cabo de los años. “Es como si quisiera guardarse todo lo que sabe”.
Como la conversación es superficial en esta primera sesión, puedo dedicar más atención a reacciones faciales, quizá algún pequeño tic, cómo carga más los hombros cuando me describe su trabajo, o sus mandíbulas apretadas cuando le formulo alguna pregunta…
Mi estrategia –en este plano de información corporal- para la segunda sesión es saber cómo reacciona al contacto o cómo maneja su ira contenida. Cuando entra, además de darle la mano le coloco la otra en el hombro y me fijo en su reacción. Le pido que antes de sentarnos permanezcamos un minuto o dos en pie, relajándonos, respirando un poco más hondo de lo habitual, y vamos bajando desde la cabeza hasta los pies tomando contacto con el cuerpo.
Se pueden repasar áreas de tensión, los hombros, el estómago, la nuca. Siempre sin violentar, preguntando y teniendo en cuenta la reacción que tuvo a ese primer contacto en el saludo, podemos poner nuestra mano en la zona de tensión para verificarla y acompañarla con respiraciones más profundas. Insisto que son unos pocos minutos, pero la sensación de Juan al sentarse para comenzar la sesión es otra. Volvemos a comentar el tema de la confidencialidad para dejarlo anclado y seguimos el proceso de coaching, de manera más decidida y con mejores posibilidades de éxito.
Siempre que podamos descubrir cómo trabajar con una emoción patente y poseamos una formación adecuada, podremos resolver de manera sencilla algunas dificultades que se interponen en la conversación de acompañamiento.
En otro ambiente no profesional, el caso de Marta puede servir como ejemplo de una corporalidad diferente a la de Juan. Marta tenía fijado un objetivo en el ámbito personal con mucha claridad, tanta que al conocernos, antes de la presentación ya me dijo lo que pretendía: “quiero dejar de fumar”. La imagen corporal de Marta es de una mujer alta, poderosa, con las ideas aparentemente muy claras. Su cuerpo está acostumbrado a ocupar más espacio del que le corresponde, invadiendo el de los demás. Su cabeza se adelanta con cada afirmación y permanece sentada en el sillón pero en actitud de alerta moviéndose a izquierda y derecha con cierta incomodidad. Me dice que es un poco claustrofóbica y que necesita a veces levantarse de la silla. Es una excusa para apoderarse de todo el espacio. Tiene los hombros anchos, pero poco cuello y las piernas muy débiles como con falta de arraigo a la tierra. Sus manos son muy pequeñas en relación al resto de su cuerpo y las agita cuando habla.
Sus zonas de tensión están en los hombros y en el abdomen, que tiene un volumen desproporcionado respecto a los demás elementos corporales. Hablamos de sus funciones fisiológicas tales como el apetito, lo que come, cómo duerme (“fatal, tengo puesta la radio toda la noche y a ratos sueltos voy durmiendo”). Explorar el cuerpo también significa conocer sus hábitos (siempre que pueda profundizarse y normalmente solo en la esfera del coaching personal) y muchas veces nuestras preguntas descubren cuestiones a los clientes que ni se habían planteado. No tiene una actividad laboral que entrañe mucho estrés y está soltera. Sus ojos están cansados pero el maquillaje no me permite ver otras huellas faciales.
Tratamos en la tercera sesión de hacer una relajación corta. A pesar de su nerviosismo casi constante, conseguimos bajar el tono y le pido feedback tras el “experimento”. Establecemos una metáfora a través de un “potenciómetro” de tensión, una rueda imaginaria que ella pueda ir bajando en momentos especialmente estresantes. A Marta le funcionó. Entre otras cosas y a través de la conversación, descubrió que tenía pánico a quedarse sola consigo misma y ella misma se contestó al porqué tener la radio encendida toda la noche.
En la cuarta sesión hablamos sobre su objetivo pero lo hicimos en pié, con las rodillas ligeramente dobladas, manteniendo un eje vertical con el centro del mundo. Los pies bien hundidos –posados- en la tierra sintiendo el peso del resto del cuerpo, aguantando los temblores que al cabo de unos minutos suelen aparecer y así, fuimos hablando de sus deseos y modificando ese objetivo hasta que descubrió que dejar de fumar no era un fin sino un medio porque lo que realmente deseaba era ser madre. El descubrimiento fue impactante tanto para ella como para mí. Aprendió a realizar esas relajaciones básicas y después de terminar nuestro proceso comenzó a hacer con regularidad mindfullness y a preocuparse un poco más de su cuerpo como parte del plan de acción para prepararse para alcanzar su objetivo. En el camino quizá perdió el miedo a estar a solas consigo misma.
En el próximo artículo conoceremos cuestiones más específicas sobre técnicas como la bioenergética, la técnica Alexander y otras que nos descubren posibilidades para completar la información de la persona con la que tenemos que trabajar profesionalmente. Sin duda nos ayudarán a contemplar a nuestro cliente con mayor atención y completarán nuestras aptitudes como coaches.