Recuerdo cuando me formé como coach que me dijeron que había tres dominios o ámbitos de intervención en las sesiones de coaching. El dominio más racional o mental que en el coaching ontológico denominan el dominio del lenguaje. El dominio emocional y el dominio corporal.

Los tres dominios estaban relacionados entre sí. La intervención en uno de los tres influía en los demás. Así se podía trabajar desde el lenguaje y obtener cambios emocionales y corporales.

Trabajar desde las emociones para cambiar efectos en el cuerpo y también en los diálogos mentales internos. Y, finalmente, trabajar en el cuerpo para cambiar la emoción y las creencias o juicios de la mente.

Se hablaba de que un aprendizaje o cambio de observador, como lo denomina el coaching ontológico, no era realmente un cambio transformacional si no se producía en los tres dominios. Es decir, un cambio puramente racional no era un cambio que fuera real o que se consolidase si no tenía a su vez un efecto emocional y corporal.

Todo esto se explicaba de forma clara y evidente. Sin embargo, después, no se trabajaba cómo conseguir la conexión emocional del cliente y mucho menos la conexión corporal.

La forma de trabajar las emociones que el coaching ontológico traía era una herramienta muy útil, por cierto, pero absolutamente insuficiente, denominada “reconstrucción lingüística de la emoción”. Su nombre ya indica lo lejos que está de lo somático y lo emocional.

Si queremos lograr cambios reales, consolidados en el cliente. Cambios transformacionales. Si queremos ir a vencer las creencias limitantes profundas que hacen que las personas actuemos de una forma y deseemos lograr cosas que requerirían actuar de otra, debemos acudir a las emociones de una manera mucho más evidente.

No se trata de que el cliente cambie su hacer. Eso, si sucede, ya es en sí el gran avance. Se trata de que sea capaz de empezar a cambiar su hacer. De que conecte con lo que realmente le limita o bloquea, que sea consciente de ello y pueda afrontarlo.

Si desplegamos el objetivo de una sesión de coaching. Este es, de forma muy simplificada, hacer algo diferente para obtener un resultado diferente. Es decir, cambiar algo en mí y atreverme a expresarlo en el mundo con efectos sobre terceros y, por tanto, con consecuencias para mí de mis acciones. Esto es crecer, atreverme a actuar diferente y afrontar las consecuencias.

Para atreverme a actuar diferente debo convertirme en alguien diferente o al menos sentir el coraje de que puedo “probar”. Digo coraje porque lo que me impide avanzar siempre es la idea de que, si lo hago, perderé algo valioso y esto me traerá sufrimiento. O me pondré en riesgo, de algún modo, de que esto pase.

El miedo es siempre el bloqueo con diferentes nombres y diferentes formas. El miedo es el resultado de albergar la idea de que mis actos pueden acercarme a un lugar de pérdida y, como consecuencia, de sufrimiento.

Es el resultado de una evaluación hecha por mi marcador somático (por tanto, incluyendo el elemento corporal) de que los actos que necesito para lograr mi objetivo suponen un riesgo para el cual no tengo los recursos suficientes y, como consecuencia, estos actos traerán pérdida y sufrimiento.

Es como si nos volviésemos niños y quisiéramos lograr nuestros deseos u objetivos sin pagar ningún precio. Lo quiero todo. Quiero alcanzar lo que deseo sin que tenga que modificar nada en mí que me suponga incomodidad o desafío. Claro, como coaches, ya sabemos que esto no podrá ser así.

Que crecer es, en cierto modo, un acto casi siempre incómodo, revolucionario para mi interior y, en ocasiones, no carente de cierto dolor e incluso culpa. Es como el esfuerzo doloroso que debe hacer la cría de ave para romper el cascarón del huevo que la ha mantenido a salvo mientras entraba en la vida. Si la cría desea seguir a salvo dentro del huevo, no podrá crecer.

taller coaching

Así, como he comentado, el objetivo final de cualquier proceso de crecimiento es hacer, expresar algo diferente en el mundo y con ello descubrir que los miedos que nos frenan son más pequeños que nuestros recursos y nuestra capacidad para afrontar los desafíos que la vida nos pone por delante. Entendiendo que el “no hacer” deliberado y consciente también es un “hacer” para el mundo y trae consecuencias.

La clave ahora es que el cliente no es necesario que resuelva por completo su dilema interno antes de entrar en acción. Esto puede ser deseable, pero no siempre es posible. Es suficiente con que reúna el coraje de probar. Para ello necesita sentir que la emoción que le empuja a esa nueva acción es ligeramente superior a la emoción del miedo o sus variantes que lo frena.

Necesita sentir algo “a salvo” para reunir el coraje de actuar. Esa barrera que impide el acto, a veces se soluciona generando la unidad mínima de acción posible en el cliente, un pasito que, si se puede permitir, para el que tiene recursos o energía suficiente.

Un paso que le permite avanzar quizá con miedo, pero no con pánico. En cualquier caso, estamos hablando de ser capaces de reunir la energía inicial suficiente como para ponerse en acción. Es aquí donde las sesiones que solo usan las palabras y el diálogo pueden quedarse limitadas. Mentalmente, en muchísimos casos no es posible alcanzar el umbral de energía suficiente para actuar.

¿Esto por qué es así? Sencillamente porque el límite a la acción no es mental. No está en los pensamientos. Es corporal. Está anclado en nuestro cuerpo. El sufrimiento temido si actuamos, es un sufrimiento aprendido en el pasado en situaciones que ahora inconscientemente consideramos análogas y es ese aprendizaje el que, a través del cuerpo, nos alerta con la señal del miedo de que ir en esa dirección nos pone en peligro.

Por tanto, si la barrera está en el cuerpo, es a nuestro cuerpo al que tenemos que enseñar que nuestros recursos son más elevados de los que teníamos cuando aprendimos que no éramos capaces de afrontar estas situaciones que relacionamos como análogas en el inconsciente.

Es al cuerpo al que hay que hacerle “sentir” que ahora tenemos más recursos. Y digo “sentir” porque esa es la forma en la que aprende el cuerpo. En las sensaciones corporales que nos devuelve como emociones para que interpretemos lo que nos pasa y, finalmente, comprendamos los motivos integrando la información mentalmente.

No es el diálogo mental lo que permitirá al cuerpo arriesgarse en una prueba. A veces sí, pero en la mayoría de las ocasiones no. Es a través de la experimentación emocional de que el riesgo no es tan elevado, de que disponemos de recursos suficientes para sostener expresarnos de forma diferente en el mundo y, por tanto, subir la confianza en que podremos superar el umbral del bloqueo. Y esa experimentación emocional se alcanza “sintiendo” y haciéndolo en el cuerpo.

La formación de coaching, si desea que el coaching sea realmente un apoyo que otorgue soluciones sostenibles en el tiempo, tiene, por tanto, que integrar formación profunda de regulación emocional y la gestión de la ventana de tolerancia, y tiene que integrar también el trabajo con el cuerpo en las sesiones de coaching.

En el CEC trabajamos en los tres dominios de manera integral. Para ejemplificar esto indico tres formas en las que el cuerpo puede tener su presencia en una sesión de coaching.

Una intervención sencilla sería pedir al cliente que sintonice con la emoción a través de un gesto. Pedir que, con las manos, el rostro o todo el cuerpo represente cómo se siente con una emoción específica.

¿Qué gesto representa esta frustración que estás sintiendo? Y, desde ahí, con el cliente sosteniendo esta escultura emocional, invitarlo a conectar con su emoción a través de las sensaciones corporales. Que describa las sensaciones corporales y, desde ahí, acercarnos a la emoción.

Muchas personas no pueden nombrar las emociones que sienten fácilmente, pero sí poseen la capacidad de sentir las sensaciones corporales. “Si le das espacio a esta postura… ¿qué sensaciones corporales se están manifestando? … ¿y si esa sensación corporal pudiera hablar, qué crees que te está pidiendo?”

Formación-coaching

De esta forma damos espacio a lo que no es evidente, a que pueda emerger lo que no es racional. El tiempo lento, el respeto al cliente, la habilidad para no forzar y el crear espacio sin juicio por parte del coach son esenciales en este tipo de intervenciones. Es algo que hay que aprender a llevar a cabo y practicar con constancia.

Otra intervención algo más compleja es pedirle al cliente que active estados emocionales en su cuerpo que aún no siente. Ejemplo: pedirle cómo se movería y cómo sería la postura de una persona que ya posee el nivel de confianza que desea lograr. Cómo estaría la disposición de su cuerpo.

Dónde apoyaría el peso. Cómo sería su caminar. Esto alimenta el desarrollo de información que va del cuerpo a la emoción y de ahí a la mente. Se puede pedir al cliente que haga posturas de enraizamiento y, desde ahí, que observe su desafío y vea qué nuevas perspectivas se le abren.

De nuevo, esta intervención requiere que el coach esté conectado con su cuerpo y con sus sensaciones. Si no, no habrá verdad en sus palabras, no pesarán y sus indicaciones serán vacías y no facilitarán al cliente su propia conexión y confianza en lo que se le pide que haga.

Una tercera intervención podría ser la relación espacial con su problema. A qué distancia lo mira, cómo se relaciona con él y hacer que el cliente lo represente desplazándose por la sala con un elemento para representar su problema o dificultad. Cómo sería verlo desde un ángulo diferente, desde una distancia diferente.

Qué personaje siente que es cuando lo vive como lo vivía al llegar a la sesión, qué nombre le pondría a este personaje. ¿Cómo ve el mundo este personaje, cómo se mueve, qué posibilidades posee de acción ante el problema? ¿Y cómo sería el personaje que desea ser de cara a este problema? ¿Cómo se movería, cuál sería la distancia, la perspectiva, la forma de mirar el problema, el ángulo? Etc.

Estas tres intervenciones son intervenciones muy sencillas en las que el cuerpo puede formar parte de la indagación. Si vamos más allá, en el CEC tenemos formación especializada en coaching corporal y coaching somático.

Ahí entramos en ejercicios de favorecer el tono vagal, en aplicaciones de la teoría polivagal del doctor Stephen Porges, en trabajo con las corazas musculares y las armaduras corporales en las que las emociones, para no ser sentidas, han quedado endurecidas en estructuras de rigidez. En trabajar los permisos en el cuerpo, en conectar con las sensaciones más íntimas de nuestro cuerpo y la información que tiene para nosotros.

El trabajo con el cuerpo en el camino de la especialización somática es fascinante e inmenso. Puede que no deseemos recorrerlo de manera profunda, pero al menos saber usar este enfoque y traer el cuerpo a las sesiones es algo, hoy por hoy, cada vez más importante. El coaching es el arte de preguntar, pero preguntar es algo que va mucho más allá de las palabras.

*Si deseas saber más y te interesa este tema, no dudes en conocer nuestra formación en Coaching intensivo residencial.

coaching, Coaching más allá de las preguntas. El trabajo con el cuerpo en una sesión de coaching

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ

José Manuel Sánchez es Socio-Fundador del CEC. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal.

Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT, en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.

Formador y director del programa Coaching intensivo residencial en CEC.

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