Por José Manuel Sánchez
Recientemente participé en un artículo publicado en el diario El País en el que se me preguntaba acerca de la moda de los espacios abiertos en las oficinas de trabajo. Este artículo, que se publicó el pasado mes de agosto bajo el título de Espacios de trabajo que motivan, me sirvió para reflexionar acerca de la manera en que las empresas abordan el confort de sus trabajadores y cómo las instalaciones ayudan a definir su personalidad y filosofía como organización.
Los espacios abiertos son lugares diáfanos que inspiran cercanía y accesibilidad y pueden ser, evidentemente, un sincero avance hacia un nuevo concepto de empresa menos jerarquizado, más colaborativo, basado en la confianza y el trabajo en equipo.
Pero como casi todo lo relacionado con el mundo de la empresa, el aspecto físico de las instalaciones en las que los trabajadores desarrollan su labor, debe estar regido por el principio de la coherencia. Las oficinas son como el cuerpo de las empresas, su dimensión física. Y si para las personas, el cuerpo es el reflejo del alma, de igual modo las oficinas de la empresa deberán estar en sintonía con el mensaje que trasladan verbalmente sus directivosy con las emociones que gobiernan las relaciones en ese espacio de trabajo. Para que exista equilibrio; cuerpo, emoción y lenguaje deben contar la misma historia. Y como todo el mundo sabe, cuando encontramos incoherencia en estos tres niveles, vamos a dar más credibilidad a lo que nos dicen el cuerpo y las emociones, que a todas las palabras que puedan pronunciarse.
Las empresas no solo comunican a través de su aspecto físico, también se ven influidas por él, hasta el punto de determinar lo que son. Un centro de permanente innovación como Google no se sostendría en esa filosofía si sus directivos se parapetasen tras pesados escritorios de cedro, rodeados de paredes revestidas de maderas nobles, cubiertas con los retratos de los fundadores. ¿Qué clase de audacia generadora cabría esperar en semejante escenario? De la misma manera, se nos haría difícil concebir espacios abiertos con futbolines y canastas de baloncesto en un despacho de abogados de los de recia solera, cuyo mensaje es seriedad, rigor y tradición.
El modelo de oficina diáfana se extiende deprisa y se impone en las empresas. Estos espacios sin divisiones ni compartimentos nos transmiten transparencia, apertura y comunicación, un mensaje imprescindible para muchas empresas, pero que no siempre es coherente en las tres dimensiones que comentaba anteriormente: cuerpo (espacio físico), mente (conversaciones explícitas e implícitas, públicas y privadas) y emoción (atmósfera emocional, clima laboral, etc.)
Cuando esta coherencia falla, podemos encontrar, por ejemplo, que las praderas abiertas sólo se aplican a los empleados rasos, mientras que los jefes siguen disfrutando de los privilegios de amplios despachos en la zona noble del edificio, o que se utilizan como un medio de control sobre los equipos, ya que de un solo vistazo se puede saber quién está en su puesto y quién no. O que sirven, fundamentalmente, para ahorrar costes, apiñando a las personas en unos pocos metros cuadrados…
En estos casos, cuando la dimensión “cuerpo” falla, seguramente vamos a encontrar alteraciones en las otras dos dimensiones: conversaciones y emocionalidad. En situaciones así, de poco servirá que la empresa se esfuerce en transmitir su deseo de desarrollar políticas de apertura, transparencia y comunicación, porque el espacio físico desmentirá sus palabras y hará que la credibilidad del discurso se desmorone, tanto entre sus empleados como entre sus clientes.
De manera que, como siempre decimos, merece la pena detenerse a analizar con más detenimiento no sólo lo que queremos transmitir, sino cómo hacemos para transmitirlo de una forma coherente y alineada.
Jose Manuel Sánchez, Socio Director del CEC
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