Cuando terminé mi formación como coach en 2008, uno de mis supervisores me dijo algo que se quedó grabado en mí: «Ahora comienza un camino en el que, periódicamente, deberás acudir a un coach más experimentado para supervisar tu práctica».
En ese momento, no comprendía del todo la profundidad de esa indicación, pero con los años, y tras muchas sesiones de supervisión, entendí que aquella recomendación era, en realidad, una de las claves para evolucionar como coach. Curiosamente, aquel supervisor, tiempo después, fue colaborador nuestro en el CEC, como supervisor antes de jubilarse, lo que fue un verdadero privilegio para mí.
Cuando preguntas para qué es necesario supervisar en el coaching, las razones son más que evidentes. Porque, uno en el camino solitario del coaching, adquiere vicios o desvíos del modelo y se acostumbra y puede perder esencia y quizá eficacia.
O porque al principio, y me gustaría pensar que siempre, somos conscientes de estar en constante evolución y por tanto en condiciones de aprender, mejorar y alcanzar nuevas cotas de calidad de servicio en nuestra profesión. Es muy cierto que a medida que uno va ganando experiencia y horas va descubriendo nuevos bloqueos o barreras que solo se pueden ver con la práctica.
Por ejemplo, descubrir que un determinado tipo de cliente no se me da bien. Me cuesta que se abra, confrontarlo, que se conecte con mis preguntas. Y esto no me pasa por ejemplo con otro tipo de clientes.
Estos bloqueos, con temas, tipos de clientes, tipos de situaciones, son lo más habitual en nuestra profesión y es por ello imprescindible acudir a un supervisor, un profesional que nos haga de espejo o nos haga coaching a su vez, en lo que llamamos coaching al coach, donde pueda ayudar a que emerja lo que hay detrás del problema, la dificultad, los miedos o las creencias que impidan al coach extender todo su potencial ante una situación, tema o cliente determinado.
Así, está el cliente que siempre dice, “no sé”. O el que no habla. O el que habla demasiado. O los clientes que están en un lugar muy mental o no conectan con sus emociones. O los que se desbordan y me desbordan a mí con él. También hay temas que nos confrontan.
Los llamados procesos paralelos, en los que a mi cliente le pasa lo mismo que a mí y el coach siente que no puede ayudar a alguien con algo en lo que no es capaz de ayudarse a sí mismo.
Y, al contrario, los procesos complementarios, donde lo que le pasa al cliente, el coach lo tiene no solo solucionado sino muy superado y le cuesta entender que el cliente no haga lo que “obviamente” tiene que hacer, lo que nos hace impacientarnos y dificulta nuestra empatía.
Además de los temas y los tipos de clientes y su comportamiento en la sesión, lo que podríamos llamar situaciones, también están los clientes que nos bloquean o nos confrontan porque, son exigentes, nos desafían en la sesión, cuestionan nuestro hacer, o son vehementes, dan la impresión de tenerlo todo controlado, de ser autosuficientes.
Hay clientes que por su comportamiento nos hacen sentirnos pequeñitos y otro nos hacen ponernos por encima y casi decirles lo que tienen que hacer, los hay que no reaccionan y generan nuestros juicios y enfados, y los que parecen dispuestos a todo y luego no llegan a ejecutar el plan de acción.
Somos humanos, ponemos nuestra mejor voluntad, pero como el resto de los humanos de este viaje que llamamos vida, también tenemos nuestras heridas y nuestras sombras y cuando el cliente nos toca ahí, lo podemos pasar mal o podemos volvernos reactivos en lugar de proactivos.
Las escuelas de coaching dedican mucho tiempo, o así lo hacemos en el CEC, para trabajar que el coach sea conocedor de su propio proceso y sus propias sombras para no proyectarlas sobre el proceso de sus clientes.
Es cierto que solamente conocer, ya es un gran paso para gestionarnos en la sesión. Pero también que muchos de nuestros procesos suceden en nosotros de forma inconsciente y, sin percatarnos de ello, terminamos proyectando nuestras necesidades sobre los clientes.
Es precisamente aquí donde la supervisión se vuelve imprescindible. Un supervisor actúa como un espejo, como un coach del coach, ayudándonos a detectar qué hay detrás de nuestras dificultades: ¿Miedos? ¿Creencias limitantes? ¿Patrones inconscientes que interfieren en nuestra práctica?
Muchas veces he oído a coaches colegas míos comentar en su automatismo, “el cliente estaba cerrado y no había manera”, con un tono como si el cliente fuera plenamente consciente y responsable de su comportamiento y hubiera decidido estropear al coach “su” sesión.
La sesión es del cliente no del coach. Y si algo no fluye, la pregunta clave no es «¿qué le pasa al cliente?», sino «¿qué me está pasando a mí con este cliente?». La supervisión nos ayuda precisamente a explorar esas preguntas y a encontrar respuestas que, de otro modo, podrían seguir en la sombra.
El cliente simplemente hace lo que puede. Ni siquiera los coaches somos conscientes de todo nuestro proceso y todos nuestros comportamientos. Así que los clientes tampoco escapan a esta realidad de todos los humanos, luchando en la vida por ser felices y alejarse del sufrimiento.
Todos para lograrlo hacemos muchas cosas de forma consciente y muchas más de forma inconsciente. Lo más paradójico es que esto, finalmente, nos causa el sufrimiento del cual pretendemos huir.
El viaje de un coach y en general el viaje de cualquier profesión de ayuda, es un viaje constante de aprendizaje, evolución y crecimiento. En esta evolución, la práctica es una gran maestra y nos llevará muy lejos, pero no será suficiente.
Hay escollos y dificultades que no vamos a poder superar solos, sin ayuda. Necesitamos apoyo, una mirada externa, un espejo seguro que nos devuelva lo que nos está pasando, donde explorar nuestras dificultades sin miedo al juicio.
Yo he llevado a cabo supervisiones periódicamente por diversos motivos. Revisar mi práctica. Atender lo que me pasa y me afecta en las sesiones que hago. Entender mis emociones y cómo gestionarlas mejor, entre otras muchas razones.
Pero creo que no llegué a entender el profundo proceso de aprendizaje que supone para un coach supervisar hasta que, en una ocasión hace ahora más de 15 años, acudiendo a mi supervisora de entonces, llevé un caso en el que mi cliente se sentía bloqueado, y a pesar de mi indagación seguía en una permanente inmovilización.
Yo, por mi parte, estaba llegando también a un bloqueo en las sesiones con él. Y cuando le expuse el tema a mi supervisora, ella me miro con suma amabilidad y me dijo, ¿cómo estás tú ahora de bloqueado en tu propia vida? Hay veces en que una sola pregunta es suficiente.
Me ha pasado más veces con mi terapeuta o con mis supervisores, y a mis clientes con una pregunta mía. Una sola pregunta y algo ocurre. A mí, me ocurrió entonces. Comprendí. No fueron necesarias más palabras.
Y no solo entendí que efectivamente yo estaba también en bloqueo en algunos aspectos relevantes de mi vida que, aparentemente, nada tenían que ver con los temas que me traía mi cliente, y que, en ese momento, supe, sentí, tomé plena conciencia de que, sin duda, sí se afectaban unos a otros.
Sino que también me di cuenta de que un coach bloqueado en sus temas podía ser alguien con riesgo de caer en el bloqueo en sus sesiones.
Y, sobre todo, y esto es lo más importante, comprendí que supervisar no iba solo de mi desempeño como coach, de mi técnica, de mis herramientas o de mis dificultades en las sesiones, sino que iba también de mi relación con la vida, de mi proceso de crecimiento personal y de como yo, como coach, en el fondo soy yo como persona.
Comprendí que mi propio bloqueo estaba influyendo en mi forma de acompañar a ese cliente. Que no se trataba solo de herramientas, de modelos o de estrategias, sino de cómo yo, como coach, soy también un ser humano en continuo proceso. Y todo lo que pertenece a mi mundo como persona puede llegar a filtrarse en mi rol de coach.
Y entendí que la supervisión no es solo una técnica para mejorar nuestro desempeño, sino una oportunidad extraordinaria de crecimiento personal y profesional. Supervisar es más que un requisito, es un compromiso con nuestra propia evolución y con la excelencia en el coaching.
*Si deseas saber más y te interesa este tema, no dudes en conocer nuestra formación en Herramientas y Supervisión.
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ
José Manuel Sánchez es Socio-Fundador del CEC. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal.
Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT, en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.
Formador del curso «Herramientas y supervisión de coaching» en CEC.
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