Hablemos del miedo, porque nadie es ajeno a él.

A veces llega de golpe y se instala en el pecho como una piedra pesada. Otras, se cuela sin hacer ruido, disfrazado de un pensamiento que insiste justo cuando estamos a punto de hacer algo nuevo. Sea grande o pequeño, el miedo es el mismo: cambia el volumen, pero no la raíz.

Dicen los psicólogos que es una emoción básica, creada para protegernos. La RAE lo llama “angustia por un riesgo o daño real o imaginario”. Y entre esas dos miradas se dibuja algo muy cierto: el miedo nos avisa, nos cuida… pero también nos encoge cuando no lo entendemos.

El cuerpo lo sabe enseguida: el corazón se acelera, los músculos se tensan, la respiración se acorta. Yo lo siento como un peso que nace en el estómago y sube hasta la garganta, como si alguien me dejara una roca sobre el pecho. Y lo curioso es que no hace falta un peligro real para que aparezca. Basta una mirada que juzga, la posibilidad de equivocarnos o esa sospecha silenciosa de no estar a la altura.

Pero el miedo no solo vive en el cuerpo. También habita en la mente, en los pensamientos que se repiten hasta convencernos de que no podremos. El miedo a fallar, a decepcionar, a no ser suficientes. Esos miedos cotidianos que no gritan, pero calan. Y sin darnos cuenta, empiezan a decidir por nosotros.

Y es entonces cuando el miedo crece. No porque lo de fuera sea tan grande, sino porque dentro nos hemos ido encogiendo.

Ese es su truco más antiguo: hacernos creer que la montaña es demasiado alta y nosotros, demasiado pequeños.

Pero si respiramos y miramos con más calma, algo cambia. Descubrimos que la montaña no era tan empinada como parecía, o que no estábamos tan solos para subirla. Y sobre todo, recordamos que llevamos una mochila llena de recursos, aprendizajes y certezas que olvidamos cuando el miedo nos aprieta.

Y cuando dejamos de pelear con el miedo, aparece algo más sereno: la vulnerabilidad.

Porque en el fondo, la vulnerabilidad es el reverso del miedo. El miedo nos empuja a escondernos, a protegernos, a mantenernos a salvo. La vulnerabilidad, en cambio, nos invita a mostrarnos. A decir: sí, tengo miedo, pero aquí estoy. No se trata de que el miedo desaparezca, sino de atrevernos a seguir adelante aun con él.

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Dejar de escondernos detrás de la necesidad de control, de perfección, de seguridad absoluta. Reconocer que no sabemos cómo saldrá, que quizá nos tiemblen las piernas, que quizás necesitemos ayuda, pero que aun así elegimos avanzar. Eso es la vulnerabilidad: la valentía de mostrarnos tal como somos, sin garantías, sin máscaras. Y quizá esa sea la forma más pura del valor: seguir caminando, incluso cuando la voz interna todavía tiembla un poco.

A veces gastamos tanta energía intentando vencer el miedo que terminamos alimentándolo.

El camino no es pelear, sino algo mucho más humano: reconocerlo, darle un lugar, devolverle su tamaño real. Mirarlo sin dejar que nos devore.

Como decía Marie Curie, “nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido”.

Comprender el miedo no lo borra, pero lo vuelve más amable. Le quita la máscara de monstruo y lo deja en lo que realmente es: una emoción que solo intenta protegernos.

En coaching no trabajamos para eliminar el miedo, sino para entenderlo. Para ponerle palabras, ver qué juicios lo alimentan y redimensionar tanto lo de fuera como lo de dentro.

El coach no quita el miedo, pero acompaña a mirarlo desde otro lugar, a reconectar con los recursos que ya están ahí, a dar un paso coherente con lo que uno desea. Y entonces el miedo cambia de papel: deja de ser un muro y se convierte en un maestro.

Silvia equipo cec

SILVIA LÓPEZ-JORRÍN

Coach PCC (ICF), formadora y responsable del área académica en el CEC.

Está especializada en Coaching Sistémico, Coaching Corporal y Eneagrama. A lo largo de su trayectoria se ha centrado en el trabajo con la autoestima y la confianza corporal, integrando herramientas que facilitan procesos de transformación profundos y sostenibles.

Licenciada en Empresariales Internacionales (ICADE), combina su experiencia académica con una amplia formación en desarrollo personal.

Certificada en Alimentación Intuitiva, acompaña a las personas a reconciliarse con sus cuerpos y con la comida, ayudándolas a dejar atrás la cultura de dietas y a construir una relación más sana y libre con ellas mismas.

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