En un mundo saturado de palabras, ruido y velocidad, la escucha se ha convertido en un acto revolucionario. No me refiero simplemente a oír, sino a escuchar de verdad: con presencia, con el corazón abierto, con la voluntad de ser transformado por aquello que llega a nosotros.
Escuchar es uno de los actos más humanos que existen, pero también uno de los más olvidados. En la tradición espiritual y en la práctica contemplativa, escuchar no es un medio para obtener información: es una forma de presencia radical, una apertura hacia el otro y hacia lo sagrado.
Escuchar es detenerse
Vivimos en una cultura donde hablar se valora más que escuchar. Se premia la opinión, la respuesta rápida, la solución inmediata. Pero la escucha pide pausa. Escuchar es detener el flujo automático de pensamientos, juicios y respuestas para hacer espacio a lo que el otro trae.
Escuchar es una forma de silencio activo: no es pasividad, es atención. Es una renuncia momentánea al ego, al deseo de tener razón, de controlar la conversación o de ser comprendido antes de comprender.
Detenerse para escuchar también implica una escucha hacia dentro. ¿Qué partes de mí quieren interrumpir? ¿Qué miedo me impide abrirme al otro? ¿Qué heridas se activan cuando escucho algo que no comprendo o no comparto? En este sentido, la escucha se convierte en un acto de autoconocimiento y de humildad.
Escuchar es ofrecer un lugar sagrado
Cuando escuchamos de verdad, nos convertimos en un espacio. Un espacio donde el otro puede depositar sus palabras, su dolor, sus dudas, sus sueños. Escuchar es ofrecerse como receptáculo, como cuenco vacío que no juzga ni interrumpe.
Esta actitud, profundamente compasiva, tiene un efecto sanador. Cuando alguien es escuchado sin ser corregido ni interpretado, algo profundo se relaja. Se siente visto. Se siente reconocido en su humanidad.
Carl Rogers, uno de los padres del enfoque humanista en psicoterapia, decía que «cuando alguien te escucha sin juzgarte, sin intentar cambiarte, sin apurarte… es como si estuvieras descubriendo por primera vez quién eres». La escucha verdadera tiene ese poder: devolver al otro a sí mismo.
Escuchar es renunciar al saber
Escuchar es, en el fondo, una forma de no saber. Porque para escuchar con profundidad, tengo que soltar mis certezas, mis diagnósticos, mis etiquetas. Tengo que permitir que el otro se revele en su complejidad. Esto requiere un acto de humildad radical: aceptar que el mundo del otro puede ser muy distinto al mío, que su verdad no necesita coincidir con la mía para ser válida.
Esta es, quizá, una de las prácticas espirituales más exigentes. Escuchar sin querer cambiar al otro. Escuchar sin buscar una solución. Escuchar por el simple acto de estar ahí, de compartir la presencia. En muchas tradiciones espirituales —desde el zen hasta el sufismo— se enseña que no saber es un estado más fértil que saber. En ese «no saber», en ese corazón vacío, pueden nacer los verdaderos encuentros.
Escuchar a la vida
La escucha no es solo interpersonal. También podemos escuchar a la vida. A las señales sutiles que nos ofrece. A los susurros de nuestro cuerpo. A los ciclos naturales que nos atraviesan.
Escuchar la vida requiere sensibilidad, y para desarrollarla necesitamos desacelerar. Necesitamos volver a habitar el presente. En ese estado de atención plena, el mundo nos habla. A veces en forma de intuiciones. A veces en forma de sincronicidades. A veces, en forma de silencio.
Escuchar la vida también es escuchar el sufrimiento. El propio y el ajeno. No para sumirnos en él, sino para acompañarlo. El dolor necesita ser escuchado para poder liberarse. Muchas veces, cuando sufrimos, lo que más anhelamos no es una solución, sino una presencia que no se aparte. Una presencia que no huya ante nuestra vulnerabilidad. Eso también es escucha.
Escuchar al silencio
Hay una escucha que va más allá de las palabras. Es la escucha del silencio. Un silencio que no es vacío, sino lleno de presencia. Un silencio fértil, donde las cosas esenciales se comunican sin necesidad de lenguaje. Escuchar al silencio es una práctica que nos conecta con lo que está más allá de lo conceptual. Es en ese espacio donde podemos intuir lo sagrado. Lo que no se nombra, pero se siente. Lo que no se enseña, pero se revela.
Muchas veces, el acto más profundo que podemos ofrecer a otro ser humano es simplemente estar en silencio con él. Sin llenar, sin explicar, sin aconsejar. Solo estar. Porque en ese estar, en ese silencio compartido, algo esencial se transmite: la experiencia de no estar solo.
Escuchar es volver al corazón
Escuchar es una vía directa al corazón. No al sentimentalismo, sino a la fuente viva de nuestra compasión, de nuestra humanidad compartida. Cuando escuchamos con el corazón, nos reconocemos en el otro. Entendemos que, más allá de nuestras historias individuales, hay un campo común: el anhelo de ser amados, de ser comprendidos, de pertenecer.
La verdadera escucha no es solo una técnica, ni siquiera una habilidad. Es una disposición del alma. Una forma de mirar el mundo con ternura, con respeto, con presencia. Es una práctica espiritual cotidiana, silenciosa, pero poderosa. En tiempos de ruido, escuchar es un acto de amor. Y como todo acto de amor, transforma.

MIRIAM ORTIZ DE ZÁRATE
Socia directora del CEC.
Coach MCC por la International Coach Federation.
Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid.
Ha realizado estudios de especialización en Coaching individual y de equipos, coaching sistémico, coaching corporal, coaching energético, Psicoterapia Gestalt, Psicoterapia Integrativa, Eneagrama, Constelaciones Familiares y Organizacionales, Bioenergética, etc. (Instituto de Empresa, Centro de Estudios Garrigues, Escuela Europea de Coaching, Escuela Madrileña de Terapia Gestalt, Programa SAT de Desarrollo, IPH, Fundación Claudio Naranjo, Fundación Tomillo, Improving Network, Sensum Systemic, Instituto Hellinger de Holanda, Talentum, Emana, etc.)
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