¿Ha de ser el coach un ser “empático”? Esta pregunta parece tener una respuesta rápida y afirmativa. En las profesiones de ayuda se presuponen unos ciertos rasgos en quienes las ejercen y la empatía parece que es una constante en esas características.
Hace unos años había otras opiniones profesionales. Un colega, un coach duro y cañero, con muchas horas de vuelo, mantenía que la empatía no era imprescindible para la práctica de nuestra profesión: “Somos un engranaje bien engrasado para que fluyan los elementos que hacen que nuestro cliente consiga sus objetivos. Somos unos puros hierros dentados”. En su opinión, “un exceso de empatía puede subjetivizarnos, hacernos abandonar una cierta distancia para poder ayudar mejor al proceso”. “No se trata de ser un trozo de hielo, pero desde luego hay secuencias de preguntas en la conversación de coaching que provocan confrontación y que serían imposibles desde la empatía”
A esa manera de ver las cosas se ha impuesto la práctica actual del coaching en la que ya siempre intervienen factores de inteligencia emocional imprescindibles para generar procesos de éxito. Cualquier coach es capaz de integrar esta parte confrontativa como todas las demás que se plantean desde la coachingpatía, desde el lado del corazón, desde la aceptación incondicional y desde la apertura. Solo cuando esto se produce aparece la confianza que el cliente va a necesitar para adentrarse en su propio proceso, sintiéndose sostenido y acompañado a nivel profundo. Y en este contexto, por supuesto, habrá confrontación. Una confrontación que se produce desde un lugar de máximo respeto y que no daña, porque surge de la intimidad y de la confianza que se ha ido generando.
La empatía como concepto supone “la capacidad de comprender la vida emocional de otros, casi en toda su complejidad”. Pero esto no presupone compartir las mismas opiniones y argumentos que justifiquen el estado o reacción que expresa la otra persona. Ni siquiera significa estar de acuerdo con el modo de interpretar las situaciones con carga afectiva del interlocutor. Lo que sí implica es una escucha activa que es una característica que sí debe cumplir el coach.
Pero, ¿siempre debemos mantener esa actitud empática? Un exceso de empatía en nuestras conversaciones sería como una sobredosis de azúcar para un diabético. El coach debe estar atento y “soltar” aspectos como la confluencia o la complacencia para resonar con realidad con nuestro cliente sin que esto nos arrastre y nos haga perder el marco de nuestro contrato de coaching.
¿Y qué pasa cuando nuestro cliente ambiciona una meta que apenas podemos asumir, algo que nuestra ética (que no deja de ser un juicio) considera errónea y en la que entran cuestiones morales o emocionales?
Si un cliente nos plantea como objetivo que desea fortalecer sus músculos y que tiene muchas dificultades para disciplinarse y acudir con regularidad al gimnasio, nos parece una meta asumible y podemos trabajar perfectamente con ello. Es un objetivo claro y, hoy por hoy, hasta cierto punto habitual en coaching personal. Pero si avanzamos en el “para qué” y nos encontramos con que lo que quiere es pegar una paliza a alguien e incluso llegar a matarle (perdonad la exageración), ¿debemos continuar con el proceso?, ¿le deben importar al coach las razones por las que quiere conseguir el objetivo, o es que el verdadero objetivo es ese “Paraqué”? Y si lo es, ¿cómo podemos mantener nuestra empatía si no la sentimos?
Respecto a nuestra ética, yo como coach puedo elegir no acompañar al cliente a este objetivo, porque es algo que tiene que ver conmigo, con mis valores; en definitiva porque cuestiona mi ética. Aun así, evito juzgar al otro, no presupongo ni el bien ni el mal.
Cierta parte de la profesión hasta hace pocos años evitaba en lo posible las competencias emocionales, quedándose en aspectos puramente profesionales. El deporte o la empresa eran lugares en los que lo emocional era un terreno muy desconocido y, a veces, proscrito; y desde luego introducir determinadas habilidades relacionadas con lo “sentimental” con el presidente de una gran compañía eran inauditas en la práctica de la profesión, salvo que hubiera un reclamo directo por parte de ese cliente y, en tal caso, muchos profesionales se veían impedidos para ayudarle.
Con el tiempo se ha demostrado que el trabajo en el aspecto emocional es imprescindible porque no se puede dividir a la persona entre lo emocional y lo puramente racional como tampoco entre cuerpo y emociones. Porque nuestra verdadera ambición como profesionales no se detiene en la consecución del objetivo que nos plantea nuestro cliente. Nuestro propósito secreto es que la persona que ha pasado por un proceso de coaching aprenda herramientas que le sirvan en un futuro, reciba una enseñanza transformacional que cambie determinados usos profesionales o personales que van a mejorar su vida. Afortunadamente el coach cada vez tiene más elementos de ayuda, más conocimiento emocional, corporal, sistémico del universo de sus clientes, porque lo tiene de sí mismo, por su propio aprendizaje y transformación. Razón y emoción viajan juntas y, desde el coaching, así debemos considerarnos a nosotros mismos y nuestros clientes.
Respecto a ese carácter tranformacional del coaching, esa huella que dejan las conversaciones en managers o incluso en responsables políticos, Bob Wall en Coaching for emotional Intelligence nos habla sobre las habilidades emocionales y que “estas destrezas marcan la diferencia entre un gerente meramente competente y un gerente verdaderamente eficaz. Se puede lograr mucho si se tiene una visión más clara del concepto de inteligencia emocional ” y desde luego incluye a la empatía como uno de los componentes imprescindibles de ese tipo de inteligencia que debe manejar un profesional del coaching.
En muchos casos nuestro cliente, tras el proceso de coaching, es capaz de abrir con más confianza esa puerta de lo emocional en el marco de su vida y de sus relaciones. La Coachingpatía que desprende el coach es contagiosa.
Creo que sin el manejo de habilidades emocionales no se puede conseguir esa transcendencia del proceso de la que hablábamos, ese sello que deja el coaching en muchas personas que trabajan un proceso por primera vez. Y la Coachingpatía es una de ellas porque favorece la total percepción de las emociones y sensaciones de los otros, despierta nuestra escucha más activa y efectiva y también, por qué no, potencia la asertividad en ambos lados del proceso, lo que refuerza la conversación y genera resultados positivos.
En un proceso de Coaching, nuestra apertura de corazón tiene la misión fundamental de crear un vínculo de confianza con nuestro cliente, nos ayuda a acercarnos más a su ser completo, y si nos ponernos realmente en su lugar y le ayudamos a que se sienta libre, podrá expresarse con más naturalidad.