En un proceso de coaching, quizá lo más llamativo es que hay dos personas trabajando por un mismo objetivo pero con personalidades y cometidos muy diferentes. En definitiva hay dos egos, concepto que en ocasiones se entiende de una manera equívoca. Pero es inevitable que aparezcan, que se manifiesten, que haya transparencia en el proceso y se vea como algo que ayuda y hace resbalar sobre todo las emociones que van a intervenir.
Por Luis Llorente
A través del ego nos reconocemos y somos conscientes de nuestra propia identidad, por lo tanto es el punto de referencia que tenemos de los fenómenos físicos y nos hace de guía entre la realidad del mundo exterior y los ideales del superyó o los instintos y la rigidez que a veces superan la fantasía del ello.
Pero al mismo tiempo el ego es nuestro termómetro social y nuestras relaciones con los otros están basadas en ese rol que nos muestra el ego. Es muy habitual calificar a un semejante por la escala de ego . “Tiene mucho ego” suele significar que es una persona soberbia, muy segura de sí misma, quizá presuntuosa. Su contrario, con poca cantidad de ego, pasará por un individuo temeroso, apocado y con poca iniciativa.
Pero estas apreciaciones son puramente sociales. Están en función de los tiempos en los que vivimos y también por el tipo de acciones que se nos exigen. Por tanto hay que mirarlas en su justa medida.
El coaching, quizá sin pretenderlo, minimiza en muchos casos esa importante significación del ego (eliminarlo como tal es imposible). Nuestros procesos basados en ganar batallas parciales para ganar la guerra, necesitan que esos egos, tanto del cliente como del coach, se aparten de lado y permitan una comunicación más sincera o, en otras ocasiones, que afloren y contribuyan en las decisiones que toma el cliente, pero de manera natural.
El coach por su parte debe tener un entrenamiento. Aceptar nuestro ego con sus bondades y maldades y convivir con ambas es un camino que cualquier profesional debe acometer. Cuando acompañamos en un proceso, debemos estar en relación con nuestro cliente, en una relación en la que todo nuestro cuerpo y nuestro entendimiento está en el otro, en su objetivo y en su éxito, y debemos aprender a ceder a las tentaciones de nuestro ego profesional. Sin embargo el ego, por lo que significa no debe desaparecer. Un equilibrio complicado.
Mientras, nuestro cliente nos expondrá diferentes aspectos de su personalidad y necesitaremos muchos “para qués” para que detecte algún abuso del ego. Traerle al aquí y al ahora y hacerle contestar a preguntas como ¿Eres lo que tienes?, ¿Eres lo que dices?¿Eres a lo que te te dedicas? , trabajar esa parte mentirosa del ego, pero no con la vocación de resolverla sino contando con que está ahí y tenemos que seguir hacia delante.
El coaching puede en ocasiones revisar el proceso y con la disposición del cliente trabajar escenarios de exceso o déficit de ego a través de conversaciones sobre autoestima o empatía.
El papel del coach es aun más preciso y debe alejarse de ese espejo (que a veces aparece) de las necesidades no cubiertas que tenemos los coaches.