Cuando hablamos de trabajar con el cuerpo, me he dado cuenta de que, en clase de coaching corporal, los primeros días, los alumnos llegan sin la clara conciencia de lo que esto significa. Se sienten atraídos por el trabajo con el cuerpo, han experimentado su enorme potencial en sí mismos, pero no se hacen una idea de cómo llevarlo a cabo con sus clientes.
Es por esto que he pensado trasladar alguna experiencia real que pueda ayudar a hacer más tangible el conocer, de que hablamos cuando hablamos de trabajo corporal. Como aplicamos la teoría polivagal, la neurociencia, el mindfulness, la bioenergética o el Chi kung, por poner algunos ejemplos, en el trabajo somático con el cliente.
Lo he hecho modificando lo necesario para conservar el anonimato de los clientes y además con el consentimiento previo de las personas implicadas.
Naturalmente lo que aquí contaré es una breve secuencia de intervención corporal en el marco de un trabajo más amplio por razones obvias de espacio.
Cuando Antonio vino a mí despacho a trabajar, lo más destacado de su demanda era su necesidad de aprender a gestionar, y el deseo de eliminar de su vida, el miedo constante que lo inundaba. Tenía el miedo como si esta emoción fuera algo indisoluble de si mismo, como parte de su ser. Temía cualquier cambio, cualquier decisión, que pudiera perder lo que tenía o que sus seres queridos pudieran sufrir cualquier daño o dolor. Temía equivocarse, cometer errores, elegir caminos o acciones en la vida incorrectos. Dudaba constantemente antes de tomar cualquier iniciativa, prefería adaptarse a las circunstancias antes que iniciar cualquier movimiento que pudiera generar un nuevo escenario.
Su cabeza estaba siempre en ebullición, imaginando escenarios catastróficos, ideando planes alternativos ante posible errores o problemas, imaginando dificultades y graves consecuencias en cualquier iniciativa por pequeña que fuera e ideando estrategias alternativas a cualquier eventualidad. No una estrategia, sino varias según todos los posibles escenarios que él podía imaginar.
Manifestó que no podía evitarlo. Que era algo automático, que ya había trabajado sobre ello y era consciente de una enorme necesidad de control, que ya sabía que era una locura y que no era real, pero que el miedo seguía ahí de manera constante.
Con el paso de los años, había ido aprendiendo a tomar algunos pequeños riesgos y esto le había proporcionado un gran resultado. Me decía que si hubiera venido hace algunos años la cosa estaba mucho peor.
Trabajando con el coaching a través del diálogo, las creencias y lo que subyacía a ese miedo, llegamos en la primera sesión a un lugar que ya conocía. Ya sabía que era false esa creencia. “Es como si estuviera incrustada en mí de manera física”, dijo.
Antonio no recordaba desde hace cuánto tiempo tenía miedo. Para él, esto había sido así siempre. El mundo era como un gigantesco campo de minas y tomar una decisión equivocada podía tener consecuencias catastróficas.
Tenía a sus espaldas un largo historial de procesos de coaching y de terapia y ya solo quedaba que Antonio reuniese el coraje de ponerse en acción. Dar pequeños pasos que le fueran devolviendo seguridad a medida que los avances demostrasen como la incertidumbre y el riesgo traía consigo desafíos para los que tenía recursos suficientes y que podía y sabía afrontar.
Sin embargo, esos pasos debían de sostenerse sobre un recurso de partida que tenía que darle la energía suficiente para confiar. ¿Cómo entregarle esa energía de confianza? Las palabras y los razonamientos hasta ahora no habían funcionado.
Observé a Antonio. Cómo el miedo habitaba su cuerpo, su forma de sentarse, su manera de moverse, la actitud comedida, cuidada, cómo de tratar ser agradable y de que todo fuera agradable, que mantenía en todo momento.
Un esfuerzo constante en que todo fuera seguro. Predecible. Tratando de reducir la incertidumbre. Viendo como su mirada buscaba sentir confianza para poder manifestarse, como la duda atenazaba su rostro y la forma en la que se sentaba. Trabajar a través de su cuerpo, antes de seguir con indagaciones más lingüísticas, podía ser un camino firme y rápido de dotar a Antonio de los recursos necesarios para que pudiera ponerse en marcha y la propia experimentación en la acción traería el resto.
Le propuse trabajar en nuestra siguiente sesión desde el cuerpo, con instrucciones que corporalmente llamamos de abajo arriba. Sin pasar en una primera instancia por la parte consciente de nuestro ser, aunque si la inconsciente. Antonio parecía confiar en mí y se animó a arriesgarse, con miedo naturalmente pero también, como dijo él, empujado por la desesperación.
Quedamos para vernos la semana siguiente.
En esa semana atendí muchas otras personas, impartí clases en la escuela y sesiones en empresa… aunque también dediqué tiempo a pensar en Antonio y en como la clave era poder devolverle la conexión con la confianza básica. Así lo llamamos en corporal. Y esto debía ocurrir en el mismo plano en el que el miedo lo habitaba. En su cuerpo. Conseguir inyectar la confianza en su ser a través del cuerpo.
La confianza en uno mismo está relacionada con la capacidad para conectarse y recorrer el propio sendero. Cada vez que queremos recorrer el sendero de otros en la vida, surge la comparación y la imposibilidad de hacerlo bien. No es nuestro sendero, estamos imitando el caminar de otro, los recursos y las formas de otros y esto no es conectarnos con nosotros mismos.
La confianza supone no enfocarnos en la precaución y en la eliminación del riesgo, evidentemente dentro de lo razonable, sino enfocarnos en los recursos propios para saber afrontar lo que la vida nos depare. No evitar la vida, sino reunir el coraje de vivirla y confiar en nuestra capacidad para afrontar sus avatares. No tanto impedir a toda costa la caída sino también, concentrarnos en nuestra capacidad para recuperarnos y volver a levantarnos.
En definitiva, confianza es poner los pies en el suelo y sostenerse. La palabra clave es sostener. Mirar al miedo sin retroceder y sostenerse ante la incertidumbre. Solo así, el desafío muestra su rostro verdadero y su auténtica dimensión. Solo en el presente sostenido, el peligro se vuelve cotidiano.
En la siguiente sesión iniciamos un trabajo orientado a que su cuerpo recordara su capacidad para sostener y sostenerle. Trabajamos el enraizamiento. Una serie de ejercicios corporales relacionados con la forma en la que andaba, y especialmente llevando la conciencia a la pisada. Trabajamos la conciencia y la presencia en los pies y en la pisada. En el contacto con el suelo.
Y esto lo hacíamos en todos los movimientos del día. Al sentarse en la forma se sentarse, bajando la cabeza en último lugar. Y al levantarse, levantando la cabeza en primer lugar. Antonio enseguida pudo comprobar cómo se levantaba haciendo que su cabeza tirase de su cuerpo en lugar de hacer uso de sus apoyos, los pies y las piernas y en conjunto todo el tren inferior de su cuerpo.
Trabajamos ejercicios de mantener el equilibrio, reduciendo los puntos de apoyo del cuerpo o dificultando las posturas para que su cuerpo reaccionara y acudiera a sus recursos para sostenerse. El cuerpo sabe crecerse ante la adversidad.
Sentarse hasta casi tocar la silla y permanecer en esa postura, elevar una pierna y apoyar la planta del pie sobre la cara interior del muslo de la otra.
Las instrucciones eran dadas por mi en un tono hipnótico y de cuidado, dejando espacio para que Antonio pudiera poner los límites que su auto cuidado necesitase. Invitando a ir más allá de lo cómodo pero también, no desafiarse en exceso, dando reconocimiento a lo que su cuerpo fuera o no capaz de hacer.
Los ejercicios se iban adaptando a él y a sus posibilidades.
Al final de la sesión, practicamos una breve meditación energética de enraizamiento y unos breves ejercicios para que realizase todas las mañanas en la intimidad de su baño, sin tener que dar explicaciones a nadie si no lo deseaba. Después le enseñé unos ejercicios de respiración, de conexión con el suelo y de trabajo con el músculo perineo para hacer tantas veces durante el día como recordase, totalmente compatibles con cualquier actividad que estuviera realizando.
Al salir de la sesión, al darnos la mano, Antonio parecía tener ya otra energía. Me miró a los ojos y mantuvo la mirada mientras nos despedíamos.
Quedamos en vernos en 15 días, después de que hubiera practicado todo lo aprendido.
Continuará…
José Manuel Sánchez
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.
Codirector del programa “Coaching Corporal” en el CEC.