Por José Manuel Sánchez
En cualquier grupo de seres humanos, sus diferentes miembros se comportan ejecutando roles. Estos roles son muchas veces de índole externo, consecuencia de las tareas desempeñadas: Director de Ventas en un grupo empresa, tesorera en una asociación, voluntario en una ONG, entrenadora en un equipo deportivo, moderador de un debate o una reunión, facilitadora de una formación, el gestor del tiempo en la reunión, el maestro de ceremonias de un evento, el coach en una sesión, etc. Se trata de roles sociales que están establecidos por la función.
En paralelo existen otros roles que ocupamos socialmente y que tienen que ver más con nuestra forma de relacionarnos con el mundo. El divertido, el gracioso, el mandón, el obediente, el rebelde, el disciplinado, el extrovertido, el introvertido. Son roles que actuamos en relación y que tienen que ver con ocupar un lugar de pertenencia en el grupo. El desempeño de este rol nos da seguridad al sentir que desempeñamos un papel en el grupo y de esta forma hay mayor garantía de formar parte. Estos roles no siempre son deliberados, algunas veces sí, pero la mayor parte del tiempo no lo son, son una parte de nuestra estructura de personalidad manifestándose en relación.
Estos últimos roles, que frente a los sociales podríamos llamar psicológicos, también pueden ser más inconscientes y profundos y pueden manifestarse tanto en relación con los otros, como en relación con el mundo en general, con la vida, con los objetos o con uno mismo. Así surgen los roles del miedoso, el valiente, el audaz, el humilde, el soberbio, el vanidoso, el enfadado, el adaptativo, conformista, sensible, rebelde, colérico, inflexible, permeable, comprensivo, el que confía en sí mismo y el que no, etc…
Los llamados roles sociales terminan por demandar también determinados comportamientos o actitudes psicológicas, mentales, emocionales y corporales, necesarios para el desempeño de la función. Así el líder debe de ocupar el espacio, influir en los demás, saber motivar, escuchar, estar al servicio del desarrollo de su equipo, ser vulnerable y saber confrontar, etc.. Esto muchas veces causa un conflicto entre los deseos de la función de alguien y el desarrollo de los comportamientos del rol adecuado a esa función. No se trata de un rol exclusivo puesto que muchos roles diferentes pueden generar desempeños extraordinarios de diferentes tipos de líder, pero algunas acciones del rol parecen ser imprescindibles para esa función, como por ejemplo la escucha. A este tipo de comportamientos del rol, se le denomina comúnmente, competencias o habilidades.
Los llamados roles psicológicos nacen de la necesidad de pertenecer y sobrevivir y como consecuencia de nuestra interacción con el mundo. En gran medida son inconscientes en su origen y solo somos conscientes de su manifestación, que muchas veces vivimos con orgullo o como una carga, pero que siempre es limitativa de algo, seamos conscientes de ello o no.
Un rol no elegido de forma consciente sigue siendo una elección inconsciente de nuestro organismo como mejor mecanismo de relación para ganarnos el afecto de los demás, o para sentirnos seguros. En definitiva, para sentir que vamos a sobrevivir. Y como elección supone escoger un determinado comportamiento y no otro y por tanto una limitación. Si elijo de manera consciente una actuación, sé que hay otras opciones disponibles y si descubro que esa actuación no es la más adecuada, puedo escoger otra y modificar mi comportamiento. Pero cuando el rol es algo elegido inconscientemente, aún cuando somos conscientes de que actuamos de una manera determinada, no sabemos cómo modificarlo porque “yo soy así”. El resultado es que repetimos una y otra vez la misma estrategia, porque no somos conscientes de ser capaces de hacer ninguna otra.
Por tanto, los roles psicológicos, en general automáticos, son siempre una limitación en la medida en que están dejando fuera otros comportamientos que, aún siendo en ocasiones más adecuados, somos incapaces de adquirir modificando o eliminando los que ya estamos ejecutando.
Estos roles generados por nosotros mismos como búsqueda de la seguridad y la pertenencia van respondiendo a modelados de personas de referencia y en la infancia son especialmente influenciados por nuestras figuras parentales. Todo niño en lo más profundo de su interior quiere ser amado por sus padres y está dispuesto a conseguir su atención cueste lo que cueste. Incluso modificándose a sí mismo y eliminando de su personalidad aquellas manifestaciones externas, emocionales y corporales que no tengan un eco positivo en los padres.
Eliminamos de nosotros aquello que creemos que no va a gustar y vamos llevando a la sombra una parte de nuestro ser que queda camuflado o sepultado bajo una estructura corporal adaptativa y una estructura de personalidad que consideramos digna de amor. En ocasiones, incapaces de encontrar ese amor, generamos roles o personajes que creen que no lo necesitan o que a base de rebeldía buscan obtener la atención de los padres o sufren frustración por considerar que hagan lo que hagan nunca es suficiente y que esa mirada amorosa de papá y mamá nunca llegará o no llegará como queremos que nos llegue.
Así vamos creando personajes que se vuelven exigentes, miedosos, egoístas o forzadamente alegres con el fin de obtener la mirada de los demás. Poco a poco estos personajes nos van atrapando, sofisticando y modelando hasta el punto de convertirse en un comportamiento automático del que no sabemos salir. Así el exigente aprenderá a serlo aparentando que no lo es. El generoso será un generoso interesado. Personajes y roles que buscan la aprobación o la seguridad de ocupar un lugar en el sistema.
Pero como personas somos mucho más complejos que solo esos «personajes». Dentro de nosotros habitan los roles más expresados y también los más ocultos, la sombra y la luz. Dentro tenemos muchas voces porque somos mucho más complejos que los estereotipos que muchas veces expresamos.
En nuestro interior hay una voz que ejecuta las acciones y otra que las juzga, una apegada a los acontecimientos y otra más ajena. El matrimonio compuesto por Hal y Sidra Stone en los años 70 publicaron la técnica terapéutica del diálogo de voces como método para trabajar los distintos roles que habitan en nuestro interior y generar entre ellos un diálogo que ayude a la persona a tomar conciencia de lo que le ocurre y entrar en acción.
De forma similar, el análisis transaccional de Eric Berne hace referencia a voces internas del sistema al hablar de tres voces en nuestro interior, el padre, el niño y el adulto.
Para los Stone, en el interior hay roles más conscientes o más manifestados o roles primarios y después hay roles o voces que nunca son escuchadas. Arrinconadas y reprimidas en el interior pero que tienen un relevante impacto en el comportamiento o en el estado de bienestar de la persona.
El método del diálogo de los yoes es una herramienta muy usada también en el mundo del coaching. Establece un escenario donde los roles más atrapados en el ego como el controlador o el juez interior, queden al margen de ejercer su control y todas las voces de nuestro sistema interior puedan tener su espacio y puedan manifestarse.
Tanto los yoes primarios o más “expresados” hacia el exterior como “venta” de la identificación de quienes somos, como los roles rechazados, o los roles relegados a la sombra por temor a ser rechazados, son escuchados en este proceso. Esto nos da una nueva visión y una ampliación de conciencia que podemos integrar en nuestro interior con ayuda de ese ego ahora más consciente y de la voz o testigo neutro desapegado y sabio que todos tenemos.
De esta forma, con un diálogo interno ahora más consciente, podemos ser más conocedores de nuestras necesidades, emociones y creencias en cada momento y podemos accionar ante un evento y no reaccionar atrapados en el automatismo.
El coaching trabaja con sus clientes desde el diálogo de las voces del sistema interior de la persona, usando la silla vacía o sillas, ocupando las diferentes posiciones perceptuales o trabajando el coaching de personajes desde el psicodrama, representando el personaje que con respecto al reto está siendo el cliente en este momento de su vida, su forma de andar, su estructura corporal, sus emociones y finalmente sus pensamientos y creencias y desde ahí ver como sería el rol o personaje que le gustaría ser en la situación ideal y trabajar el tránsito de uno a otro y la relación que eso tiene con tomar acciones y cambios en su vida.
José Manuel Sánchez. Es socio-director del CEC. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito personal y profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico, Constelaciones organizacionales y familiares, Gestión emocional, terapia Gestalt, Mindfulness, Focusing, Movimiento esencial, Seitai, Escuela de la respiración y Terapia Corporal Integrativa.
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