SUPERVISIÓN Y DESARROLLO PROFESIONAL
Por Luis llorente
La supervisión en coaching como en otras profesiones de ayuda, tiene mucho que ver con la humildad y con el mantenimiento de un espíritu abierto al aprendizaje. A menudo los profesionales vamos acumulando experiencia, que sin duda nos ayuda a desarrollar con mayor pericia el acompañamiento, pero, en la misma medida, vamos acumulando errores o éstos se van agrandando por no tener un espejo que nos devuelva la realidad en la que nos movemos en el desarrollo de la profesión. “Somos seres en esencia soberbios” y a veces nuestra realidad se impone en detrimento de la de las personas que acuden a nosotros.
Supervisar significa mirar desde lo alto, cuestión física que nos permite analizar mejor, comprender mejor lo que vemos sin que nada pueda estorbar nuestra capacidad de entender.
La supervisión es pues necesaria y bajo mi punto de vista debe basarse en primer lugar en la Reflexión.
Reflexionar es “Pensar atenta y detenidamente sobre algo“. Es uno de los pilares básicos si entendemos nuestra profesión de una manera humilde y constructiva. Reflexionando tenemos la oportunidad de parar, de distanciarnos y darnos el tiempo necesario para revisar el trabajo realizado, desarrollando autoconciencia sobre el proceso de coaching que se está facilitando.
Se trata, por tanto, de desarrollar conciencia sobre uno mismo, como profesional y como persona, ya que nuestro trabajo pasa necesariamente por nuestra propia personalidad, cuestión importante que tenemos que tener en cuenta para gestionar nuestro ego y evitar así intoxicar el proceso de coaching con aspectos que pertenecen a nuestro ámbito y no al del cliente.
Con la supervisión podremos profundizar en nuestras áreas de mejora y cambiar algunas de nuestras prácticas que por entrar en una dinámica de inercia no apreciamos si no es a través de otro profesional que nos las señale.
Leonardo Wolk entiende la tarea de supervisión como “un proceso constructivo en un contexto de mutuo descubrimiento de lo cual podrá derivarse una expansión en la práctica de la competencia del coach“.
La reflexión por tanto, se coloca como uno de los pilares básicos que actúan en el proceso de supervisión. Un supervisor externo es especialmente relevante como figura que puede acompañar hacia el autoconomiento, enfocando aspectos de nuestra propia historia: personal, familiar, cultural, etc. que a menudo se hacen presentes y enturbian nuestro trabajo hacia los demás.
Con la supervisión podremos profundizar en nuestras áreas de mejora y cambiar algunas de nuestras prácticas que por entrar en una dinámica de inercia no apreciamos si no es a través de otro profesional que nos las señale.
Fruto de la reflexión, el aprendizaje aparece como otro de los ejes maestros en la supervisión. La importancia de que seamos capaces de declararnos incompletos en nuestra práctica y queramos ser mejores cada día, implica una actitud abierta a introducir nuevas maneras de estar ante el cliente. La supervisión es como el Proceso del que hablamos al cliente y no deja de ser una conversación efectiva que nos despeja dudas y nos ayuda a alcanzar una mejora profesional. Nuestro propio desarrollo irá a favor del desarrollo de nuestros clientes, dándonos nuevas visiones, haciendo que miremos el proceso de una manera más positiva y con más herramientas.
Si un programa de supervisión se acepta como necesario, el coach debe asumir el cuestionarse su “maestría”, revisando los casos mediante las preguntas del supervisor. El supervisor pregunta detalladamente sobre el origen y el contexto de la solicitud que recibe de nosotros, el modo en el que nos hemos comprometido en el proceso, el contexto en el que surgió la petición, el tipo de relación que se generó en el curso de las sesiones, las estrategias de resistencia al cambio empleadas consciente o inconscientemente por el cliente, y el grado de “anestesia” que tenemos respecto a ellas.
La profesión de coaching implica que estemos un poco a la sombra de nuestros clientes ya que únicamente lo que le presentamos es un test de escucha y nunca una solución. Supone confrontar nuestra imposibilidad de cambiar nada, al mismo tiempo que asumimos el poderoso papel del que plantea preguntas.
Este estatus da lugar a un “juego de poder entre coach y cliente, dinámica que se repite entre el supervisor y el coach. Es básico que el coach encuentre un espacio para trabajar sobre sí mismo, libre de juicios, y donde su propia “zona de confort” quede tan desprotegida como sea posible.
Las preguntas o procedimientos empleados por el supervisor en el transcurso de una sesión de supervisión son muy parecidas a las que utilizamos en una conversación habitual de coaching y actúan como facilitadores en un proceso de cambio. Nos permiten familiarizarnos con la estructura de nuestro “mundo interior” y cómo nuestro sistema organiza la información. Podremos ser capaces de ver/comprender/aceptar con mayor claridad la relación que tenemos con el mundo exterior.
El proceso elegido por el supervisor para ver con claridad nuestro trabajo dependerá de la naturaleza de la petición que hagamos, igual que la que consideramos como Objetivo cuando actuamos desde el rol de coaches. El espacio/tiempo de supervisión es un espacio de co-creación en el que reina la duda en forma de preguntas, tanto para el coach como para el supervisor. Es un lugar donde ambos tratan de analizar conjuntamente lo que sucede con el coach, con su cliente, en la relación, y en qué forma el proceso que hemos iniciado podría servir como espejo del sistema en el que se desenvuelve nuestro cliente.
Cuanto mayor experiencia en nuestra práctica profesional, mayor necesidad de ese “control”, mayor tolerancia a la permeabilidad, mayor apertura al aprendizaje