Este es un tema profundo y esencial tanto en nuestra práctica como coaches, como en la vida: la culpa que surge al poner un límite. En algún momento, todos hemos sentido ese peso emocional al marcar una línea, ya sea con un ser querido, en el trabajo o incluso con nosotros mismos.
Sin embargo, me gustaría invitaros a mirar ese sentimiento desde una nueva perspectiva: la del crecimiento personal y el amor propio.
En coaching, sabemos que poner límites no es egoísmo, sino un acto de autocuidado y respeto hacia uno mismo. A través del coaching, acompañamos a nuestros clientes en el proceso de descubrir lo que realmente necesitan, de conectarse con su esencia, y aprender a decir «no» cuando es necesario. Esto es clave para construir relaciones auténticas y saludables, tanto con los demás como consigo mismos.
Desde el coaching, exploramos el origen de esa culpa. A menudo no es evidente, sino que se manifiesta en formas sutiles. Muchas veces, surge de patrones aprendidos en la infancia, cuando nos condicionaron a pensar que, para ser aceptados y queridos, debíamos complacer a los demás.
Aprendimos que decir «no» o priorizar nuestras necesidades era egoísta, y con el tiempo, construimos una imagen de nosotros mismos basada en el sacrificio y la entrega incondicional, convencidos de que solo siendo siempre generosos, disponibles y dispuestos a ceder, seríamos dignos de amor y aceptación.
La culpa aparece cuando rompemos con estos patrones antiguos, cuando reconocemos que nuestras necesidades también son importantes. Sin embargo, este reconocimiento no es sencillo. El miedo a decepcionar, ser malinterpretados o incluso rechazados puede generar una incomodidad profunda, una culpa que en ocasiones parece abrumadora.
Este miedo a la reacción de los demás puede ser tan fuerte que nos lleva a cuestionar nuestras decisiones, priorizando el bienestar ajeno por encima del nuestro. Nos preguntamos: ¿Nos retirarán su afecto? ¿Nos juzgarán como egoístas? ¿Nos harán sentir culpables por haber actuado de forma diferente a lo que esperan?
En coaching, ayudamos a los clientes a reconocer que este miedo, alimentado por creencias limitantes y experiencias pasadas, no tiene por qué definir su presente. El proceso de coaching crea un espacio seguro para explorar esos miedos y comprender que, aunque el temor sea real, no significa que los peores escenarios vayan a suceder.
Acompañamos al cliente en la tarea de redescubrir su valor, enseñándole que no depende de la aprobación externa, sino de su propia validación interna.
La culpa, al igual que el miedo, está profundamente enraizada en creencias que hemos asumido como verdades durante años. Nos hicieron creer que ser generosos implicaba entregarnos por completo a los demás, incluso si eso significaba ignorar nuestras propias necesidades emocionales y mentales.
Desde el coaching, trabajamos con el cliente para desarmar estas creencias y comprender que poner un límite no es una falta de generosidad, sino un acto de amor propio. Porque solo cuando nos cuidamos a nosotros mismos podemos estar disponibles de verdad para los demás.
Este proceso de autodescubrimiento es una liberación. El cliente aprende a aceptar la culpa, reconociendo que priorizar su bienestar no es egoísta, sino esencial. Con el tiempo, se da cuenta de que sus límites no solo le protegen a él, sino que también hacen que sus relaciones sean más auténticas, saludables y respetuosas.
Aceptar la culpa como señal de crecimiento.
Una de las grandes enseñanzas del coaching es que el crecimiento personal no siempre es cómodo. A veces, para avanzar, necesitamos pasar por la incomodidad que genera la culpa. Sentir culpa no significa que estemos haciendo algo mal, sino que estamos creciendo.
Estamos saliendo de nuestra zona de confort, y eso es precisamente lo que lleva al cambio y a la transformación personal. Como coaches, ayudamos a nuestros clientes a navegar esa culpa, reconociéndola como parte del proceso y no como un obstáculo.
A lo largo de nuestras sesiones, fomentamos que el cliente abrace esa sensación incómoda como una señal de evolución. Porque al final, poner límites es un acto de amor propio, una declaración de que nuestra salud emocional es tan importante como las necesidades de los demás.
Así que, si sientes culpa al poner límites o miedo a la reacción de los demás, recuerda: estás creciendo, te estás cuidando. Y como coaches, estamos aquí para apoyar a nuestros clientes en ese viaje de descubrimiento y crecimiento, paso a paso, acompañándolos a que abracen ese proceso con confianza y compasión.
SILVIA LÓPEZ-JORRÍN
Responsable del área académica del CEC.
Licenciada en Empresariales Internacionales por ICADE.
Ha realizado estudios de Coaching, Coaching Sistémico, Coaching Corporal y Eneagrama. Certificada por la ICF. Especializada en autoestima y confianza corporal.
Certificada en Alimentación Intuitiva, ayuda a las personas en hacer las paces con sus cuerpos y con la comida y a abandonar la cultura de dietas.