Pedir no siempre es fácil. Nos expone, nos deja vulnerables ante el otro. Pedir supone expresar una carencia, aceptar que tenemos una necesidad, afrontar la posibilidad de que nos digan que no. A menudo escogemos no pedir y nos decimos cosas como «no necesito a nadie», «yo solo me apaño», «mejor no me expongo a que me digan que no», «mejor no molesto».

Pero es muy difícil llevar adelante nuestras vidas sin hacer peticiones, así es que buscamos otras alternativas que nos expongan menos y entonces empezamos a manipular para conseguir lo que queremos o lo que necesitamos, pero de una manera más indirecta, menos comprometida.

La palabra manipular tiene una carga muy negativa y la mayoría d ellas personas no se sienten identificadas con este término. Sin embargo, todos manipulamos, en mayor o menor medida, en algún momento. Tal vez resulte más fácil hacernos cargo de todo esto si lo miramos con algunos ejemplos:

distinciones

 

Petición Manipulación
¿Podrías preparar la cena esta noche? ¡Estoy agotada, no tengo fuerzas ni para preparar la cena!
Necesito tu ayuda para preparar el examen He pensado que sería divertido quedar para estudiar juntos
¿Me prestas tu coche para ir al pueblo este fin de semana? Convendría hacerle unos kilómetros a tu coche, si quieres, le doy una vuelta este fin de semana

Solo que la manipulación es un veneno para las relaciones, porque atenta al equilibrio entre el dar y el recibir: cuando pedimos, abrimos la posibilidad de que el otro pueda darnos algo, lo cual nos dejará a nosotros en deuda y esto está bien, porque de esta manera yo podré, más adelante, corresponder y compensar lo recibido. Así la relación crece y fructifica.

También te puede interesar: Distinción 16: Pedir perdón o decir «lo siento»

Sin embargo, cuando manipulamos invertimos el orden, haciendo “como si” forzamos que la otra persona haga una oferta o incluso pareciera que es ella la que está recibiendo algo de nosotros y eso genera un malestar que a veces es muy explícito y otras es más sutil, menos perceptible, pero cuando esta dinámica se instala y se reproduce a menudo, la relación poco a poco se va deteriorando.

Dejar de manipular es, de alguna manera, hacernos adultos, porque cuando somos niños no tenemos las herramientas ni los recursos, ni la autonomía suficientes para hacer peticiones y aprendemos a manipular nuestro entorno para satisfacer nuestras necesidades..

El proceso de crecer implica aprender a hacernos responsables, adquirir habilidades y sentirnos capaces y también desarrollar nuestra empatía y tener en cuenta al otro.

Si queremos cuidar las relaciones desde una perspectiva de adultos, necesitamos aprender a cuidar el equilibrio entre lo que damos y tomamos, entre lo que ofrecemos y lo que pedimos.