Los comienzos son duros en todas las profesiones. Más duros si de lo que se trata es de trabajar en el acompañamiento de otras personas, o, como sucede en coaching, un acompañamiento con el plus de alcanzar objetivos que harán mejorar la vida, la profesión o la convivencia de las personas.

Aun recuerdo mi primera sesión “profesional”, esa en la que el cliente además de pagar sus sesiones era un gancho para introducir este área en su empresa. Una muy buena oportunidad ya que el negocio era importante y además me permitía poder seguir practicando en esos inicios en los que se suma la inexperiencia, el miedo (a hacer daño, a no poder ayudar), la vergüenza y la inseguridad en suma. Se trata de encontrarte en la mayoría de los casos por primera vez con una persona, hacerte cargo de alguien con un universo a cuestas que te va a poner a prueba y que tiene muchas expectativas una vez tomada la decisión de iniciar un proceso de “¿Cómo se dice, coaching?” Una responsabilidad abrumadora.

Pero también contaba con algunas ventajas respecto a las prácticas de la escuela: el proceso no tenía lugar en un aula o en una cafetería, sino en mi territorio, en mi despacho. Los objetivos, a priori, eran claramente profesionales y mi cliente tenía confianza en mi intervención porque antes ya había trabajado en otras áreas dentro de su organización.

Yo tenía en la cabeza un esquema… (con el tiempo he aprendido, -y esto es absolutamente una actitud personal-, que no preconcebir y enfrentarme al proceso en igualdad con mi cliente, es decir, de sopetón, me funciona mejor) y en ese esquema cabía ya todo el camino, (qué digo camino, ¡autopista!) que íbamos a iniciar. Por tanto, estaba rebosante de juicios que, sin querer, empecé a exhibir con desparpajo. La realidad me fue poniendo en mi sitio, mucho más discreto y con las mínimas presuposiciones.

Recuerdo que en la escuela tuve un profesor que nos retaba a interrumpir la conversación de prácticas en la que estábamos para tomar la de nuestro compañero más cercano. Se daban situaciones muy productivas, la verdad, pero además, a lo que nos forzaba era a limpiar juicios y a acudir a la sesión vacíos.

Nunca podré agradecer lo suficiente a ese primer cliente por su paciencia y porque que permitiera darme cuenta de mis errores de principiante y me enseñara a tener una mente más “limpia” ante su conversación. El coaching necesita muchas “horas de vuelo” y el aprendizaje nunca termina. Y curiosamente los que más nos enseñan son los propios clientes.

Quizá sea muy pretencioso por nuestra parte dar algunos consejos pues seguro que a los recién licenciados en este oficio se los han repetido en sus escuelas hasta la saciedad. Pero ahí van:

1.- PREPÁRATE PARA LA SESIÓN

El tiempo precedente a la sesión ya es propiedad de tu cliente.

¿Cómo hago para encontrar la actitud y el lugar desde el que puedo desarrollar la sesión de coaching?. Y no solo a nivel de contenidos, dándonos un tiempo para repasar anotaciones de anteriores sesiones y ver en qué fase está nuestro cliente, etc, sino a nivel personal, en términos de concentración y disposición hacia el cliente.

Llegar de un atasco, con prisa, con cierto estrés, sin haber podido relajar nuestra mente no es demasiado aconsejable. Nuestro cliente es lo más importante en ese momento. Algunos colegas practican una meditación corta o mindfullness antes de las sesiones, pero si el tiempo no te acompaña, procura simplemente relajarte durante cinco minutos

2.-ENFÓCATE EN LA ESCUCHA Y EN LA PRESENCIA

No tengas la siguiente pregunta en la cabeza. La pregunta nace del silencio. Date tu tiempo y dale tiempo a tu cliente.

Un error típico de principiante es perdernos en nuestros pensamientos, analizando lo que el cliente nos dice, porque tenemos miedo de perdernos y de no saber cuál debe ser la siguiente pregunta. De nada sirve prepararla, porque la pregunta que surge ahora, en unos segundos deja de ser adecuada. Un buen coach tiene que aprender a soltar muchas preguntas y a confiar en que la pregunta va a surgir.

A veces el vacío en nuestra cabeza puede que nos ayude a ubicar un camino que va surgiendo en el propio diálogo. Dedicar nuestro pensamiento a diseñar la siguiente pregunta es además despreciar la otra información que nuestro cliente nos está dando, perderemos detalles de expresión no verbal como tensiones en la cara, posturas corporales, etc. Que no nos dé miedo el silencio. Hay veces que unos segundos pensando nuestra pregunta no son ni mucho menos violentos. Y en otros casos que no nos de miedo formular todas las preguntas que nuestra intuición vaya sacando.

3.- DEFINE UN BUEN ACUERDO

Si tu cliente hace una buena definición de su objetivo, tú podrás dedicarte únicamente a acompañar.

Definir un buen objetivo es una parte muy importante de la conversación. Para el coach junior es todo un reto por las dificultades que implica. El profesional que no trabaja bien el acuerdo, acabará decidiendo por su cliente. De esta manera, se pierde toda la magia del coaching. Debe ser el cliente el que determine qué es lo que quiere conseguir en la sesión, para qué quiere ese objetivo, por qué es importante para él, cómo va a medir el éxito de la sesión, cómo quiere trabajar en la sesión para conseguir su objetivo. Cuanto más responsabilidad damos a nuestro cliente en esta etapa, más fluirán las etapas siguientes y el conjunto del proceso.

4.- CONFÍA

Cuando empecé a ejercer, había ocasiones en las que no sabía qué hacer con lo que me traía el cliente. Prefería montar una estrategia, tener una herramienta, una técnica que me fuera útil. Pero en realidad, no me hacía falta.

Lo más importante y valioso que puedes hacer por tu cliente es confiar. Confiar profundamente en él y en sus posibilidades, en el valor de sus respuestas, en su intuición, en los caminos que escoge, en el ritmo que sigue. Hay una relación directa entre la confianza y la magia. Cuanto más confías, más magia se produce.

5.- TÚ NO ERES IMPORTANTE

A veces morimos de éxito en plena conversación.

Normalmente, cuando nuestro cliente nos ratifica un prejuicio o verificamos alguna sospecha, allí nos vamos con nosotros mismos a celebrarlo. Y volvemos a perder el hilo y volvemos a perder el norte. La humildad está muy cercana a nuestro oficio. Creo que permite una visión más amplia de la realidad del otro, materia con la que trabajamos.

6. CENTRATE EN TU CLIENTE, NO EN EL PROBLEMA

Céntrate en tu cliente, en cómo interpreta lo que le ocurre, cómo lo vive, cómo lo siente… Él quiere resolver sus problemas, por supuesto, pero ese no es tu trabajo. No busques soluciones para tu cliente. Confía en que él puede encontrarlas por si mismo. Tu trabajo es ayudarle a reflexionar. Nada más. Ni nada menos.

7.- TRABAJA A FONDO EL PLAN DE ACCIÓN

La mayoría de los coaches junior tienen dificultades para esta etapa. Un buen plan de acción es más de la mitad del proceso. Debe ser concreto, detallado, medible… Es mucho mejor una acción pequeña que pueda repetirse cada día, que una tarea más grande, una vez a la semana. El aprendizaje requiere repetición. La experiencia de pasar a la práctica es lo que consolida el aprendizaje. La sesión puede ser muy brillante e intensa, pero es en la acción donde se produce el cambio.

8.- HAZ UN BUEN INFORME TRAS CADA SESIÓN

Es muy importante y lo agradeceremos para la próxima cita con el cliente. Yo he manejado siempre una plantilla que me hace anotar un resumen general de la sesión, distinguiendo entre el contenido de la sesión (objetivo, aprendizajes, plan de acción) con preguntas como:¿Qué he logrado en esta sesión? ¿Qué dudas he tenido? , la autoevaluación (¿Qué competencias creo que me están faltando? Percepciones personales, puntos a indagar en la siguiente sesión y cualquier otra información que quiero recordar del cliente.

Mantener esta displina me ha ayudado en muchos casos también a la hora de acudir a mi histórico profesional y poder aprovechar experiencias pasadas.

9.- SUPERVISA

Y este es un consejo para “novatos” y veteranos. La supervisión es una columna fundamental en nuestra profesión. Al fin y al cabo nuestro trabajo se hace desde una perspectiva muy subjetiva y es muy conveniente que salgamos de nuestra visión y recabemos el feedback del grupo de supervisión o del supervisor directo. Veremos de una manera directa nuestros aciertos y nuestros errores y aprenderemos a enfrentarlos con decisión.

Se hace camino al andar, como decía Machado, y además lo importante es el camino porque nuestro oficio es trabajar acompañando en parte de ese itinerario a nuestro cliente. El coaching es una profesión apasionante y el aprendizaje es parte de su magia. Cada cliente es un pequeño universo de ilusiones, anhelos, fracasos y éxitos y nos aporta experiencias que vamos acumulando y que enriquecen nuestra práctica profesional.