A lo largo de mi vida he transitado por cimas y valles; cimas en las que creía disfrutar y valles en los que me sentía sufrir. Mi malentendido perfeccionismo, la necesidad de reconocimiento y, al mismo tiempo, la sensación de impostor, me hacían deambular por un estado vital de insatisfacción.
No entendía que la vida eran dramas y comedias con los que convivir, y solo pretendía estados de euforia y poder que anulasen mis frustraciones y ocultasen mis sombras.
Por necesidad, más que por voluntad, llegó el momento de parar, y el universo se alineó para encontraros.
En muchas escuelas me he formado, con muchos buenos maestros he compartido habilidades y conocimientos, con excelentes oradores me he hipnotizado con sus discursos…
Tanto creí interiorizar conocimientos que el ego me trastornó y yo mismo me convertí en profeta de discursos bien hilvanados y musicados.., pero que en el fondo hoy siento vacíos.
Vacíos, sí, porque no ha sido hasta conoceros y viviros, el que yo no me he dado cuenta de que lo que no sale del corazón y desde el profundo conocimiento personal, se pierde en el eco de la razón de quienes los escuchan, y hoy sé, que escucharlos no es sentirlos.
El CEC me ha proporcionado una visión holística del ser humano y de su conexión sistémica. Desde ahí es como puedes llegar a entenderte y aceptarte.
Desde ahí es el punto de partida para poder crecer como persona; desde ahí es desde donde puedes sacar la empatía y la capacidad de conexión para acompañar a otras personas en su camino.
No tengo más que agradecimientos a la escuela y a sus maestros, y en especial a los tres que me han guiado en mi recorrido; José Manuel, Miriam y Juan.
Si hay algo por lo que yo siento que sois especiales es por el carácter humanista que dais a la formación, haciendo un recorrido 360 grados en el crecimiento de la persona.
Desde la búsqueda en nuestro interior, al desarrollo emocional, la posición en el sistema, la conexión corporal, la expresividad gestual y conductual, la empatía y la aceptación, construís una formación que nos permite a los alumnos crecer como coaches para entender, aceptar y acompañar en las cimas y valles a las personas que están a nuestro alrededor.
Sean clientes, compañeros, familiares.., que más da, nuestro cambio se ve reflejado en ellos y seguro que ayudan a hacer un mundo mejor.
Hoy, yo, como “discípulo” vuestro, me enorgullezco de peregrinar transmitiendo vuestras enseñanzas y reflejando, con mi propio comportamiento, todo lo que habéis aportado a mi vida personal y profesional.
Recomendar al CEC, a líderes, jefes, empresas, docentes, personas inquietas.., para mejorar habilidades personales y de equipo…, se me queda corto. No solo es una escuela de coaching y formación, es mucho más, y espero que ese sentido holístico humanista, sea su valor en todo el futuro que les deseo.
Un fuerte abrazo con todo mi amor,
Antonio Díaz Campoy (Alumno del CEC).
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