Vivimos en la sociedad de los objetivos, de los logros y del “conseguir cosas” con la mirada puesta en el exterior, demandando que éste sacie las insatisfacciones que sentimos en el interior. Este es uno de los grandes quiebres de nuestra existencia.

Las necesidades internas complejas y vinculadas a los miedos de la condición de ser humano, enfrentadas a las exigencias del exterior y su interpretación del éxito como sinónimo de felicidad en el logro de determinados hitos venerados por la sociedad.

Llega un momento en el que en nuestro interior, algo nos hace retornar la mirada hacia dentro y nos hace tomar conciencia de que las necesidades más profundas, los anhelos y los deseos insatisfechos tienen, en realidad, su origen y su solución dentro de nosotros.

Entonces estamos en disposición de iniciar un viaje que es siempre hacia adentro. El exterior, pleno de experiencias sensoriales, no nos puede dar lo que no tiene, nuestras preguntas y respuestas siempre estuvieron en nuestro interior.

Ahora bien, el viaje hacia el interior, en el presente, no es un viaje retirándose a un monasterio en el himalaya, sino que supone compaginar mi vida y mis obligaciones occidentales, familiares y sociales con mi proceso de autodescubrimiento.

Es el proceso de hacerse adulto, solo los niños quieren que todo permanezca igual, que solo cambie lo que ellos desean y que el cambio sea fácil e inmediato.

Esto es en sí ya todo un desafío, porque nuestra vida está llena de exigencias, de actividades y quehaceres constantes. Tener un día productivo es hacer muchas cosas que cumplen tareas, casi todas relacionadas con demandas externas. Temas laborales en su mayoría o de atención a los hijos o la familia. En menor medida temas sociales, ocio, deporte y autocuidado.

El día a día nos deja poco tiempo para un hacer que “no produce” aparentemente nada. Si hago deporte al final del día me siento mejor pero el informe para mi empresa sigue pendiente encima de la mesa. Demasiadas cosas pendientes hacen que consideremos muchas veces que no hay espacio para nosotros mismos.

Es en la recurrencia donde los humanos crecemos, logramos cosas extraordinarias y alcanzamos las grandes metas.

Sin embargo, el viaje hacia el interior en cierto sentido no es diferente de cualquier hacer humano. Requiere de la constancia, de la recurrencia, del profundizar, del permanecer en ese hacer y no picotear. En definitiva, requiere sostener un lugar, una consciencia, permanecer en un “hacer” sosteniéndolo hasta que esté conectado con el “ser”.

Reunir el coraje y la presencia para generar el espacio y dedicar el tiempo necesario para cultivar ese nuevo ser que sentimos que somos y que necesita de nuestra constancia e insistencia para manifestarse.

Hay un dicho oriental que dice “mejor hacer un agujero de veinte metros que veinte agujeros de un metro”. Hay algo en el viaje del ser humano que requiere profundizar, permanecer, sostenerse en la tarea, tener constancia, afrontar el cambio interno aguantando la presión constante del hacer externo.

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Esto supone un choque frontal con nuestra cultura, con la exigencia exterior del logro, del resultado. Queremos los logros sin pagar el precio que supone alcanzarlos. Queremos el premio, el final, los laureles de la victoria, pero no los sinsabores de la batalla previa para lograrla.

No queremos sufrir y queremos que el camino sea fácil, queremos los beneficios, no el esfuerzo, ni la dificultad.

Pero en la vida la constancia, el permanecer, el sostenerse en el camino, es la esencia de la existencia. No hay nada relevante en la existencia que se alcance sin ese “permanecer”, sin esa constancia en el camino. Es en la recurrencia donde los humanos crecemos, logramos cosas extraordinarias y alcanzamos las grandes metas.

¿Qué es en realidad una meta? Una excusa para crecer, un aliciente para transformarnos. Cuando sentimos ese quiebre entre el exterior y la insatisfacción interior, cuando nos sentimos incómodos con la existencia y por fin entendemos que nada tiene que ver con el trabajo, con la familia o con los amigos, sino con nosotros mismos, es cuando iniciamos el viaje del autoconocimiento y del cambio.

Y ese viaje es en sí el camino, no la meta, no el logro, es el viaje en sí mismo lo que nos transformará como en el arquetipo del héroe de Josep Campbell.

Demasiadas cosas pendientes hacen que consideremos muchas veces que no hay espacio para nosotros mismos.

Todos deseamos cambiar, pero que no nos toquen los hábitos. Y precisamente se trata de eso. De cambiar los hábitos. De construir nuevos haceres y consolidarlos, de generar nuevos “no haceres” y también consolidarlos.

De hecho, es en los “no haceres” donde radica la parte mayor del cambio. En “soltar” todo aquello que no somos. Todo aquello con lo que estamos identificados. Desprenderse, desapegarse de lo que nos encorseta y nos reprime renunciando a que el mundo sea como deseamos infantilmente y aceptándolo tal y como es desde el adulto que tenemos que llegar a ser.

El cerebro no puede fabricar “no haceres”. No sabe. Solo sabe hacer cosas, no dejar de hacerlas. Para dejar de hacer algo es necesario hacer algo distinto en su lugar. Así es como funcionamos. Creamos nuevos hábitos que sustituyen a otros y así construimos no haceres que nos ayudan a crecer.

El Eneagrama Sufí nos habla de este arquetipo. Lo llama La Ley del Siete, la tercera ley del Eneagrama. La ley del desarrollo, del crecimiento. Lo que se manifiesta o emerge, ya sea un propósito o una necesidad, nacen siempre en potencia, después debe aparecer una nueva fuerza que es la que permite su desarrollo. Esa fuerza es la voluntad. La voluntad para sostenernos en la recurrencia y afrontar las dificultades del camino.

La ley del Siete nos dice que, para evolucionar, todo debe estar en movimiento, un movimiento hacia adelante que debe atravesar siete etapas ineludibles, sin atajos, hasta lograr el resultado. A lo largo de estas etapas el movimiento puede fluir, estancarse o retroceder. El desafío es hacerlo avanzar. Y este ya es un objetivo primordial, más allá del propio resultado.

Al inicio, hemos creado el impulso, hemos iniciado el camino con ilusión y las primeras etapas son de un movimiento que fluye hacia adelante. Podríamos hablar de las dos o tres primeras etapas. Entre la tercera y la cuarta etapa surge una dificultad, surgen los contratiempos y las barreras.

Nada es fácil, nada es como lo imaginábamos, surgen los cambios y la necesidad de hacer concesiones o transformaciones. Sea como sea, el cambio debe ser interior, debemos soltar y cambiar nosotros para poder seguir adelante.

De alguna forma, es un momento del viaje en el que tomamos conciencia de que no vamos a poder seguir llevando tanto equipaje y tendremos que soltar cosas, seleccionar, dejar atrás. Es como enfrentarse a una fuerza que actúa en dirección contraria al objetivo y que nos recuerda el precio a pagar.

Esa fuerza está ahí actuando como un maestro, haciendo que el viaje sea un desafío que nos obliga a crecer si queremos recorrerlo. Si se supera esta etapa, se adquiere nuevo impulso y determinación y seguimos las siguientes etapas 4, 5 y 6 hasta volver a encontrarnos con una nueva y definitiva dificultad justo antes de la etapa final.

Antes de esa última etapa debemos cruzar un umbral, un cambio sin marcha atrás, una transformación que nos convertirá en algo diferente. Acceder al objetivo supone soltar una identificación y esto siempre es un desafío sin precedentes que cada uno debe afrontar desde lo más profundo.

Si se logra, se produce una ampliación de conciencia y el viaje nos habrá transformado. El auténtico logro no será el resultado sino el cambio que ha tenido que ocurrir en nosotros para alcanzarlo y eso nos permitirá poner el primer paso en el siguiente camino de siete etapas.

El cerebro no puede fabricar no haceres. No sabe. Solo sabe hacer cosas, no dejar de hacerlas.

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Gurdjieff presentaba la estructura de la ley del siete a través de la escala musical. La octava musical que va desde el do bajo al do alto pasando por todas las notas.

Iniciamos el viaje en el do con ilusión y empuje. Es la energía propia de todo comienzo de procesos que encuentra su primera dificultad en el intervalo entre el mi y el fa. Ya que entre el do, el re y el mi hay tonos completos musicales, pero entre el mi y el fa, hay un vacío.

No existe ese tono. Tan solo hay un semitono y se necesita añadir otro semitono para seguir adelante. Ese semitono no nos lo dará el exterior, ni el objetivo, debe aportarlo el propio viajero.

El encuentro del semitono musical que falta solo es posible con un cambio en el propio viajero. Algo debe hacerse diferente en él. No solo es esfuerzo y constancia, algo debe ser distinto para poder avanzar. Es algo cualitativo. El semitono ausente es una solución que habita en un plano mayor de conciencia y si se asciende se podrá acceder a él.

Si no se asciende, entonces las fuerzas de la conciencia más densa, el miedo, la rabia, tomarán el control y se retrocederá.

Si se logra dar el salto al vacío y cubrir ese espacio con la toma de conciencia se sigue adelante con nuevos y renovados impulsos. Desde el fa al si vuelve a haber tonos completos en todas las etapas y la energía fluye en el avance. Es en el umbral antes del do final donde vuelve el desafío de un nuevo vacío.

Un nuevo semitono que solo podremos “tocar” si nosotros somos diferentes de manera definitiva, sin marcha atrás. Aquí el salto de conciencia es mayor. Más elevado el precio subjetivo de lo que hay que soltar. De lo que hay que desidentificarse.

Se trata de un umbral que nos genera vértigo con el vértigo y la dificultad que esto supone para la seguridad que siempre anhelamos en todo. Si se logra, la esencia está más cerca del viajero y está disponible para el siguiente recorrido desde un lugar diferente de mayor posibilidad.

Esa fuerza es la voluntad. La voluntad para sostenernos en la recurrencia y afrontar las dificultades del camino.

Es el proceso de hacerse adulto, solo los niños quieren que todo permanezca igual, que solo cambie lo que ellos desean y que el cambio sea fácil e inmediato. Que sea del exterior y no del interior. En la vida nada es así, realmente.

La cuestión es que esos semitonos son otro nivel musical, otra escala de conciencia, y solo ampliando la conciencia se puede acceder a poder tocarlos. Igual que acontece en los procesos humanos en los que el viajero debe transformarse así mismo. Los problemas nunca se pueden solucionar en el mismo nivel de conciencia en el que se crearon. La solución habita en un plano superior donde la persona debe ser diferente para poder verla. Esto es crecer, desarrollarse y en esto consiste el viaje de la existencia.

Cuando hablamos de cambiar hábitos, una de las mayores dificultades en nuestra realidad es encontrar el espacio y el tiempo para generar recurrencia. Espacio para tener constancia en el cultivo del hábito o la práctica. Pero debemos ser conscientes de que solo con esa práctica constante tendremos la oportunidad de superar el vacío del primer semitono. Solo con la recurrencia se abrirán las puertas de la nueva consciencia.

El encuentro del semitono musical que falta solo es posible con un cambio en el propio viajero.

Este mundo ha sido creado para dar más al que más se entrega y la recurrencia es entrega, es ponerse al servicio del proceso y de la vida. Es el acto de la voluntad frente a la necesidad más inmediata. Es la ruptura de la fuerza de la inercia que nos agarrota y nos debilita. Es, en definitiva, el coraje de permanecer, de sostenerse y de no ir a ninguna otra parte.

Solo en la persistencia y la constancia existe la posibilidad de quitar ciertos velos, de ampliar la claridad de la mirada y de hacer emerger lo esencial.

El poeta Mawlana Rumi dijo: “En los intervalos de la música, hay escondido un secreto, si lo revelara, conmocionaría al mundo”.

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Transformación personal, La transformación personal y la construcción de los hábitos

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ

José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.

Facilitador de Meditación online en CEC.