Intentando no calificar comportamientos ni diagnosticar personas, me llama la atención poderosamente la facilidad con la que últimamente encasillamos a las personas en esta u otra categoría, como si fuéramos profesionales del ramo. Decimos o pensamos cosas como: “ X tiene que tener algún grado de autismo” o “creo que mi hijo X es hiperactivo”, o “X no es nada empático”.

El mismo hecho de encasillar a otro puede responder a una necesidad nuestra de clasificar las cosas que (consciente o inconscientemente) sentimos que nos amenazan de alguna manera, los comportamientos que no entendemos o que se salen da sacrosanta norma.

Si sabemos en qué cajita poner a cada persona, ya sabemos cómo dirigirnos a ellos, qué esperar de su comportamiento, dónde colocarnos o dónde no, en relación con su presencia.

Esos mecanismos de defensa que tenemos y que nos llevan a buscar una posición, normalmente, superior respecto al otro, que nos da seguridad, que nos rebaja el nivel de estrés o elimina la amenaza que percibimos, a menudo no tienen en cuenta al receptor de estos “adjetivos calificativos” que puede sentirse en esa cajita más débil o debilitado, que acepta su destino de “ser menos que” por esa carencia con la que han sido etiquetados.

Normalmente la sociedad en general se centra en corregir esos comportamientos que podemos llamar “anormales” (en cuanto a que se salen de la norma).

En lugar de aceptar esa diversidad y acomodarla desde el corazón, sin intentar cambiarla (hablando siempre de comportamientos no lesivos para ninguna de las partes afectadas), parece que nos gusta esa atalaya sobre la que nos asentamos y prestamos nuestra ayuda, sí, pero desde el “tú tienes que ser normal, como yo”.

En relaciones interpersonales cercanas puede pasar algo similar. La misma inercia de la vida puede llevarnos a que una persona siempre haga de motor y otra o las demás, siempre de remolque. En función del “desde dónde” de cada uno, esto puede ser funcional y práctico o también práctico, pero doloroso, quizás para ambas partes.

Más de una vez he escuchado en mi entorno cosas como que “ya no salgo con él porque me dice a todo que sí, no tiene iniciativa” o “no me escucha y al final me es más fácil hacer lo que él (o ella) me dice para mantener mi paz”, o “ya me he cansado de ser siempre yo la que propone planes, no lo hago más”.

Ambas partes tienen su sufrimiento. En una relación en la que una persona carece de empatía y la otra tiene para dar y regalar, se suele producir un desequilibrio entre el dar y el recibir en uno o en varios momentos de la relación.

En un momento puntual y aislado, se puede dejar como descuido o despiste. Cuando ya es la pauta general, la parte que no recibe tanto como da, puede llegar a poner límites o directamente a terminar la relación.

El ser humano tiende a demonizar a las personas que no tienen empatía, que no están conectadas con la gestión funcional de sus sentimientos, a esas personas que son como son y no creen necesario cambiar, porque ellos nos sienten responsabilidad sobre cómo sus palabras y/o sus actos impactan en los demás.

Así mismo, solemos ensalzar al empático, al que soporta ese desdén o desprecio, al que suple con su aporte extra la carencia del otro, al que aguanta en el tiempo, en definitiva, al mártir.

taller coaching

Se nos olvida que ambos tipos de personas tienen su propia herida, su propia estructura de defensa, especialmente en los casos más extremos, en los que el empático soporta demasiado durante demasiado tiempo o el no empático es demasiado frío e insensible todo el tiempo. Y entonces tomamos la posición de juez y nos creemos en la obligación de impartir justicia con la persona.

Decimos cosas como “es que eres demasiado bueno” o “no sé cómo aguantas con ese trozo de carne sin corazón” a los que catalogamos como ‘buenos’, a los empáticos, y cosas como “deberías tener más en cuenta los sentimientos de los demás”, “necesitas ayuda porque así solo haces daño a las personas de tu entorno”, a los que catalogamos como ‘malos’.

Bueno, con estos igual no nos atrevemos a compartir nuestra opinión por miedo a represalias, pero, indudablemente, nosotros sabemos lo que les convendría.

Imaginemos que cuando Pedrito tenía 5 o 6 años, sus compañeros del cole solían burlarse de él, aparentemente con tan solo respirar. Si sacaba buenas notas o si la maestra lo elogiaba, además le daban collejas a la mínima que no hubiera un adulto cerca.

Pedrito no entendía por qué, si él hacía todo lo que se esperaba de él, sus compañeros lo trataban así. En casa la situación era similar, a otro nivel.

Si Pedrito se quejaba de que estaba cansado y no quería ir a hacer algún recado o no quería apuntarse a fútbol, sus padres lo ignoraban y el resultado siempre era que Pedrito hacía lo que le decían. Pedrito se sentía solo, desorientado y poco apreciado.

Como esta no era una buena dinámica para su supervivencia, Pedrito pudo optar por:

A) Estar súper atento a las necesidades de los demás, siempre dispuesto a ayudarles y a hacerse invisible para no molestar. Era la única forma que le había funcionado para que lo apreciaran y lo aceptaran en los grupos de juegos. Además, siempre sabía de qué humor estaban sus padres y se esforzaba por agradarles y por hacer todo lo que le mandasen, sin rechistar. Era la única forma que tenía de obtener su cariño y aprobación.

B) Construirse una coraza protectora, como una cota de malla, que no fuese permeable a las críticas, a las agresiones, a la indiferencia de los demás para permanecer a salvo. Esa cota de malla también lo protegía de las cosas más blanditas, que ya había olvidado cómo le hacen sentir. No se fía.

Después de una muestra de afecto, hay algún interés oculto. Lo aprendió cuando sus compañeros lo engañaban con promesas de diversión y después se reían de él o le daban collejas.

curso coaching

La opción A) correspondería a una persona empática. A menudo esa empatía super desarrollada tiene su origen en una infancia en la que el adulto tiene cambios de humor repentinos, o no está accesible para darle el amor que necesita al niño, que siente que tiene que ganarse la atención de alguna manera, o al menos, no atraer esa misma atención para no tener problemas.

En el fondo, no saben muy bien cuál es su valor, qué tienen que aportar si les quitan ese papel suyo de estar siempre ahí para los demás, atentos a que todos estén contentos y con sus necesidades cubiertas, así que lo siguen haciendo en parte por inercia, en parte por inseguridad y miedo

La opción B) correspondería a una persona no empática. A menudo esa no empatía lo protege de sentirse rechazado, no incluido, no querido en sus entornos más cercanos: escuela, familia, etc. Es mejor no sentir, que sentir dolor, que sentirse poco válido. Y poco a poco se endurecen y como son, se comportan, sin importarles el efecto de sus palabras o comportamientos en los demás: “que se gestionen ellos”.

En el fondo tienen muy baja autoestima y construyen su personaje sobre la debilidad del resto del mundo, sobre la imperfección de los demás, para sentirse ellos con un mínimo de valor.

Tanto si yo pertenezco al tipo A) como si pertenezco al tipo B), merezco la compasión de la otra persona. Si la otra persona entiende que tengo este tipo de ‘herida’, podrá relacionarse conmigo de una forma adecuada, que procure no activar esa defensa en mí, de manera que pueda crecer, de manera que pueda acercarme a sanar esa parte de mí que se quedó allí enganchada, que ya no la necesite.

Para algunos miembros de ambos clubes esto puede ser más difícil que para otros, sobre todo en relación con sus opuestos. Los habrá que no estén preparados para soltar esa forma de comportarse, esa defensa, que les ha funcionado durante todo la vida, los habrá que estén cansados de sostener esa máscara durante tanto tiempo y quieran encontrar otra manera.

Tendremos enfrente a personas que puedan aliviarnos la carga de agradar, de cuidar. Tendremos enfrente a personas que no amenacen nuestra coraza y que nos ayuden a bajarla y quizás a conectar. Pero también tendremos enfrente a personas que se aprovechen de nuestro carácter empático o que se empeñen en no entender que no comprendamos el impacto de nuestro comportamiento o nuestras palabras en los demás y entonces habrá conflictos y luchas por salir por encima del otro.

En ambos casos es tan lícito quedarse y lidiar desde lo de uno con lo del otro, como irse cuando se agota la energía de sostener o de luchar, especialmente si hay terceras personas involucradas. Lo importante es que la decisión salga de un corazón compasivo tanto con la herida de uno mismo, como con la del otro, reconociendo que somos diferentes, que escogemos un camino de aprendizaje determinado para esta vida que es igual de válido que el de la otra persona.

Sería también muy interesante poder relacionarse con esa persona a futuro, sabiendo dónde están los límites de cada uno, y respetándolos.

Este artículo me ha sido especialmente difícil de escribir, puesto que considero que me encuentro en uno de los extremos, y reflexionar sobre este tema (y sobre lo que he leído al respecto), me ha llevado a una mirada más amplia, amorosa y compasiva de ambos polos opuestos que tanto se atraen.

Tras unos años intensos de desarrollo personal y terapia, me encuentro en un punto de mayor fuerza y confianza y se me abre un horizonte de libertad y posibilidad que creía perdido. Y celebro poder hacerlo desde este punto más amable, más honesto y también más genuino. Teniendo en cuenta que, como si fuera una adicción, deberé permanecer alerta para no repetir comportamientos nocivos para mí.

Como coach, este observador imparcial viene de serie, se aprende en la clase 0 y creo que, a pesar de las vivencias de cada uno, o precisamente por ellas, cuando terminamos la formación nos colocamos instintivamente en ese sitio para nuestro cliente con absoluta maestría. Eso sí, al terminar la sesión, quitarnos la gorra de coach y seguir con nuestra vida, tenemos que trabajarnos nuestras cositas, ¡como todos!

Escrito por Marta Jiménez (ex-alumna de CEC) y actualmente Coach.

Contáctanos

    Si deseas información sobre nuestros programas y talleres, o si tienes cualquier otra duda, rellena este formulario y nos pondremos en contacto contigo. ¡Gracias!





    Quiero recibir la newsletter de CEC con información sobre sus actividades gratuitas, cursos y servicios.

    Información básica sobre Protección de Datos
    CEC (Centro de Estudios del Coaching SL) tratará tus datos personales para responder a tu solicitud, y si lo deseas, para gestionar nuestra newsletter y enviarte información sobre nuestras actividades y servicios. Distribuimos nuestra newsletter a través de una plataforma que en ocasiones utiliza servidores informáticos alojados fuera de la Unión Europea. El tratamiento se basa en tu consentimiento, que podrás retirar cuando quieras, así como ejercer tus derechos de acceso, rectificación, supresión y otros en la dirección info@centrodelcoaching.es. Para más información, consulta nuestra Política de privacidad