Hay palabras que parecen sinónimas, pero que en realidad viven en lugares distintos del alma. «Aceptar» y «asentir» son dos de ellas.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a un taller con Claudia Boatti, autora del enfoque Movimientos Esenciales. Fue un espacio de exploración profunda sobre cómo nos relacionamos con lo que la vida nos presenta.

Entre los muchos temas que abordamos, me quedé especialmente reflexionando sobre la diferencia entre aceptar y asentir. Una distinción sutil, pero que abre un mundo cuando se experimenta desde el cuerpo y la presencia.

A simple vista, aceptar y asentir parecen gestos similares: dar lugar a algo, no resistirse, no pelear. Pero cuando se observan con atención, revelan matices que transforman la experiencia por completo.

Aceptar puede ser un acto mental. Algo sucede, no me gusta, pero lo «acepto». En ese movimiento, muchas veces hay juicio, incluso una pizca de superioridad: «acepto que las cosas sean así», como si mi aceptación tuviera algún poder sobre la realidad.

Como si lo que ocurre necesitara mi permiso. Aceptar puede ser una forma sutil de seguir resistiendo, de colocarme por encima, de decir: «Vale, lo dejo estar, pero no estoy de acuerdo».

Asentir, en cambio, viene de otro lugar. No pasa por la mente, sino por el cuerpo. Es un «sí» que nace en lo más hondo. Es inclinarse, no como signo de sumisión, sino de humildad. Asentir es decir: «Fue así», «es así» o incluso «será así». Y en ese decir, honrar lo que fue, lo que es y lo que pueda venir.

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Asiento al dolor, asiento a la incertidumbre, asiento a lo que no puedo cambiar, a lo que no entiendo, a lo que aún no ha llegado. No para justificarlo ni para resignarme, sino para dejar de luchar contra lo que ya es o lo que se está desplegando.

Claudia Boatti dice que todos, en algún momento, hemos experimentado una situación que nos gustaría que fuera diferente, que querríamos cambiar, pero que no cambia.

Una persona que no nos ama como queremos, un hijo que no actúa como esperamos, una enfermedad que persiste, o incluso algo en nosotros mismos que no conseguimos transformar. Y en esas situaciones, el acto de asentir —de decir «sí»— a lo que es, tal y como es, produce algo profundo: aquieta. Silencia la mente, nos coloca en un lugar más verdadero.

Cuando dejamos de agitarnos por dentro, como quien mueve sin parar la superficie de un lago, la visión se aclara. Podemos ver el fondo. El asentir nos devuelve a lo esencial. Nos coloca en nuestro lugar: pequeños ante la vida.

No hay nada que hacer con lo que ya fue. Asentir no es un acto activo. No es tomar una decisión ni ejecutar una acción. Es rendirse sin rendición. Es dejar de luchar.

Este asentimiento no paraliza. Al contrario: cuando asiento, algo dentro de mí se ordena. Los espacios densos se vuelven más ligeros. Los lugares donde antes no había respuestas empiezan a revelar caminos. Donde antes veía castigo, aparece la posibilidad de un aprendizaje. Asentir transforma el escenario interno: abre espacio, crea movimiento, permite que la vida siga su curso.

Y no solo se trata de nuestro presente. También heredamos destinos: la familia, el país, la época en la que nacimos. Asentir incluye decir sí a eso también. A los dolores colectivos, a lo que nos vino dado, a los órdenes invisibles que nos atraviesan.

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Podemos heredar heridas, tensiones, traumas que ni siquiera sabemos que están. Y también allí, el asentimiento actúa como bálsamo. Decir «sí» no para resignarse, sino para entrar en concordancia con lo que la vida eligió para nosotros.

Porque cada uno tiene la fuerza para su destino. No se trata de vidas fáciles o difíciles. Se trata de reconocer que todos venimos preparados para lo que nos toca vivir. Y que muchas veces, en aquello que juzgamos como castigo, hay un misterio, una riqueza, una dimensión profunda que no podríamos alcanzar de otra manera.

Claudia Boatti lo explicaba con una imagen muy clara: no se trata de aceptar que a las ocho de la tarde es de día. Porque no depende de ti. Da igual si lo aceptas o no. Es. La vida es. El verdadero gesto es asentir a que es de día. Reconocerlo, sin querer cambiarlo, sin ponerle condiciones, sin creerte por encima.

Asentir es un acto de rendición ante lo que es más grande que uno. Es decirle sí a la vida tal y como viene, sin adornos ni resistencias. Y cuando uno asiente, desde ese lugar profundo, aparece una forma de paz. No una paz quieta, sino una paz fértil, llena de posibilidades.

Y en el coaching, ¿cómo aparece el asentimiento? En muchas sesiones, el verdadero cambio no ocurre cuando el cliente encuentra la solución perfecta, sino cuando puede decir sí a lo que es.

Cuando deja de pelear con una parte de su historia, con una emoción, con una relación o con una limitación que no puede cambiar. Ese momento en que el cuerpo se suelta, la mirada se ablanda y el juicio se detiene… ahí ocurre algo esencial.

Asentir a lo que es no significa rendirse, sino alinearse con la verdad profunda del momento. Y desde ahí, con esa claridad, pueden surgir nuevos caminos, decisiones más conscientes y una transformación más honesta.

Aceptar es un intento de cerrar. Asentir es un modo de abrir.

*Si deseas saber más y te interesa aprender sobre estos temas, no dudes en conocer nuestra formación en coaching.

Silvia equipo cec

SILVIA LÓPEZ-JORRÍN

Coach PCC (ICF), formadora y responsable del área académica en el CEC.

Está especializada en Coaching Sistémico, Coaching Corporal y Eneagrama. A lo largo de su trayectoria se ha centrado en el trabajo con la autoestima y la confianza corporal, integrando herramientas que facilitan procesos de transformación profundos y sostenibles.

Licenciada en Empresariales Internacionales (ICADE), combina su experiencia académica con una amplia formación en desarrollo personal.

Certificada en Alimentación Intuitiva, acompaña a las personas a reconciliarse con sus cuerpos y con la comida, ayudándolas a dejar atrás la cultura de dietas y a construir una relación más sana y libre con ellas mismas.

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