Por Laura G. Ortiz de Zárate

Cuando comienzas un curso de coaching en el CEC en realidad no empiezas un curso, sino un proceso de transformación que te acompañará para siempre. Se quedará en tu piel y te cambiará la manera de ser y de estar en el mundo.

Yo empecé mi curso un 19 de octubre de 2018. Recuerdo llegar con mi libreta y mi estuche y con una buena dosis de nervios, incertidumbre y vergüenza. Aunque también ilusión, mucha ilusión.

Fue un día muy importante para mí. Miriam me había estado animando en verano para que lo hiciese. Después de 10 meses muy duros por fin me sentía con fuerza para empezar un nuevo proyecto.

Lo primero fue una ronda de presentaciones, y resulta que me tocaban los mejores compañeros del mundo. Ahí sentados, sin conocernos de nada, todos teníamos el mismo propósito: quitarnos los prejuicios, las máscaras, y dejar a un lado lo políticamente correcto. Íbamos dispuestos a ser nosotros mismos, a encontrarnos con nuestra vulnerabilidad, a compartir nuestra luces pero también nuestras sombras. Empezábamos algo que se quedaría con nosotros para siempre.

Y es que, ¿cómo habíamos vivido hasta entonces con tanta coraza?

Las semanas fueron avanzando, y entre teoría, y práctica (mucha práctica), enseguida llegaron las prácticas supervisadas en el aula con compañeros, para pasar después a las sesiones supervisadas en el aula con clientes.

Y como se dice por ahí, el tiempo vuela. Así es que en cuanto pude comencé a hacer mis primeras sesiones con clientes (de verdad!).

Dicen que el primer cliente no se olvida, doy fe de ello. En mi caso, se alinearon los astros, y me estrené con una clienta maravillosa y valiente, con muchas ganas de cambio, de conocerse un poquito más y de soportar esa incomodidad que implica crecer. Así que fue para las dos un precioso aprendizaje.

Después de esa sesión y de esa clienta vinieron más, y más y más… en mi caso particular, alcancé las 100 horas de práctica en unos 4 meses aproximadamente. Fue mucha dedicación y energía, y muy enriquecedor a la vez.

Supongo que poco a poco y sesión a sesión, he ido fortaleciendo ese músculo para hacerlo más grande. Dicen que cada cliente es un maestro para el coach, y no puedo estar más de acuerdo.

Escribiendo esto ahora con algo más de perspectiva, y valorando la experiencia, no puedo estar más contenta y orgullosa.

Para mí ha supuesto una transformación a muchos niveles, y veo ahora el cambio desde la alumna que era hace unos meses en las aulas a la profesional en la que me he convertido.

La profesión de coach me parece la más bonita del mundo. Acompañamos a las personas en el cambio, en el crecimiento, en su viaje… amando sus dificultades y abriendo el corazón. Sin olvidarnos, por supuesto, de que el viaje es personal e intransferible de cada uno y que, nosotros como coach, solo somos una pequeña “voz en off” que pone foco cuando es necesario.

Por último solo puedo dar MIL GRACIAS al CEC, y en particular a Miriam y a José Manuel, por ser siempre una guía en el camino.