En 2021 algo empezó a removerse dentro de mí. No fue un cambio brusco, ni una decisión valiente tomada de un día para otro. Fue más bien una sensación sutil, de esas que cuesta poner en palabras, pero que empiezan a hacer ruido por dentro. Acababa de terminar un proceso terapéutico importante.
Me sentía tocada, removida, con muchas preguntas abiertas. Mi vida, desde fuera, parecía estable: trabajaba como contable en una gestoría, un trabajo al que había dedicado más de veinte años y que, sinceramente, pensaba que me gustaba. Pero algo empezaba a no resonar igual.
No estaba buscando cambiar de profesión. Ni emprender. Ni reinventarme. Solo necesitaba comprenderme mejor. Sentía que muchas veces no era lo que me pasaba lo que me dolía, sino cómo lo vivía. Y eso me llevó, casi sin buscarlo, al coaching.
La entrada en ese mundo fue desconcertante. Palabras nuevas por todas partes: ICF, ACTP, ACSTH, ACC, PCC, créditos, acreditaciones… Era como entrar en un idioma desconocido. Recuerdo esa mezcla de ilusión y agobio, de querer saber más pero no tener ni idea por dónde empezar.
Y ahí apareció Marián. No solo me explicó con una claridad tranquilizadora qué significaba cada cosa, sino que me mostró que detrás de toda esa estructura había una manera de mirar al ser humano con muchísima delicadeza. Eso fue lo que me hizo decidirme. Me apunté a la formación con la única intención de hacer un proceso de desarrollo personal profundo. Quería herramientas, claridad y presencia en mi vida. Nada más.
Pero claro, no sabía que ese “nada más” iba a abrirme una puerta que lo cambiaría todo.
Todavía recuerdo una de las primeras preguntas que nos lanzaron en clase:
“¿A qué huele tu champú?”
Me quedé en blanco. No tenía ni idea. Y ahí entendí que, aunque había estado funcionando bien en la vida, en realidad vivía desconectada del momento presente. Me movía rápido, resolvía, hacía… pero sin detenerme a sentir, a estar. Ese fue el primer gran regalo: aprender a habitarme. A volver a mi cuerpo. A estar.
Y poco a poco, algo que empecé solo “para mí”, fue convirtiéndose en una forma de estar en el mundo. Sentí que quería acompañar a otros en sus propios procesos, y ahí aparecieron los miedos de verdad:
¿Cómo iba a dejar atrás 20 años de experiencia en algo tan sólido como la contabilidad?
¿Cómo me iba a dedicar a algo tan nuevo, tan diferente, tan “emocional”?
Era vértigo puro. Pero también había una voz muy clara dentro de mí que decía: “Por aquí es”.
Hoy, mientras escribo esto, miro hacia atrás con una mezcla de ternura y orgullo. Porque todo ese camino que comencé sin saber muy bien para qué, me ha traído hasta aquí: soy coach PCC ejecutiva y de equipos, soy formadora en la escuela donde me formé, y, sobre todo, soy más yo que nunca.
El coaching me enseñó a escuchar, pero no solo a los demás, también a mí misma. A comunicarme mejor, no hablar desde el juicio, a mirar con compasión, a poner límites desde el cuidado. Me entrenó en la escucha, en la presencia, en la autenticidad. No fue magia. Fue práctica. Fue proceso. Y fue revelador.
En casa, en mi trabajo, con mis amigos… esa transformación se nota. Y no porque haya cambiado quién soy, sino porque he aprendido a estar de forma más consciente y más conectada. Escucho más, reacciono menos. Y cuando me pierdo —porque claro que me sigo perdiendo— ahora tengo recursos para volver.
Comparto esto porque sé que muchas personas sienten esa inquietud que yo sentí. Esa especie de incomodidad silenciosa, esa pregunta sin forma que te ronda por dentro.
Si tú también estás ahí, si estás pensando en formarte, solo puedo decirte: no necesitas tener todas las respuestas antes de empezar. A veces basta con dar el primer paso. Lo demás se va revelando con el camino.
Y si ya has comenzado la formación y hay momentos en los que no lo ves claro, o la duda aparece, espero que estas palabras te den luz y esperanza.
Practica. Practica. Y vuelve a practicar.
Entrena las metacompetencias. Conecta con tu presencia. Escucha de verdad. Y sobre todo, confía.
Confía en ti. En el proceso. En tus clientes.
Llegará. De verdad que llega.
Yo estuve allí. Sé cómo se siente.
Y si como yo, hoy ya te dedicas a esto, o estás en camino, o lo estás soñando… ojalá mi historia te haga recordar la tuya y sonreír.
Qué importante es reconocer lo que hemos logrado, porque a veces se nos olvida cuánto hemos crecido, cuánto hemos caminado.
A mí, si en 2021 me hubieran dicho que hoy estaría aquí, trabajando en mi escuela, aprendiendo y cofacilitando con quienes para mí son mis maestros —y lo serán siempre—, no me lo habría creído.
Pero a veces, cuando un sueño se convierte en visión, y se sostiene con entrega, presencia y corazón… sucede.
Y si no, al menos te transforma. Te deja más cerca de ti.
Gracias por leerme.
Y ojalá, estés donde estés, mi historia te acompañe un poquito.
Con cariño.
ANA GÓMEZ
Coach ejecutiva y de equipos, certificada PCC por ICF.
Formada en: Coaching Sistémico, Eneagrama, Gestión Emocional, Formador de formadores y Coaching de Equipos.
Especializada en el acompañamiento a empresas familiares, donde ayudo a integrar la dimensión relacional y emocional del sistema familiar con los retos estratégicos y organizativos del negocio, facilitando procesos de desarrollo y toma de decisiones más conscientes