La gratitud es entendida por muchos como una convención social, una muestra de buena educación. Así se lo inculcamos a los niños, por ejemplo, cuando les enseñamos a dar las gracias con el típico “¿Qué se dice?”

Sin embargo, la gratitud tiene una dimensión mucho más profunda. Yo creo que, además de una convención social, la gratitud es un estado de ánimo que se puede SENTIR y que conviene cultivar.

Constantemente nos negamos la experiencia de la gratitud, vivimos mucho más pendientes de lo que nos falta, que de lo que tenemos, a menudo alimentamos la idea de que no le debemos nada a nadie; que la vida ha sido injusta con nosotros; que hay que sacrificarse o que no tenemos derecho a ser felices. Hay infinidad de creencias que bloquean en nosotros la capacidad de sentir gratitud.

Cultivar la gratitud requiere descubrir en nosotros estas creencias limitantes y aprender a desarrollar una mirada nueva. Habitualmente vamos tan deprisa y tan desconectados, que ni siquiera vemos que la vida nos ofrece innumerables ocasiones, a cada momento, para sentir y expresar gratitud.