¿SE TAMBALEAN NUESTROS PRINCIPIOS?
Por Luis Llorente
Los principios son las normas o ideas fundamentales que rigen nuestro pensamiento o nuestra conducta.
Con la palabra “principios”, tratamos de englobar nuestra ética, nuestra moral y hasta determinadas convicciones arraigadas en nuestra tradición: nuestras creencias. Así, a primera vista, recuerda a una tienda de “todo a 100”, con cientos de productos, pero de una calidad dudosa.
Lo que puede que esté ocurriendo quizá es que hay una gran confusión entre unas categorías y otras. La religión, la política e incluso otras cuestiones sociales como el deporte intervienen machaconamente en nuestra conciencia, en nuestra actualidad, y desde luego nos cuesta mucho trabajo entender la diferencia entre ellas. Asumimos a menudo mandatos sociales que chocan frontalmente con nuestra moral más arraigada y lo hacemos con inocencia a veces, pero otras con el deseo de impunidad del forajido. A menudo utilizamos los principios como justificaciones de nuestros actos. “Soy un hombre de principios” decimos mientras ponemos la zancadilla a un ratero que huye con medio melón robado. Más tarde hacemos la declaración de la renta con ciertas trampas que multiplican el pequeño error del robaperas, o pactamos con nuestro cuñado un falso golpe en nuestro coche, o falsificamos un formulario, o…
Continuamente se nos plantean dilemas “morales” a los que difícilmente podemos contestar, y si lo hacemos, los solemos hacer desde el juicio o la creencia arraigada.
Los principios, desgraciadamente en nuestra época –probablemente en todas- son pisoteados, además de por los estados o las fuerzas sociales, por nosotros mismos de manera íntima e individual. Será quizá porque tienen poca consistencia y no son más que propuestas comerciales disfrazadas de bonitas palabras en las que se nos prometen la libertad y la felicidad. Es decir, puede que los principios se hayan convertido en eslóganes publicitarios.
La filosofía y las religiones se ponen de acuerdo en enunciar algunos principios éticos fundamentales, que según algunos autores se pueden resumir en una regla de oro: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”, regla conocida en el Egipto ancestral desde hace más de cuatro mil años, aunque probablemente se aplicara mucho antes de la aparición de la escritura. De esta única ley nacen muchos códigos básicos de convivencia de la humanidad, como no matar, no robar, etc.
Es una máxima sencilla de recordar pero que a menudo olvidamos (casi a diario) y que fundamenta derechos tan básicos del ser humano como es el principio de Igualdad y Dignidad Humana o el de “Dar y recibir”, que nos instala en el equilibrio o desequilibrio del sistema -los sistemas- a los que pertenecemos. Simplemente con que observáramos este simple consejo, la vida sería mucho mejor para todos.
Pero podemos comprobar que sobre estos principios éticos universalmente reconocidos, se imponen los de tipo social. ¿Dónde existe una igualdad o una dignidad como la que enuncia nuestro gran principio? Socialmente triunfa otro, el del éxito material, el triunfo económico que desbarata nuestras buenas intenciones y hace que si podemos pisar al de al lado, lo hagamos a favor de nuestro propio beneficio. Y además somos aplaudidos por ello porque es lo que aprendemos en las escuelas.
Continuamente se nos plantean dilemas “morales” a los que difícilmente podemos contestar, y si lo hacemos, los solemos hacer desde el juicio o la creencia arraigada. Los noticiarios son una continua fuente de noticias que prueban nuestros principios:
“¿Qué habría hecho usted en el caso de las ventas de armas a Arabia Saudí para la guerra en Yemen? ¿Qué pasa con los trabajadores de Avantia?”
O en el ámbito de lo privado:”Es usted profesor y sabe que un alumno necesita desesperadamente un aprobado para optar a un trabajo que es crucial para mantener una supervivencia digna pero… no ha hecho bien el examen.” O “¿Mentiría a sus padres, muy mayores, sobre una enfermedad de un hijo para ahorrarles un sufrimiento?, ¿Y la gestación subrogada? ¿Y la Legalización del velo en las mujeres del Islam, es un derecho de un grupo cultural o una muestra de opresión y habría que prohibirlo en las sociedades laicas?
¿Necesitamos ejemplos, guías espirituales, líderes que nos ayuden a mantener esos principios? Está claro que ni los estados ni las fuerzas sociales parecen capacitados para servir de modelos. Andamos como pollo sin cabeza, tragándonos grandes mentiras que se convierten rápidamente en principios.
Y es que los principios son muy importantes, son la base de la educación, son el hilo argumental que debemos transmitir a las siguientes generaciones, el Adn del comportamiento para que salgamos adelante como especie. Es necesario que ahondemos en su significado y que aprendamos a cumplir (no tanto a escoger).
Si nos paramos a pensar sobre asuntos concretos, si nos fijamos en todas esas cuestiones que aparecen a diario a nuestro alrededor, podremos hacernos conscientes de esos principios que manejamos a nivel profundo, más allá de lo que muchas veces declaramos. El crecimiento personal nos ayuda a entender desde dónde decimos lo que decimos, qué creencias queremos conservar y cuáles revisar. Nos permite replantearnos todo nuestro mundo ético y nos ayuda a ser más coherentes y más honestos.
Reflexionemos sobre cual son los principios que nos rigen y descartemos aquellos que nos venden a diario en las tómbolas que la vida pone en nuestro camino.