Cuando una persona nos pregunta: ¿Me vendría bien un coach? ¿En qué momentos está indicado? ¿Qué tipo de situaciones aborda? ¿Es útil para resolver tal o cual problema?, los coaches solemos contestar con nuevas preguntas: ¿Hay algo en tu vida profesional en lo que quisieras mejorar? ¿Crees que hay alguna habilidad o competencia que necesita ser desarrollada? ¿Te gustaría ser o actuar de otra manera en algunos aspectos de tu vida?

Un proceso de coaching es un proceso de aprendizaje y, como tal, implica un cambio en el que vamos a soltar viejos hábitos de pensamiento, de conducta, emocionales, incluso corporales, que ya no nos son útiles, que interfieren en nuestra vida y en nuestros resultados.

Soltamos para crecer y desarrollar prácticas más saludables, más alineadas con nuestros valores, con nuestro propósito vital, con nuestros objetivos.

Entonces, ¿en qué momentos podría servirme trabajar con un coach?

Yo diría que hay dos posibles situaciones: Cuando identificamos que existe un problema, una dificultad. Algo que está interfiriendo en nuestra vida. Por ejemplo:

  • “No sé cómo gestionar a mi equipo”
  • “Me cuesta organizarme, equilibrar mi vida profesional y personal”
  • “Me gustaría ser capaz de poner más límites en mi trabajo”
  • “Tengo problemas de relación que me gustaría mejorar (con mi jefe, con mi pareja, con un colaborador, con mi hijo…)
  • “Tengo muchos proyectos, pero no termino de arrancar ninguno, me desinflo antes de empezar”…

Pero también en momentos en los que nos planteamos retos más o menos ambiciosos y buscamos un coach para que nos ayude a conseguirlo de manera más enfocada:

  • “Quiero montar un proyecto empresarial”
  • “Quiero conseguir un resultado deportivo”
  • “Quiero publicar un libro”
  • “Quiero cambiar de trabajo”…

En ambos casos, el coach ayudará a su cliente a identificar qué quiere conseguir, cómo traducir su problema o su reto en objetivos con los que trabajar.

Identificar los objetivos, entonces, es el primer ingrediente.

El segundo yo diría que es el compromiso. Tanto por parte del coach como del cliente, necesitamos un compromiso firme con los objetivos y también con el proceso, con el trabajo y muy especialmente con el plan de acción que el cliente tendrá que ir definiendo primero y ejecutando después, de manera progresiva a lo largo del camino.

El tercer ingrediente, es el coraje. El coraje de hacernos responsables de que lo que nos ocurre tiene que ver fundamentalmente con nosotros, el coraje de dejar de echar balones fuera y asumir la responsabilidad del cambio. El coraje de pasar a la acción, de atravesar por situaciones que nos bloquean y que nos frenan y que vamos a tener que afrontar.

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Esto implica trabajar a nivel profundo con el mundo interpretativo del cliente, con sus modelos mentales, sus creencias, sus enredos más nucleares. Por ejemplo:

Nicolás quería publicar un libro desde hacía tiempo, pero nunca terminaba de arrancar su proyecto. Con el proceso de coaching descubrió que lo que le frenaba era la opinión de los demás. Tenía miedo a exponerse, a la visibilidad. No quería ser juzgado.


Ana quería conciliar su vida profesional y personal, el trabajo la absorbía en exceso, después de ser madre esto se volvió especialmente complejo. Con las sesiones encontró que tenía una gran necesidad de aprobación por parte de sus jefes y esto le impedía aflojar en el trabajo.

Tanto Nicolás como Ana tuvieron que poner compromiso y coraje para enfrentarse a las emociones que les estaban limitando y poder avanzar hacia los objetivos que se habían planteado.

También es cierto que también hay situaciones en las que el coaching no es la mejor opción. Puede que haya algo que no encaja en la formulación de los objetivos o bien en los ingredientes que el cliente debe poner en el proceso, como el compromiso o el coraje. Hay veces en que hay otro tipo de abordajes que pueden ser más útiles como la terapia, el mentoring, la consultoría, etc.

Isabel tenía una carrera muy exitosa y un puesto de responsabilidad en una gran empresa. Llegó al proceso de coaching en un momento de su carrera en el que la llegada de un nuevo jefe había trastocado su vida completamente.

La relación entre ambos se había ido complicando a lo largo del tiempo, hasta llegar a una relación de moobing con abusos, agresiones verbales y maltrato.

Se sentía atrapada, no sabía cómo salir de esta situación. Le quedaba poco para jubilarse y no quería dejar la empresa, tampoco quería denunciar la situación por motivos diversos. El objetivo que planteaba era “aguantar” de la mejor manera posible, sentirse bien a pesar de la situación.

coach, ¿Necesito un coach?

En este caso, el proceso de coaching no pudo ayudarla. Tenía síntomas físicos, tomaba ansiolíticos y antidepresivos, rechazaba coger una baja, tal y como le recomendaba su psiquiatra. Tampoco quería hacer terapia… Y el objetivo que planteaba, “aguantar” era un objetivo perverso que le traía más daño.

Ricardo estaba en un proceso de emprendimiento y buscó el acompañamiento de un coach para ayudarle a definir sus objetivos, a trabajar con foco y a superar las barreras que estaba seguro que iban a ir surgiendo durante las primeras etapas del camino.


Las conversaciones de coaching le sirvieron para identificar una barrera que no había contemplado y era que, a pesar de sus deseos y de lo planeado en inicio, no iba a poder desarrollar su proyecto sin la ayuda de al menos otra persona que aportara ciertos conocimientos técnicos que él, en principio, no tenía.


El proceso de coaching le sirvió para valorar diferentes opciones: formarse para tener los conocimientos técnicos que iba a necesitar, buscar un socio que cubriera esta parte, contratar los servicios de una empresa externa…

Finalmente decidió que la mejor opción era buscar un socio y a partir de aquí surgió una reflexión importante acerca de cómo llegar a este objetivo y muchas de ellas eran preguntas técnicas para las cuales tuvo que buscar otro tipo de asesoramiento: aspectos societarios, contables y administrativos, la propia búsqueda del socio, etc.

En esta otra situación, el coaching pudo acompañarle en el plano personal, le sirvió para revisar sus objetivos y también para adaptarse a las decisiones que iba tomando. Llegar a la conclusión de que necesitaba un socio generó todo un cambio en el plan de negocio y también una pequeña revolución personal a nivel emocional que pudo trabajar durante el proceso de coaching.

Sin embargo, el coaching no alcanzó para cubrir todas sus necesidades y tuvo que buscar asesoramiento técnico complementario, en este caso de consultoría, para encontrar el socio que necesitaba para su negocio.

En resumen, coaching es reto, desafío y consecución de objetivos. Y también es desarrollo, crecimiento, evolución, aprendizaje, autoconocimiento… Cualquier situación vital que tenga que ver con esto, puede abordarse desde el coaching.

Si quieres saber un poco más sobre este asunto, te invito a leer este otro post relacionado: ¿Cuál es el límite entre la psicología y el coaching? Aquí encontrarás más información sobre los límites del coaching y cómo identificarlos.

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Miriam Ortiz de Zárate

Socia directora del CEC.
Coach MCC por la International Coach Federation.
Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid.

Ha realizado estudios de especialización en Coaching individual y de equipos, coaching sistémico, coaching corporal, coaching energético, Psicoterapia Gestalt, Psicoterapia Integrativa, Eneagrama, Constelaciones Familiares y Organizacionales, Bioenergética, etc. (Instituto de Empresa, Centro de Estudios Garrigues, Escuela Europea de Coaching, Escuela Madrileña de Terapia Gestalt, Programa SAT de Desarrollo, IPH, Fundación Claudio Naranjo, Fundación Tomillo, Improving Network, Sensum Systemic, Instituto Hellinger de Holanda, Talentum, Emana, etc.)

Codirectora del Programa de Certificación de Coaching en el CEC.