Formarse como coach no es solo aprender una serie de técnicas o memorizar estructuras. Es un proceso que nos confronta con nosotros mismos.
Nos obliga a mirar hacia dentro antes de poder sostener el espacio para alguien más. Y eso, aunque suene inspirador, no siempre es cómodo. De hecho, a menudo es todo lo contrario.
Hay algo que no se dice lo suficiente sobre el coaching: requiere coraje. No solo para los clientes, sino para el propio coach.
Coraje para estar presente, para no intervenir cuando el silencio se vuelve pesado, para escuchar sin la necesidad de arreglar. Y, por supuesto, coraje para hacer nuestro propio trabajo primero.
Porque, si no lo hacemos, llevaremos nuestras propias historias no resueltas a las sesiones y, sin querer, terminaremos haciendo que traten sobre nosotros.
No se trata de que un coach deba ser perfecto o tener su vida completamente resuelta (nadie la tiene), pero sí de ser consciente de cómo su propia historia influye en su manera de acompañar. Formarse en coaching significa entender que no podemos sostener el espacio para alguien si no estamos dispuestos a hacer el trabajo de sostenernos a nosotros mismos.
Por supuesto, la formación importa. La estructura es necesaria. Coaching es un oficio que requiere aprendizaje formal, práctica supervisada y conocimiento técnico. Sin eso, estaríamos flotando sin rumbo.
Pero coaching también es presencia y escucha. Y eso no se puede aprender sólo en un libro o en una pizarra. Se aprende estando ahí, en la incomodidad de no saber qué va a pasar después, en la humildad de no ser el experto en la vida del otro, en la valentía de sostener el silencio cuando lo más fácil sería llenarlo con palabras.
La escucha real no es solo oír lo que el otro dice, sino notar lo que está tratando de decir pero aún no puede. Es escuchar sin preparar la respuesta en la cabeza. Es confiar en que el cliente puede encontrar sus propias respuestas, sin necesidad de que le demos una solución.
Es darnos cuenta de que nuestro trabajo no es dirigir la sesión, sino acompañarla. Y eso, a veces, puede ser frustrante. Queremos ayudar. Queremos que el otro avance. Pero lo que de verdad importa en coaching no es lo rápido que alguien llega a una conclusión, sino lo que aprende en el proceso.
El desafío para quienes se forman en coaching es soltar la necesidad de «hacerlo bien» y, en cambio, enfocarse en «estar con el otro». Porque al final, el impacto real del coaching no está en seguir una metodología perfecta, sino en la manera en que logramos que el otro se sienta visto, comprendido y capaz de desafiar sus propias creencias.
Aprender coaching es aprender a estar presente, a confiar en el proceso, a no tener todas las respuestas. Es desarrollar la capacidad de sostener un espacio donde el otro pueda descubrirse a sí mismo. Y, en ese camino, también descubrimos quiénes somos nosotros.
SILVIA LÓPEZ-JORRÍN
Responsable del área académica del CEC.
Licenciada en Empresariales Internacionales por ICADE.
Ha realizado estudios de Coaching, Coaching Sistémico, Coaching Corporal y Eneagrama. Certificada por la ICF. Especializada en autoestima y confianza corporal.
Certificada en Alimentación Intuitiva, ayuda a las personas en hacer las paces con sus cuerpos y con la comida y a abandonar la cultura de dietas.
Contáctanos