Por: Miriam Ortiz de Zárate

Hace unos días, una alumna de nuestro programa de certificación de Coaching compartió con el grupo el siguiente mensaje:

“Hoy mi cliente me ha dicho que por primera vez en su vida está relajada, que tiene la sensación de que su ruido interno ha desaparecido, y que lleva muchos años en procesos de terapia y de psicólogos, pero que nunca había llegado a sentirse bien con ella misma. Me ha dicho: ahora soy yo la que tengo la sartén por el mango y puedo tirar con lo que se me ponga por delante. Cuando le pregunto por qué cree que puede haber conseguido estos cambios, me dice que la terapia es un proceso guiado por un profesional, mientras que el coaching le está haciendo llegar a sus propias respuestas. Y está convencida de que ese ha sido el éxito para ella en estos momentos. Necesitaba ser ella la que diera respuesta a sus propios miedos, creencias, limitaciones que sabía que tenía, y el coaching ha conseguido llevarla hasta este punto.”

«Me dice que la terapia es un proceso guiado por un profesional, mientras que el coaching le está haciendo llegar a sus propias respuestas.»

Reconozco que este feedback me ha ruborizado un poco, porque yo soy psicóloga y terapeuta y aunque ejerzo fundamentalmente como coach, siempre he creído en el valor de la psicoterapia y yo misma la he utilizado para mi autoconocimiento y mi desarrollo personal durante años. De hecho, no estoy totalmente de acuerdo con esta distinción entre terapia y coaching, porque hay muchos tipos de psicoterapia y también muchos tipos de coaching.

Para mí la diferencia no está tanto en el encuadre como en el profesional que acompaña, ya sea terapeuta o coach. Yo creo que la clave está en la preparación del acompañante y el lugar que ocupa frente a su cliente.

«El proceso de acompañar consiste, desde mi punto de vista, en generar un espacio de confianza y de intimidad que construimos con nuestra presencia y con nuestra escucha»

El proceso de acompañar consiste, desde mi punto de vista, en generar un espacio de confianza y de intimidad que construimos con nuestra presencia y con nuestra escucha. Un espacio en el que el cliente se siente seguro, cuidado, sostenido, no juzgado. Y cuando conseguimos esto, ocurre algo verdaderamente fascinante. El cliente se atreve a abrirse, a explorar, a mirar hacia adentro y a hacerse preguntas.

También te puede interesar: Impulsa tu negocio como coach

Claro que para conseguir esto, el acompañante, ya sea coach o terapeuta, tiene que hacer su propio camino y trabajar en su propio autoconocimiento y autodesarrollo. Solo así emergen una serie de habilidades o cualidades del ser como la escucha profunda, la aceptación incondicional o la autenticidad.

Sin embargo hay muchos profesionales de la ayuda que nunca hacen este viaje. Cuando estudié la carrera de psicología no aprendí gran cosa sobre mí misma. Me enseñaron todo lo necesario sobre diagnóstico, evaluación, patologías y tipologías, pero tuvieron que pasar bastantes años antes de que naciera en mí el impulso de explorar mi mundo emocional, mis sistemas de creencias, mis patrones de comportamiento. Y solo entonces sentí que tenía las herramientas adecuadas para acompañar a otras personas.

«No podemos acompañar a alguien a recorrer un camino que nos asusta y que no hemos tenido el valor de transitar»

Porque todo proceso de aprendizaje requiere el coraje de afrontar desafíos, de soltar viejas creencias, de enfrentar determinados estados emocionales, de mirar lo que nos duele o nos incomoda, de sanar viejas heridas. No podemos acompañar a alguien a recorrer un camino que nos asusta y que no hemos tenido el valor de transitar. No podemos despertar el coraje de nuestro cliente si no podemos conectar con el nuestro. No podemos acompañar mirando desde la barrera, temerosos de que nos falten recursos para sostener a nuestros clientes, con miedo a vernos involucrados y afectados.

El proceso de aprender a ser coach tiene para nosotros, en el CEC, dos dimensiones, una más operativa, en la que aprendemos una técnica, una metodología que resulta relativamente fácil de integrar con la práctica. Y luego una dimensión mucho más profunda, en la que trabajamos para desarrollar esas metacompetencias o habilidades del ser, que se despliegan a medida que vamos haciendo ese viaje de autoconocimiento, ese trabajo personal al que me refería anteriormente.

Solo así podré darme cuenta de cómo estoy influyendo en mi cliente, de manera incluso inconsciente, al empujarle suavemente a mi mapa de creencias, a mi necesidad de agradar, de ser respetada como profesional, quizá incluso algo admirada, a mi necesidad de tener razón, de decir cosas trascendentes, a mi necesidad de que el cliente “se mueva” reaccione, actúe, y no se deje arrollar por los acontecimientos, en definitiva a mi necesidad de ser vista y quizá ocupar un papel de relevancia en las sesiones, que en lo más profundo, no me corresponde.

«El verdadero reto está en el nivel más profundo, en nuestra capacidad para abrir el corazón»

Aprender a hacer preguntas abiertas, a definir objetivos o a generar un plan de acción potente para nuestros clientes es algo relativamente sencillo. El verdadero reto está en el nivel más profundo, en nuestra capacidad para abrir el corazón, para sostener amorosamente a nuestros clientes, para escuchar sin juzgar, para confrontar desde la autenticidad y para adentrarnos en el mundo de lo desconocido sin saber cuál es la salida, dónde está o cual es realmente el camino y el destino en el aquí y ahora de mi cliente. Este es nuestro trabajo, hermoso y no siempre fácil, un trabajo en el que podemos seguir creciendo, profundizando y aprendiendo durante el resto de nuestra vida.