Todos nosotros nacemos con una necesidad imperiosa de recibir amor incondicional. Un amor que nos garantiza la supervivencia y nos permite crecer y madurar con seguridad y confianza. Lo que ocurre es que todos experimentamos, en mayor o menor medida, que el amor que recibimos no es suficiente, no es tan completo y absoluto como desearíamos y esta es una vivencia que genera en nosotros una dolorosa herida en nuestros primeros años, como consecuencia de nuestra relación con los padres, con el reto de la familia y en general con los sistemas tempranos en los que crecemos.

De manera que con el fin de perseguir eso que anhelamos o bien para evitar el dolor que nos produce, empezamos a adaptarnos a nuestro entorno con diferentes estrategias que podemos agrupar en nueve grandes categorías, que dan lugar a los eneatipos. Todas estas estrategias buscan lo mismo, aunque por diferentes vías: ser amados, ser vistos, pertenecer, no sufrir. Todas actúan movidas por la quimera de llenar ese vacío que sentimos en lo más profundo.

Así es como poco a poco vamos creándonos un personaje para relacionamos con el mundo, escondiendo algunos aspectos de nosotros mismos, realizando otros y cumpliendo con las expectativas de nuestro entorno. Así se construye el ego, la máscara con la que nos identificamos hasta tal punto que nos olvidamos de quienes somos en realidad.

El trabajo con el eneagrama nos ayuda a identificar estos personajes y también a recorrer el camino de vuelta hacia la esencia que está en el interior de cada uno de nosotros. En ese lugar es donde además vamos a encontrar los recursos que necesitamos para llevar adelante una vida más plena.

En las profesiones de ayuda el eneagrama es también un potente mapa que nos da recursos para entender con más claridad el mundo interpretativo y emocional de nuestros clientes y desde ahí acompañar en un trabajo más profundo y transformacional.