Ser vulnerable significa ser capaz de sufrir daño. Todos los humanos somos vulnerables. Esto es algo biológico. Todos estamos diseñados para sentir todo tipo de emociones. Somos seres con capacidad para sentir dolor y también tristeza, miedo y sufrimiento.

Sin embargo, la supervivencia, el imperativo biológico que nos moviliza, parece solo destinado a los menos vulnerables. Como si solo siendo poco vulnerable se pudiera sobrevivir.

El cine y la literatura nos muestran a los héroes. Personajes capaces de hacer lo increíble a partir de su constancia, voluntad o audacia.

También nos muestran a personajes débiles, incapaces de sostenerse ante la adversidad o de ser presa de sus emociones y sus miedos. Los personajes fuertes sobreviven y los débiles suelen tener un mal final o causan problemas y daños a su alrededor.

Los valientes siempre dicen que también tienen miedo, pero después actúan como si éste no existiera. Su tensión o batalla interna no es mostrada externamente. Como esos líderes que transmiten equilibrio y serenidad en tiempos de zozobra o dificultad extremas.

Todos los humanos tenemos un sistema automático de funcionamiento que busca la supervivencia, la seguridad. Por esto algunas personas prefieren comprar una casa a vivir toda la vida de alquiler. Ahorramos.

A cierta edad a otras personas les gusta plantearse vivir en una zona de muy buena cobertura médica y no aislados en el campo. Somos previsores para poder sentir seguridad y en ocasiones nos preocupamos, como un intento banal, de sentir seguridad, cuando nada se puede hacer al respecto.

Bajo el paraguas de este sistema automático, subyace el miedo a la muerte y el miedo al sufrimiento. Y es este sistema el que identifica vulnerabilidad con debilidad.

O aún más preciso, mostrarse vulnerable con ser débil. Nuestro mecanismo de supervivencia nos dice que, si nos mostramos seguros de nosotros mismos, sólidos, con una sensación de confianza, los demás nos respetarán, nos seguirán, o no nos agredirán.

Es de sobra conocido cómo se explica esto cuando se habla de mantenerse firme en una negociación. Aparentando solidez cuando a lo mejor se está siendo más audaz de lo que uno en ese momento se puede permitir.

En Alaska hay diferentes especies de osos, y hay carteles para indicar cómo debe ser tu comportamiento si te encuentras con alguno de ellos. El comportamiento adecuado es diferente dependiendo de la especie de oso con la que te topes.

Si es un oso gris, el llamado grizzly, y se te pone delante de pie sobre dos patas, las indicaciones son: no muestres tu miedo, eleva los brazos para parecer más grande, y grita y haz el mayor ruido posible.

Es decir, aparenta ser algo menos vulnerable de lo que eres, para que pueda llegar a sentir que hay cierto desafío en atacarte, no la seguridad de derrotarte fácilmente, como en realidad así sería.

Esto mismo se dice con los perros, si te atacan es porque ha olido tu miedo, dicen… es mejor no tenerles miedo o actuar como si así fuera.

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La misma estrategia pasa con las personas, algunas son perfiles que invaden el espacio de otros, por ejemplo, en el trabajo, y solo te respetarán si les pones un límite, si les haces frente. Y aunque tengas miedo, debes aparentar que serás firme en esa posición y no dar la impresión de debilidad.

Ante todos estos ejemplos, cuando vemos charlas, leemos libros y se nos habla de mostrar nuestra, por otro lado inevitable, vulnerabilidad, es normal sentir cierta sensación de contradicción. Es lógico. ¿Cómo voy a mostrarme vulnerable cuando, si lo hago, igual estoy aumentando las posibilidades de sufrir un ataque? Si me muestro seguro de mí mismo, los demás se lo pensarán dos veces antes de meterse conmigo.

Sin embargo, no todo en la vida es supervivencia. También los humanos tenemos aspiraciones de crecer, de evolucionar y de ser felices, a través no solo del placer sino también de la realización y la autenticidad, en la conexión con los demás.

Esto significa que, en paralelo con ese sistema automático, también tenemos lo que podríamos llamar un sistema consciente. Una psique capaz de trascender nuestro imperativo biológico e ir más allá.

Quiere decir que la estrategia de aparentar no ser vulnerables, por considerar que esto es mostrar debilidad, nos dejará aislados y desconectados de los demás. Mostrando un personaje perfecto e invulnerable, perdemos nuestra humanidad. La supervivencia pura puede que se logre de esta forma, pero no la realización, el crecimiento, la vivencia (con mayúsculas) de la vida.

No hay duda de que los seres humanos somos vulnerables. Aparentar que no lo somos es portar una máscara que nos aísla. Evita que los acontecimientos nos lleguen, que las personas nos toquen, que haya conexión y sensación de encuentro.

En definitiva, nos deja solos e inauténticos como personas. ¿Y si en lugar de ocultar nuestra vulnerabilidad hacemos algo más extremo como desconectarnos de ella, disociándonos, creyendo que no existe? En ese caso, nos olvidamos de nosotros mismos, nos traicionamos a nosotros mismos y nos convertimos en un ser que no sabe lo que está viviendo o lo que le está sucediendo o afectando.

Por tanto, existe un camino, un camino de conciencia de lo que es estar vivo y existir plenamente y ese camino es en conexión con uno mismo y con los demás a través de la vulnerabilidad. Es aceptar nuestra condición y arriesgarse a vivir con el corazón disponible, sin acorazar ni desconectar para no sentir.

Es sentir y sostener lo que se siente. Es transformar el sufrimiento en dolor a través de la resiliencia, de la voluntad y de la gestión emocional. Y es mirarse compasivamente cuando no somos capaces de lograrlo.

La vulnerabilidad es muy diferente de la debilidad, ya que significa saber lo que está en riesgo, el dolor y el sufrimiento que podemos padecer y la capacidad de, conscientes de ellos, sostener el coraje suficiente como para avanzar y levantarnos cada vez que nos caigamos.

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Puede que ante un depredador aparentar que no tengo miedo sea una buena estrategia confrontativa, pero eso solo me ayudará a sobrevivir. Pero saberme vulnerable y aun así sostener la posición confiando en mí mismo para levantarme si me caigo, eso es realmente coraje, y no disociarme de mí mismo y aparentar lo que no soy o desconectarme de lo que soy hasta el punto de extirpar mis emociones.

Sabiendo que como seres vulnerables podemos necesitar ayuda y aprender a pedirla. Y entender que tener miedo y compartirlo no significa que no vayamos a avanzar. Es más, es muy probable que todos los demás también lo tengan y saber que, tanto yo como el otro, tenemos miedo nos ayude a unirnos y a avanzar juntos e ir más allá de lo que uno solo podría.

Cuando nos acercamos al otro, necesitamos sentir seguridad para poder conectar. Sentir que no hay un peligro. Ante alguien aparentemente invulnerable, podemos acercarnos para aprovecharnos de su fuerza, pero si no tiene vulnerabilidad, tampoco tiene emociones ni grietas donde poder conectar.

Los humanos nos conectamos en nuestras dificultades comunes, en nuestros desafíos internos. Esto nos hace conectar con la pertenencia a la humanidad compartida. Nos hace sentirnos acompañados y que formamos parte de algo más grande.

Ante la vulnerabilidad del otro, emitida desde la responsabilidad, desde la honestidad, sin manipulación ni victimismo, nuestro corazón se abre y sentimos la necesidad de acercarnos y conectar.

Los humanos buscamos esencialmente la seguridad en dos ejes. En el eje de la competencia, sentir que la persona que cuida de nosotros es capaz de hacerlo. Y en el eje de la cercanía emocional, que la persona que cuida de nosotros sea una persona que nos comprenda, que nos apoye y nos sostenga en nuestra vulnerabilidad. Solo sintiendo la cercanía y la vulnerabilidad del otro, podremos dejar que sostenga la nuestra.

Ser vulnerable no significa no ser competente. No significa no sostener la adversidad. No significa no ser resiliente. Ser vulnerable significa ser humano y eso es lo que necesitamos todos, sentir que estamos rodeados de humanos que sienten, que comprenden y que en el fondo están haciendo el mismo viaje hacia lo desconocido que siento que estoy haciendo yo.

Si deseas seguir leyendo sobre la vulnerabilidad, puedes leer: La vulnerabilidad y el desarrollo de la conciencia.

vulnerable, El miedo a ser vulnerable

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ

José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal.

Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT, en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.

Director del Programa de Coaching en CEC.