Dicen que dentro de cada persona existe un bosque.
Un bosque poblado de árboles que nacen de recuerdos, con raíces profundas hechas de creencias antiguas. Entre sus ramas revolotean juicios que oscurecen la vista, y en los caminos se enredan lealtades invisibles que tiran con fuerza hacia lugares que uno no siempre quiere ir.
Ese bosque es hermoso, pero también puede ser confuso. Quien entra sin rumbo corre el riesgo de perderse entre espejismos que parecen verdades, o quedarse atrapado en sombras que repiten siempre la misma historia.
Una viajera tenía un reto que no conseguía superar. Lo había intentado de muchas formas, pero siempre se encontraba con el mismo muro invisible. Sintió entonces la necesidad de entrar en su bosque, convencida de que allí dentro estaba la clave para seguir avanzando y alcanzar su meta.
En ese momento, apareció un coach a su lado.
No llevaba mapas ni brújulas, porque ese bosque no era suyo.
Y con voz tranquila le dijo:
—Puedo caminar contigo. Pero antes de dar un paso, dime: ¿qué vas a buscar ahí dentro?
La viajera dudó.
—¿No podemos entrar primero y ya lo veré?
El coach negó despacio, con una sonrisa serena.
—El bosque no se abre a los que merodean. Es demasiado denso para vagar sin propósito. Solo se abre a quien sabe qué busca, y para qué lo busca.
La viajera guardó silencio. Miró la espesura, como si esperara que el bosque mismo le susurrara una respuesta. Y después, con un hilo de voz, dijo:
—Quiero encontrar la pieza que falta.
—¿Y para qué quieres encontrarla? —preguntó el coach.
—Para poder seguir adelante sin este peso que me detiene.
—Y dime… cuando la tengas, ¿qué habrá en el bosque que nos muestre que ya podemos regresar?
La viajera lo pensó un momento.
—Lo sabré porque cuando la tenga me sentiré distinta: completa, ligera, con ganas, con fuerza.
En ese instante, los árboles apartaron apenas sus ramas y dejaron pasar un rayo de luz sobre un estrecho sendero.
Entraron juntos. El coach no iba delante, porque no conocía ese bosque; tampoco iba detrás, porque no era un espectador. Caminaba a su lado, con la certeza de que el hallazgo estaba allí, en algún rincón, esperando a ser descubierto.
A veces la viajera se detenía, con miedo a las sombras que parecían alargarse demasiado, como si fueran a envolverla por completo.
Otras veces se dejaba engañar por espejismos que brillaban con fuerza, promesas fáciles que al acercarse se deshacían como humo entre los dedos.
El coach la recordaba siempre a través de preguntas, suaves pero firmes, como faroles encendidos en la penumbra:
—¿Qué estás sintiendo al cruzar este claro?
—¿Qué significa esta piedra que bloquea tu paso?
—¿Qué pasaría si decidieras dejar aquí lo que ya no necesitas cargar?
En su recorrido, la viajera se encontró con muchas cosas que tuvo que desmontar.
Tropezó con creencias que pesaban como viejos troncos caídos, demasiado grandes para seguir adelante con ellos a cuestas.
Se topó con certezas que parecían rocas firmes y, al tocarlas, se deshacían como arena.
Escuchó juicios que resonaban como voces antiguas entre los árboles, voces que no eran suyas y, sin embargo, la habían acompañado durante años.
Cada vez que descubría que aquello no era verdad, el bosque cambiaba. Una sombra se disolvía, un espejismo se desvanecía, un sendero se despejaba. Y con cada paso, al soltar una de esas falsas certezas, la viajera sentía que algo se aligeraba dentro de ella, como si el bosque mismo respirara con ella.
El coach permanecía a su lado, sin adelantarse, sin mostrarle el camino. Su presencia era como un recordatorio constante: “El bosque es tuyo. Tú eres quien reconoce lo verdadero y lo falso. Yo solo te acompaño para que no olvides mirar.”
Hasta que, en un momento dado, casi sin darse cuenta, encontró lo que había venido a buscar.
No era un objeto brillante ni un tesoro escondido.
Era un entendimiento que nació dentro de ella, como si el bosque le hubiera tendido la pieza que faltaba.
Al salir de la espesura, el coach le preguntó con calma:
—Ahora que lo has encontrado, ¿qué harás distinto?
La viajera miró hacia atrás. El bosque seguía siendo el mismo: vasto, espeso, lleno de luces y de sombras. Pero ella no era la misma.
—Caminaré con pasos más firmes —dijo—. Porque ahora sé que el bosque es mío, y que siempre que entre con claridad y decisión, volveré a encontrar lo que necesito.
El coach sonrió en silencio. Ese era su lugar: no dar respuestas, sino caminar al lado, recordando que el verdadero descubrimiento solo cobra sentido cuando transforma la manera de andar por la vida.

SILVIA LÓPEZ-JORRÍN
Coach PCC (ICF), formadora y responsable del área académica en el CEC.
Está especializada en Coaching Sistémico, Coaching Corporal y Eneagrama. A lo largo de su trayectoria se ha centrado en el trabajo con la autoestima y la confianza corporal, integrando herramientas que facilitan procesos de transformación profundos y sostenibles.
Licenciada en Empresariales Internacionales (ICADE), combina su experiencia académica con una amplia formación en desarrollo personal.
Certificada en Alimentación Intuitiva, acompaña a las personas a reconciliarse con sus cuerpos y con la comida, ayudándolas a dejar atrás la cultura de dietas y a construir una relación más sana y libre con ellas mismas.
Contáctanos


