Por José Manuel Sánchez
Los seres humanos estamos siempre identificados con algo. Somos miedo, somos alegría, somos rabia, somos exigencia, somos lo que hacemos, somos padres, somos hijos, somos hermanos…
Cada vez que un cliente viene a vernos con un problema en nuestros procesos de coaching, en realidad llega sumergido en una crisis consecuencia de la discrepancia entre su identificación y la realidad de los hechos o acontecimientos. Esta discrepancia le hace sufrir y esa identificación le limita las posibilidades de acción. En ese momento, en su universo, lo que acontece no tiene solución y solo queda sufrir.
Parte de la solución a este tema es soltar esa identificación que ahora se está quedando pequeña, salir de la caja de confort e iniciar la identificación con una realidad más grande, que nos de más margen de acción. Esta identificación supondrá la solución temporal de hoy y los cimientos de una nueva realidad que llegará a convertirse en una nueva limitación y el origen de los problemas de mañana.
Soltar una identificación es vivido por los seres humanos como soltar parte de nuestra identidad, aunque desde un punto de vista racional sepamos que esto no es así, nuestro cuerpo y nuestras emociones sienten que realmente somos eso y sentimos miedo con relación a la incertidumbre de en qué nos convertiremos si lo soltamos.
Si dejo de ser eso, ¿en qué me convertiré?. Miedo a perdernos a nosotros mismos y miedo a quedarnos a medio camino sumergidos en la herida y el sufrimiento. Todo proceso de crecimiento supone en sus inicios afrontar el dolor y por tanto, en cierta medida, estar peor que cuando se inició, consecuencia de estar más conscientes, menos anestesiados. Siempre hay dificultad para avanzar y cierto miedo a quedarse anclado ahí, en medio del camino, en el espacio más doloroso del proceso.
Soltar una identificación es vivido por los seres humanos como soltar parte de nuestra identidad, aunque desde un punto de vista racional sepamos que esto no es así, nuestro cuerpo y nuestras emociones sienten que realmente somos eso y sentimos miedo con relación a la incertidumbre de en qué nos convertiremos si lo soltamos..
Esto nos pasa a todos. Me pasa a mí y os pasa a vosotros a menos o mayor escala dependiendo del proceso en cada momento. Como coaches es bueno recordar que nuestros clientes son el espejo de nuestros propios caminos y que su dificultad para avanzar es la dificultad de todo ser humano, también la nuestra. Y recordar también nuestros propios procesos y nuestros miedos, para encontrar en nuestro corazón un espacio para amar los suyos y desde el apoyo y a veces la confrontación amorosa, sostener el espacio que alberga el proceso de nuestros clientes y sostener el vacío y la incertidumbre de no saber, de no decidir el ritmo ni la dirección y amar una y otra vez la dificultad de nuestro cliente para avanzar, dejar de decir no sé, o dejar de dar vueltas en un mismo lugar.
Desde el centro vacío, desde ese lugar de amor e incertidumbre, el coach espera con calma a su cliente, dando espacio con sus preguntas para que el cliente sea también quien encuentre su forma de entrar en su propio centro y allí coincidir los dos en un camino que nadie sabe a dónde va, pero que es posible gracias a la confianza en que el cliente encontrará sus respuestas en el interior de si mismo.
Un proceso de coaching es favorecer el espacio para que el cliente entre en su centro y fuente de conocimiento y sostener y amar su dificultad para hacerlo así como debemos sostenernos y amarnos a nosotros mismos en nuestra propia dificultad como seres humanos para hacerlo también en nuestros propios procesos.
Un proceso a veces es un camino muy doloroso… y nadie puede ahorrarse ninguno de los pasos y mucho menos nosotros ahorrárselos a nuestro cliente. Solo podemos amar cada paso que da y cada paso que retrocede. Porque, en el fondo, quién está por encima para saber realmente lo que es avanzar o retroceder.
Tan solo somos acompañantes y nuestro papel es poco relevante. Apoyo, confrontación amorosa, indagación para abrir el espacio de la nada fértil y sostener la dificultad nuestra y del cliente. No saber y estar al servicio del proceso sea el que sea y termine donde termine. Y también, siempre, tomar la responsabilidad de abrir el corazón y amar la riqueza del alma humana que alguien ha tenido la generosidad de venir a compartir con nosotros.