Hay algo que siempre me llamó la atención desde el momento, hace años, en que me inicié en el estudio del eneagrama como camino de autoconocimiento y desarrollo personal. El eneagrama es un mapa, un estudio que analiza las diferentes estrategias de defensa que los humanos hemos desarrollado desde niños para no sufrir y que con el tiempo se han vuelto nuestra prisión crónica y nuestra forma neurótica de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.
Al adentrarme en su conocimiento, sentí la sensación de que el eneagrama era un mapa que podía verse enriquecido con otros caminos de conocimiento que yo estaba recorriendo, como eran la mirada sistémica o la mirada transpersonal, el viaje que está escrito para nosotros en esto que llamamos vida. Sentía la sensación de que algunos eneatipos podrían tener relación con los eneatipos de sus padres o que pudieran tener variaciones o matices en virtud del género. El eneagrama de la personalidad, significaba, para mí, una puerta abierta a un enorme mundo de posibilidades de conocimiento y desarrollo personal.
Una de las miradas que enseguida me impactó era la forma en la que el cuerpo y la energía de las personas estaba relacionada con su eneatipo. Al estudiar esto a través de la Gestalt en una primera instancia entendí que se trataba de la estructura corporal adaptativa o efecto en el cuerpo de la estrategia psicológica de los niños y niñas para afrontar sus heridas y poder sobrevivir. Como un proceso que se iniciaba en un sufrimiento emocional recurrente, después un constructo mental del mundo construido para sostener esa tensión emocional o ideas locas, como decimos desde el eneagrama, y finalmente un efecto de esto en el desarrollo corporal.
Sin embargo, mi encuentro con la mirada de Juan José Albert cambió totalmente mi forma de acercarme al eneagrama. La estrategia de defensa no era una estrategia mental, no eran los juicios el origen de la misma, esto era una consecuencia. Esto ya estaba claro para mí antes, pero lo que no había vislumbrado es que la tensión emocional, el dolor emocional recurrente, no traía como consecuencia, una estrategia de supervivencia emocional o psicológica. Si no que se trataba de algo organísmico. Algo holístico. Algo global.
Para entender esto tengo que dedicar unas líneas a explicar el concepto de homeostasis o capacidad que tiene el organismo humano, y en realidad todo ser vivo, para gestionar su equilibrio en su relación con el entorno, el ambiente que lo rodea. Es un mecanismo que todos tenemos que nos permite descubrir la sensación de incomodidad cuando nuestra relación con el entorno se desequilibra y la sensación de relajación cuando ese equilibrio vuelve a establecerse.
Cuando hablo de equilibrio me estoy refiriendo a la relación de intercambio de nuestro organismo con el entorno. Pues somos seres que no podemos estar aislados del exterior. Necesitamos respirar, intercambiar el oxígeno y el CO2 con el entorno. Tenemos sed, comemos, defecamos, etc… cuando el equilibrio se rompe o se quiebra, surge una incomodidad en nuestro interior que llamamos necesidad, y por tanto nace también una sensación de querer volver a la serenidad y la calma anterior a la aparición de esta necesidad. Esto solo lo alcanzamos satisfaciendo la necesidad y logrando así que el organismo se relaje de nuevo y recupere el equilibrio.
Así, si tenemos sed, surge una sensación física, que inicialmente es incipiente y muy sostenible, pero que poco a poco se va volviendo más presente hasta, llegado el momento si persiste y no es atendida, que la sed puede llegar a ocupar todo nuestro pensamiento y nos impida centrarnos en otra cosa hasta que la satisfagamos.
Algunas necesidades son más primarias que otras, incluso imprescindibles para la supervivencia, como, abrigarse, comer, beber, dormir o soltar nuestros residuos a través de la orina o las heces. Otras sin embargo, son más psicológicas, como tener la atención de otro, sentir afecto, distraerse, hacer cosas variadas, tener desafíos, enamorarse… Las necesidades biológicas seguirán presionando e incomodando sin parar hasta que sean atendidas, puesto que en ello nos va la vida. Las necesidades más psicológicas en ocasiones, pueden presionar más y más para finalmente ceder por la aparición de otras que se superponen o quedarse como congeladas, apartadas o reprimidas.
Y esto último es la cuestión. Antes una necesidad emocional por parte del bebé o el niño que no es atendida de manera recurrente, el organismo del bebé, no su cabeza, sino su cuerpo, toma la estrategia de eliminar la energía destinada a entender o conectar con la incomodidad que supone esa necesidad, y fuerza la energía hacia otro lugar, racional, emocional o de acción, donde la necesidad quede apartada, tapada o reprimida. La energía destinada a detectarla y cubrirla no se corta sino que se destina a otra cosa, imaginar una solución, sentir emocionalmente otra emoción o ejecutar acciones distractora.
Con esto se logra que aparezca una aparente calma o equilibrio, asimilable a la que sucede cuando se satisface la necesidad y aunque no tan saludable, lo suficientemente equilibrada como para que ese ser vivo, sobreviva con cierta estabilidad y garantías y no quede atrapado en el bucle de la persistente insatisfacción de cubrir esas necesidades.
Estamos hablando del ciclo de desconexión de la propia necesidad que se describe en la terapia Gestalt, pero a un nivel más profundo, global, podríamos decir que celular, organísmico, más corporal que psicológico, y con un efecto crónico en los tres dominios, tanto de pensamiento, como psicológico y corporal. Este cambio orgánico desarrolla sus primeros efectos en lo energético y corporal. Es como si se estuviera fabricando una vasija que pudiera contener y sostener esa solución represiva de las necesidades, que ese organismo ha generado para poder sobrevivir con un mínimo equilibrio.
Esta solución holística trae como consecuencia rigideces corporales o tensiones para evitar el flujo de la energía que nos conecte con esas necesidades que no van a ser satisfechas. Ese conjunto de tensiones corporales son las llamadas corazas corporales que Reich nombra y que están reflejadas en las tipologías corporales de la Bioenergética y que tienen una equiparación muy ajustada a los diferentes eneatipos del eneagrama.
Así, la mirada organísmica de Juanjo Albert, la bioenergética de Wilhelm Reich y Alexander Lowen y el Eneagrama de Geroge Gurdjieff, Oscar Ichazo y Claudio Naranjo, encajan como piezas de una melodía de la supervivencia humana y del desafío de la conciencia, que al iniciarse como defensa del organismo para mí tiene una mirada mucho menos cargada de juicio y mucho más aperturista y además, abre un espacio de intervención desde lo corporal que supone una enorme aportación al proceso de autoconocimiento que conlleva la mirada psicológica del eneagrama.
Estamos hablando de poder intervenir en el cuerpo que es el lugar donde se originó la estrategia. Y ayudar desde ese lugar de origen a alcanzar conciencia y coraje para crecer, en una dimensión más allá de la que hasta ahora conocemos a través de la palabra o el trabajo con las emociones.
Debemos tener en cuenta, que es el organismo el que, antes de los 7 años, genera una serie de medidas para regular sus procesos de forma menos natural, pero más eficiente, haciendo posible una supervivencia realista necesaria en ese momento, sacrificando parte de la salud en ese momento y creando un proceso que al ser organísmico se instala como biológicamente estable y se consolida en el cuerpo con una estructura física adecuada a esos procesos internos.
Esto conlleva generar una capacidad de percepción y de gestión psicológica y emocional coherente con la finalidad de supervivencia de estos procesos, que se ejecuta en automático al ser procesos tempranos y primarios y que se cronifica generando un comportamiento inercial. Todo ello envuelto en una construcción o mirada mental del universo coherente con estos procesos y que supone un lugar y una forma desde la cual las personas intentamos ser felices y no sufrir.
Todo este mecanismo de mínimos estables para superar el desequilibrio recurrente homeostático sin solución y la generación de una forma de gestión sostenible para la supervivencia, es un proceso estable y automático, que no requiere la necesidad de atención para funcionar y no tiene ninguna posibilidad de ser cambiado si no se introducen elementos deliberados de conciencia. Y ahora el cuerpo es un elemento protagonista para la generación de esa conciencia.
El eneagrama es pues esa herramienta que, junto con la mirada de la bioenergética, supone la posibilidad de arrojar luz en esos comportamientos que nos atrapan y nos convierten en lo que no somos. La posibilidad de tomar conciencia del personaje que interpretamos en la vida y que nos aísla de los demás y de nosotros mismos.
Ahora el trabajo con el eneagrama a través del cuerpo como parte nuclear, además de la emoción y de la mente, adquiere una dimensión más amplia y global, como un viaje hacia la comprensión del por qué actuamos como lo hacemos a pesar de que una y otra vez algo, en lo más profundo, nos dice que ese no es el camino para alcanzar esa plenitud que en el fondo todos anhelamos. Y también un camino de carácter espiritual y transpersonal y de cómo toma forma el trabajo que la vida ha escogido para que cada uno de nosotros nos veamos obligados a crecer.
José Manuel Sánchez
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.
Facilitador del curso “Eneagrama de la personalidad» en CEC.