Durante mucho tiempo, el cartógrafo creyó que su valor estaba en tener todas las respuestas.
Si alguien llegaba perdido, él desplegaba su papel y dibujaba un camino detallado, casi perfecto. Creía que así protegía a los demás, que les evitaba equivocarse.
Pero pronto descubrió algo doloroso: esos mapas no ayudaban.
Los viajeros regresaban más inseguros, más dependientes, porque no habían aprendido nada sobre sí mismos.
El mapa perfecto les ahorraba errores, sí, pero también les arrebataba la posibilidad de confiar en su intuición.
No habían tenido la oportunidad de detenerse, de dudar, de mirar dentro.
No habían podido descubrir de qué eran capaces cuando el camino se volvía incierto.
Al entregarles un camino ya hecho, el cartógrafo les robaba sin querer algo esencial: la oportunidad de crecer, de conocerse, de descubrirse paso a paso.
Y comprendió, con una punzada de tristeza, que en su deseo de protegerlos, estaba quitándoles poder.
Porque ningún mapa externo puede ofrecer lo que da la experiencia de andar con preguntas propias: la certeza de que uno es capaz de sostenerse en medio de la incertidumbre.
Un día, acompañando a una viajera, sintió el impulso de repetir lo de siempre: extender el papel y resolverle la ruta.
Sus dedos rozaron los lápices… y entonces algo lo detuvo.
Una intuición, como una voz suave en su pecho, le dijo:
“No es tu misión salvarla de perderse. Tu misión es recordarle que ya tiene todo lo que necesita para orientarse.”
Guardó los lápices. Le tendió una hoja en blanco.
Ella lo miró con miedo:
—¿Y si no sé qué hacer?
Él sonrió con ternura.
—Mira en tus bolsillos.
Y allí estaban: una brújula, un lápiz gastado y una goma de borrar.
Al principio no se atrevía a usarlos: la línea le salía torcida, las curvas demasiado abiertas. Dudaba, borraba, volvía a empezar.
Pero con cada trazo se daba cuenta de algo: el mapa que estaba dibujando no era perfecto, pero era suyo.
Y cuanto más avanzaba, más herramientas aparecían.
Una regla que le ofrecía claridad.
Un compás que le devolvía al centro en cada encrucijada.
Lápices de colores que llenaban de belleza los caminos.
Cada hallazgo era un recordatorio de que siempre había tenido dentro lo que necesitaba.
Entonces el cartógrafo lo entendió. Comprendió que cada viajero tenía su propio ritmo, y que cada viajero avanzaba con su propio mapa hacia sus propios destinos.
Y descubrió que su tarea no era acelerar, ni corregir, ni entregar mapas perfectos.
Su tarea no era saberlo todo sobre los caminos ni sobre los destinos.
Su lugar era otro: acompañar sin invadir, crear un espacio seguro donde el viajero pudiera explorar sus propias herramientas y atreverse a dibujar su mapa.
Ser la presencia tranquila que recuerda que no hace falta correr, que incluso perderse tiene sentido, y que la brújula interior siempre está ahí para orientar el siguiente paso.
A veces basta con una pregunta. Otras veces con una espera.
Desde aquel día dejó de ser dueño de los mapas. Comenzó a caminar más ligero, sin el peso de las instrucciones ni la urgencia de tener todas las respuestas.
Se volvió un guardián de los viajes: alguien que alumbraba, no que dirigía; que cuidaba el espacio, sin llenarlo de trazos innecesarios.
Y lo más hermoso fue descubrir que, mientras acompañaba a otros, también él encontraba nuevas herramientas en sus bolsillos.
Un espejo para reconocerse. Una linterna para alumbrar sus sombras.
Y, sobre todo, la certeza de que ningún mapa vale más que el acto valiente y creativo de dibujar el propio.
Porque la vida no necesita mapas ajenos. Solo el coraje de recordar dónde guardamos nuestra brújula, y la confianza de atrevernos a usarla.

SILVIA LÓPEZ-JORRÍN
Coach PCC (ICF), formadora y responsable del área académica en el CEC.
Está especializada en Coaching Sistémico, Coaching Corporal y Eneagrama. A lo largo de su trayectoria se ha centrado en el trabajo con la autoestima y la confianza corporal, integrando herramientas que facilitan procesos de transformación profundos y sostenibles.
Licenciada en Empresariales Internacionales (ICADE), combina su experiencia académica con una amplia formación en desarrollo personal.
Certificada en Alimentación Intuitiva, acompaña a las personas a reconciliarse con sus cuerpos y con la comida, ayudándolas a dejar atrás la cultura de dietas y a construir una relación más sana y libre con ellas mismas.
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