La relación es la clave de nuestro crecimiento como personas. Sin relación no hay evolución personal. Sin el conflicto con el otro, sin los espejos que nos ponen los demás, no podemos vernos.

Nos vemos a través de la relación con el otro y evolucionamos en función de los aprendizajes que obtenemos de esas relaciones.

A veces estas relaciones son muy complicadas y nos llevan a situaciones verdaderamente difíciles de gestionar. No siempre nuestro aprendizaje estará en quedarnos en la relación y crecer a base de palos y más palos.

En ocasiones nuestro aprendizaje tiene que ver con ceder, rendirnos o bien alejarnos y poner distancia a ciertas personas.

Pero todo esto deberemos hacerlo con consciencia y no desde la evitación o la huida sino más bien desde nuestro autocuidado y lo más importante desde la detección de si esto es nuestro, o es del otro.

Las preguntas que nos pueden ayudar, ¿cuál es mi papel en este conflicto? ¿qué depende de mí? ¿qué responsabilidad tengo yo en este asunto? ¿cuál es mi desafío en esta situación? ¿qué necesito yo aprender de todo esto?, etc.

Una relación es un intercambio, supone encontrar el equilibrio entre lo que doy y lo que recibo.

Cuando se produce un desequilibrio es cuando debo de estar muy atento@ a si estoy dando más de lo que me corresponde y por tanto tirando de la relación, o bien no estoy dando lo que me corresponde y me encuentro generando deuda.

Encontrar el equilibrio también será un proceso en la relación, viviremos en una relación sana y saludable cuando ambas personas se ocupen de mantener, cuidar y proteger este equilibrio.

Pero vamos a ver qué sucede cuándo estoy inmers@ en una relación donde no solo, no siento equilibrio, si no que además me desgasta, me genera insatisfacción o sufrimiento, impacta en mi estado de ánimo, siento dependencia emocional, necesidad de aprobación por parte del otro, incluso me doy cuenta de mi falta de límites ante la otra persona…

Todo ello son algunos síntomas que me pueden hacer tomar consciencia de que estoy en una relación tóxica.

Quizás lo más claro es observarlo en las relaciones de pareja, pero no solo ahí podemos encontrar relaciones tóxicas, cualquier relación de amistad, familiar o incluso en el ámbito profesional (con tu jefe, con un compañero, con un colaborador, etc.).

Las relaciones tóxicas afectan a nuestro bienestar, impactan en nuestra vida y hacen daño a ambas partes.

Se suele hablar de que una parte es la “dominante” y la otra la “sumisa complaciente”, habitualmente la parte sumisa cree que la otra persona es imprescindible en su vida y tiene miedo a perder su aceptación, su aprobación o su cariño y posiblemente está dispuesta a hacer cualquier cosa para satisfacer a la otra parte aunque vaya en contra de sus valores, intereses o deseos.

Esta parte sumisa trata de evitar el “rechazo del otro”. Así mismo, la otra parte dominante utiliza el chantaje emocional, la manipulación, el enfado o el menosprecio para hacer sentir culpable al otro cuando no consigue lo que quiere, esta parte aporta muy poco a la relación, generando desigualdad y desequilibrio.

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Lo más importante que debemos tener en cuenta es que no existen personas tóxicas sino relaciones que se comunican y se relacionan de manera tóxica.

Y esto nos abre una puerta de posibilidades, ya que nos puede ayudar a observar el papel que estamos jugando en la relación. Para que una relación sea tóxica deben colaborar las dos partes y esto lo podemos observar de manera rápida en sus conversaciones.

Según el psicólogo John Gottman, que lleva más de 40 años investigando sobre las relaciones y los comportamientos que generan toxicidad, señala que las parejas que terminan separándose son aquellas que muestran comportamientos dañinos y entran en una espiral de emociones negativas y de autodestrucción, porque utilizan mecanismos de comunicación nocivos e ineficaces para resolver un problema o conflicto.

A estos mecanismos nocivos de comunicación, Gottman los llama los 4 jinetes del Apocalipsis (traído de la Biblia y que simbolizan: la conquista, la guerra, el hambre y la muerte) y en las relaciones actúan como señales de desgaste y fin de la relación.

Las 4 toxinas de la comunicación, las define de la siguiente manera:

1. La culpa o crítica destructiva

2. La postura defensiva

3. El desprecio o menosprecio

4. El aislamiento o amurallamiento

La culpa o crítica destructiva, la podemos observar en una relación cuando una de las partes ataca al otro en lugar de hablar de su comportamiento. En este ataque se culpa al otro. La crítica destructiva añade comentarios negativos (juicios) sobre la persona.

Por ejemplo: “Este informe está mal enfocado porque no has hecho un buen trabajo de investigación previo, está incompleto, carece de orden, tiene datos incorrectos.

Siempre estás muy despistado y nunca tienes foco. Además nunca he visto ningún interés ni compromiso por tu parte en que la situación mejore, nunca haces tu trabajo como corresponde no eres un buen ejemplo para el equipo”.

La postura defensiva consiste en que una de las partes se muestra con elevada sensibilidad a los comentarios o crítica del otro. Es una especie de contrataque.

Es normal y humano defenderse ante la crítica, pero no es una postura efectiva sino más bien dañina, ya que esta posición defensiva traslada completamente la responsabilidad al otro sin escuchar o hacerse cargo de lo que sí depende de él/ella.

Por ejemplo: “Siempre me echas la culpa de todo lo que pasa en esta oficina, no creo que sea el único que comete errores y además si yo me equivoco es porque los demás no me dan la información correcta.

Estoy en un departamento de personas mediocres, no es mi culpa que las cosas no salgan, estoy harto de que siempre esté yo en el punto de mira, siempre soy yo el que no hace bien las cosas…”

La siguiente toxina, el desprecio o menosprecio, podría ser el comportamiento más tóxico porque transmite repulsa y desdén. Consiste en adoptar una postura donde se utiliza el sarcasmo, subestima, cinismo, insulto e ironía.

El desprecio se alimenta de tener juicios y etiquetas muy negativas sobre el otro, posiblemente por conflictos que no se resolvieron en su momento y pudieron generar resentimiento y rencor.

Por ejemplo: “Ya estamos con tu falta de responsabilidad antes las cosas que haces, te lo he dicho muchas veces, aquí el único mediocre eres tú, irresponsable y falto de miras. Hace años que deberías haberte ido pero tienes miedo de salir de este caparazón porque sabes que no eres nadie sin este paraguas de empresa que soporta hasta el más inútil.

A ver si maduras un poco, estoy cansado de tus niñerías y de ese infantilismo que tienes, crece y hazte un hombre de una vez, a ver si ahora lo consigues…”

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Y la última toxina, es el aislamiento o amurallamiento. Esta postura en la conversación incluye cortar la comunicación con la otra persona, permanece el silencio mientras el otro habla, supone un rechazo a establecer un diálogo sobre lo que ha pasado o bien retirarse de la conversación o incluso ser falsamente agradable cuando en realidad no lo está sintiendo.

A veces, cuando la otra persona se muestra a través de una de las toxinas anteriores esta persona que utiliza el aislamiento se desconecta y esto todavía causa mayor tensión en la relación porque no se puede resolver, avanzar… no se pueden hablar las cosas.

Por ejemplo: “Te das cuenta de que cuando te digo las cosas, no me respondes, te vas, tratas de cambiar de tema o bien me miras como si no pasara nada… no puedo más, no puedo con tu actitud…” / “Bueno veo lo que me dices, pero ahora no tengo nada más que decir, ¿podemos dejar esta conversación ahora? quizás en otro momento sea mejor, ahora te veo muy enfadada…” “Vamos a dejar que pase el tiempo, las cosas cuando las dejas se solucionan solas…”

Y dicho todo esto cuáles son los antídotos que Gottman nos propone para gestionar la toxicidad en nuestras relaciones. En definitiva los antídotos son comportamientos que podremos utilizar en las conversaciones para librarnos de nuestras toxinas.

Si tu toxina más frecuente en tus conversaciones es la culpa y de la crítica destructiva, la recomendación es que te dirijas al comportamiento de la persona (utilizando hechos) sin atacar. Céntrate también en el cambio que quieres ver en el otro y no tanto en lo que no quieres.

De esta manera la persona puede entender mejor lo que se le pide o reclama. Por ejemplo: “Para el futuro pide una reunión con Marketing y cotejáis datos, puede que haya desviaciones, si lo habláis seguro que encontráis el error. Si te parece bien, yo puedo estar en una primera reunión con vosotros y vemos cómo avanzar.

Recuerda que eres una de las personas más veteranas en el departamento y muchos e fijan en ti, me gustaría que pudieras ser un referente para todos, me gustaría que encontraras algún momento durante el día para dar algún consejo a algún compañero, etc…”.

En cambio si tu toxina está más relacionada con ponerte a la defensiva y contratacar, en este sentido el antídoto que te puede ser útil es escuchar de manera activa lo que te dice la otra persona, utilizando la “regla del 2%” que significa que hay un 2% de verdad en el mensaje que te está dando la otra persona. ¿Qué 2% hay de verdad en lo que dice y qué depende de mí?

Por ejemplo: “Puede que me esté faltado cotejar datos y quizás no he revisado bien la información. Por otro lado, seguramente hablar con el otro departamento ayudaría a clarificar perspectivas…”

Cuando tu toxina sea el desprecio o menosprecio, debes tener una mirada hacia ti mismo y darte cuenta de la emoción que sientes ante la persona o ante la situación, recuerda que no eres responsable de lo que sientes pero sí eres responsable de lo que haces con lo que sientes.

Será importante que te hagas responsable de lo que te pasa a ti y empezar a cambiar tu lenguaje de una manera más respetuosa. Poniendo el foco en lo que necesitas, en lo que quieres y hablando o pidiendo en primera persona.

Por ejemplo: “Me molesta que día tras día tengamos estos fallos, en concreto cuando pasan esta cosas, soy yo el que recibo las quejas y enfados por varios departamentos. Me gustaría que entre todos encontráramos la manera de resolver estos errores para que no se volvieran a producir en el futuro. Por mi parte me siento enfadado con la situación y os agradecería saber qué más puedo hacer yo desde mi rol y situación…”

Y por último, cuando tu toxina es el aislamiento, responsabilízate de la parte que te toca en este asunto o conflicto. Si estás en esta relación y en esta situación es porque hay algo que tiene que ver contigo.

Seguramente tienes miedo a que todo se complique mucho más, quizás no veas de entrada ninguna solución, pero confía en que la conversación os puede ayudar a comprenderos y ver las cosas desde una nueva perspectiva.

Si por el contrario, es la otra persona quien se aisla, trata de generar un contexto y espacio seguro para poder hablar, cuida tus ataques, cuida tu manera de comunicarte, pregúntate, ¿qué puedo estar haciendo yo para provocar en el otro esta reacción de aislamiento?

Y con toda esta reflexión sobre la toxicidad en nuestra comunicación, ¿de qué te has dado cuenta? ¿qué toxina está más presente en tus conversaciones o en tu comunicación con los demás? ¿qué puedes hacer distinto a partir de ahora para comunicarte desde un lugar más saludable? ¿qué impacto tendrán estas acciones en tus relaciones? ¿qué posibilidades se abrirán ante ti?

Toma consciencia, acepta aquello que puede que sea tóxico o no tan útil en tus relaciones, hazte cargo de ello y ponte en marcha cambiando tus comportamientos.

Todo gran cambio empieza con pequeños pasos, sé tú ese cambio que te gustaría ver en los demás, no esperes a que sean ellos quienes tomen la iniciativa.

Responsabilízate y actúa, sé esa persona que quieres ser en este mundo. ¿Qué quieres que digan de ti? ¿Cómo quieres ser recordado? ¿Qué legado quieres dejar en este mundo?

Espero que te haya gustado este artículo y que te inspire para ser esa persona que quieres ser.

Nuria Carrasco

NURIA CARRASCO ROLDÁN

Es Coach PCC (coaching individual y de equipos), formadora y supervisora en el CEC.
Licenciada en Ciencias del Trabajo (Universidad de Alicante)
Máster en Dirección de RRHH (Universidad de Alicante).

Ha realizado estudios de especialización en Coaching Ejecutivo individual, Coaching de Equipos, Coaching Corporal, Mentoring y Supervisión, Cuerpo y Movimiento, Neurociencia y neuroliderazgo, etcétera. (Escuela Europea de Coaching, Newfield Network, Menslab, etc.).

Facilitadora del Programa de Certificación de Coaching.