Cuantas veces hemos oído dar por zanjada una conversación o incluso una discrepancia con la expresión “es que yo soy así”. Es mi carácter, soy de determinada manera. Como si se tratase de algo que no se pudiera cambiar y uno tuviera que acostumbrarse.
A veces incluso se trata de frases con respecto a terceros como si cargasen con algún tipo de cruz para toda la vida. El pobre es así. No lo hace a propósito.
Cuantas veces hemos sido nosotros los que hemos pronunciado esas palabras como si fueran la causa última de lo que esté pasando relacionalmente en ese momento. Con expresiones añadidas del tipo “es que no lo puedo evitar”.
Interesante la forma en la que nos miramos a nosotros mismos. Como algo terminado, hecho, cerrado, sin posibilidad de cambio en algunos de los aspectos de lo que llamamos personalidad. Decimos, tiene una personalidad muy fuerte.
O tiene un carácter insoportable. Como si la forma que tenemos de comportarnos fuera una concreta y determinada que nos viene de fábrica y no se pudiera modificar. “Es muy inquieto, ya tenía esto de pequeño”. De ahí la expresión que muchas veces oímos e incluso decimos. “Las personas no cambian”.
La realidad es que somos mucho más responsables de lo que hacemos y de cómo nos comportamos de lo que queremos reconocer. Las personas no solo son capaces de cambiar, sino que además es algo que están haciendo todo el tiempo. No somos así.
Nos hemos ido haciendo así y podemos hacernos de muchas otras formas. No sin precio, claro está y ahí radica la cuestión.
Lo que entendemos por personalidad, aquello de lo que hablamos como inamovible, es en realidad en parte una herencia genética, lo que llamamos temperamento. Y otra parte adquirida como adaptación al entorno. Aprendida con el fin de sobrevivir.
A la que llamamos carácter. Así, la mezcla entre temperamento y carácter daría la personalidad de cada uno. Si bien la semilla del temperamento es algo genético, esto no significa que no se puedan gestionar sus efectos en nosotros.
Tenemos mucha capacidad de gestionar nuestras emociones y por tanto nuestra forma de relacionarnos con los demás con independencia de la tendencia que nuestro temperamento encuentre más cómoda.
Existen cuatro temperamentos esenciales, ya definidos por Hipócrates aproximadamente 400 años antes de Cristo. El flemático, sanguíneo, colérico y melancólico. Cada uno supone una cierta tendencia en una dirección. Aún es un misterio porqué viene la cargar genética con esta inclinación.
El hecho es que nuestro organismo está diseñado para sobrevivir y no para ser feliz. La felicidad se interpreta como sana porque es estable y por tanto nos conecta con la ausencia de peligro, de enfermedad o malestar psicológico y con la sensación de un futuro favorable a nuestra permanencia.
Todo ser vivo tiene una tendencia a buscar el placer que se relaciona con esto y realiza un intercambio con el entorno buscando ese equilibrio entre búsqueda de felicidad, seguridad y ausencia de sufrimiento y ahorro de energía.
La información genética se sabe ya que trae información de nuestros bisabuelos en el sistema de origen y por tanto nos trae ya una cierta impronta, como una inercia consecuencia de la vida llevaba por ellos.
Como si el sistema hubiera aprendido a lo largo de las vidas que temperamentos (entre otra mucha información) fueron adecuados o funcionaron bien y cuales no y quizá por ello ahora venimos con esas herramientas ya incorporadas, aunque claro, nuestro destino es muy diferente al de nuestros abuelos y nuestro mundo también, con lo que tampoco las herramientas al final son necesariamente las idóneas.
Partiendo de esa base, el resto de la personalidad aportada por el carácter es aprendido.
En esa búsqueda de supervivencia, ahorro de energía, evitar el sufrimiento y tendencia al placer, los bebés, niños y niñas, interactúan con su entorno buscando ser cuidados, ser atendidos, sentirse amados como referencia de seguridad y de formar parte.
Pertenecer. Tener un lugar. Y ahí, surge el carácter, o comportamiento destinado a ofrecer al mundo una forma de actuar que me de ese lugar.
Yo NO soy así. Yo me he fabricado así para no sufrir.
Todos a lo largo de nuestro desarrollo en la infancia, hemos sufrido un impacto emocional muy relevante como consecuencia del coche que supone nacer en un mundo que no solo no te necesita, sino que además te exige que te esfuerces si deseas tener un lugar.
Este impacto emocional es lo que llamamos la herida primal y suele ser de tal envergadura en el niño o niña, que desarrollamos una estructura de defensa, un estado compensatorio de comportamiento que busca asegurarnos de no volver pasar ni mínimamente cerca de la posibilidad de repetir esos momentos de dolor.
La herida debe ser de cierta recurrencia. Todos los bebés y los niños y niñas, tiene capacidad para sostener situaciones de frustración o malestar más o menos puntuales. El daño emocional debe ser muy elevado para que impacte en el niño de forma puntual con la contundencia de un cambio de carácter.
Cuando esto se da, hablamos de situación traumática. Pero, el organismo en su búsqueda de supervivencia estable, es muy sabio, y ante una situación de estrés o sufrimiento continuada en el tiempo, tomará las medidas necesarias para adaptarse a esa situación y normalizarla asegurándose de crear un escenario sometido a las circunstancias pero sin conciencia de sufrimiento.
Un ejemplo es el bebé de menos de seis meses de edad, que llora para ser atendido por lo que denominamos la función madre, que es la función de cuidado del bebé en esos momentos del desarrollo y que puede ser llevada a cabo por la madre, el padre o cualquier otra figura.
Si en ese momento en el que el bebé llora, la persona que acude habitualmente a hacerse cargo de él, lo hace en medio de un estado emocional alterado negativamente, por ejemplo enfadada, con miedo, sufrimiento, angustia, tristeza… la ayuda, a pesar de ser diligente no contendrá el suficiente sustento emocional y el bebé lo notará.
Sentirá ese sentimiento de sufrimiento externo como si fuera interno, pues el bebé no sabe aún distinguir que es fuera y que es dentro. Esto hará que el bebé piense que algo terrible ocurre pues le embarga una emoción tensa y angustiosa que lo inunda y lo hace sufrir.
Si esta situación se repite de manera prolongada en el tiempo, el organismo del bebé empezará a buscar formas de combatir este sufrimiento.
Como el bebé no puede alejarse de esa persona que lo cuida o solicitar que lo cuide otra persona porque para él todo lo que existe es él y el entorno es parte de él, lo que el bebé, o más bien su organismo, detecta, es que cada vez que necesita algo y llora, después algo ocurre que llega el sufrimiento, como consecuencia de conectar emocionalmente con la figura cuidadora, aunque esto él no lo sabe distinguir aún.
El solo sabe que necesitar es igual a sufrir en una secuencia que ya ha sostenido y vivido muchas veces. EL organismo reacciona de una forma orgánica y natural y trata de reducir ese sufrimiento, pero como no puede actuar fuera, decide hacerlo dentro. Si sobre sufrir no puedo ejercer influencia, la ejerceré sobre la parte de necesitar.
Así que una solución es, si necesitar es sufrir, es mejor no necesitar nada, o lo menos posible. Así el organismo trabaja para reducir la capacidad de percepción de las propias necesidades. Claro que no puede reducir o eliminar necesidades básicas como comer, beber, etc… pero si puede tratar de reducir la demanda que en él provoca.
La persona tensa su cuerpo y lo vuelve rígido para que las emociones dejen de fluir con facilidad y así evitar sentirlas y sentir la incomodidad de tener una necesidad y no hacer nada por satisfacerla. Esta rigidez corporal hará que la persona a medida que crezca tenga una reducida interocepción y por tanto reducida conexión con sus necesidades o sus sentimientos.
Su organismo tomó una decisión para resolver una situación que se sintió como de peligro de tener una vida viable sin estrés y el resultado es que esta estrategia se fue consolidando, volviéndose una variante más sofisticada a medida que la persona crecía.
Finalmente, esto derivará en el carácter de esta persona que está disociada de su cuerpo, de sus emociones y necesidades y que ha desviado la energía a la cabeza, a pensar la vida e intelectualizarla, antes que vivirla.
Otro ejemplo es el niño o la niña de 3 a 5 años que observa como sus padres discuten o tienen problemas con las notas del colegio o el comportamiento de su hermana o hermano mayor.
Ante esta situación, sin que los padres tengan por qué exigir nada en concreto (si lo hicieran expresamente el resultado sería el mismo), el niño o niña decide no dar problemas y encontrar un lugar donde sus padres lo amen.
Ese lugar por deducción es comportarse bien, no dar problemas, ser un niño o una niña buena, sacar buenas notas, etc… ocupar el lugar opuesto al de su hermano o hermana. Pero esto es un problema para este niño o niña, porque esto supone hacer lo que siente que los padres desean que haga y no hacer lo que a ella le nazca genuinamente que igual es más jugar que estudiar, por ejemplo.
Se abre así de nuevo un escenario de sufrimiento en el que el niño siente que, si hace lo que el padre o la madre indican, ellos lo amarán y él en cambio sufrirá por no satisfacer sus necesidades propias.
En cambio, si se inclina por hacer lo que le surge de forma natural y satisfacer sus necesidades, siente, aunque no le hayan dicho nada, que sus padres no lo amarán y generará en ellos la misma reacción que ve se produce con su hermana o hermano.
Ante este hecho el niño o la niña, o más bien su organismo, toma una decisión de desconectarse de las propias necesidades, de nuevo reducción la conexión con el propio cuerpo. Y sustituye esas necesidades por una elección ahora sin conflicto por cumplir las necesidades de sus padres, que él cree que demandan y que a partir de ahora considerará como las suyas propias.
De adulto, este niño o niña necesitará hacer las cosas perfectas, asumir retos y desafíos y tendrá unos niveles elevados de autoexigencia ya que, de alguna forma, cree que esos retos y logros son lo que realmente desea y le hacen feliz.
Claro que todo ello lo hará buscando el amor de sus padres, en este caso, en el reconocimiento de sus superiores o de sus amigos y parejas. Sin ese reconocimiento, la persona se sentirá perdida o desanimada a pesar del logro porque el logro no es más que un medio y no el fin.
Son estos dos ejemplos, dos casos en medio de cientos de casos diferentes que van generando los diferentes personajes con los que afrontamos la vid los seres humanos.
Por lo tanto, no somos así. Esto no es el final del camino o un lugar donde solo nos queda la resignación de que los demás toleren o acepten nuestras reacciones automáticas o nosotros mismos tengamos que asumir las consecuencias de estas, cuando los demás decidan no aceptarlas ni tolerarlas.
Yo no soy así. Yo me comporto así. Y lo hago como consecuencia de una estrategia de adaptación al entorno que se ha vuelto crónica y funciona de forma autónoma sin mi consentimiento.
Yo no soy un comportamiento automático en busca de una seguridad emocional que sucede como reacción ante todo lo que me acerca a situaciones que considero capaces de hacerme sufrir o que me obligan a cuestionarme aquello que siento que me mantiene a salvo. Yo no soy eso.
Yo no soy la inercia sin conciencia que hace que mis reacciones me perjudiquen a mí además de a las personas que me rodean. Que mis decisiones no sean las más adecuadas porque no me doy permiso a tomar las correctas.
Que mis pensamientos no me dejen dormir o que mi vida sea un lugar sin riesgo porque no me doy permiso a otra cosa o al revés sea un lugar lleno de riesgos y aventuras porque no quiero sentir lo que veo en mi cuando me paro. Soy tan prisionero en la vida resignada como en la obligada vida loca que no quiere saber lo que realmente hay en el corazón.
Yo no soy así. Yo no soy mi mecanismo de defensa, aunque a veces me identifique con él. Yo no soy la inercia disociada en busca de asegurarme la aceptación de los demás y un lugar seguro en el grupo o en la comunidad.
Yo soy conciencia. Yo soy presencia y atención. Yo soy capaz de escucharme, de parar y de mirar. Y soy capaz de nombrar lo que hay sea bonito o feo, alegre o triste. Yo soy capaz de poner la conciencia en lo que hago y romper la inercia de mis automatismos. Solo tengo que reunir el coraje de estar dispuesto a cambiar.
Si vuelvo a decir, yo soy así, en realidad estoy diciendo, no voy a poner energía ni mi coraje al servicio de detener mis mecanismos automáticos y tú tendrás que aguantarte con ello como lo hago yo. Pero esto no es así.
No podemos enarbolar la bandera de la desconexión y pretender que eso es un acto de aceptación. Es en realidad una estrategia de mirar hacia otro lado. De negar la evidencia y un acto de falta de responsabilidad.
Si sigo diciendo que soy así y nada se puede hacer, me perderé a mí mismo en este laberinto que llamamos vida. Y además el mundo se perderá aquello, hermoso y auténtico que hay en el fondo de mi corazón, debajo de la coraza.
Ojalá que la próxima vez que vayas a pronunciar esas terribles palabras puedas recordar que no sabemos si el infierno existe o no más allá de la muerte. Pero que en esta vida si existe, es muy tangible y es el olvido de sí.
La desconexión de lo que deseamos y necesitamos realmente y la cárcel a la que nos sometemos al escondernos de por vida debajo de nuestras máscaras y armaduras.
Así que no, no soy así. En realidad, nunca lo he sido.
El eneagrama de la personalidad es un mapa de los personajes y las máscaras que nos creamos para sobrevivir y una estupenda herramienta para empezar a observarme y poner conciencia en mis actos y comportamientos, provocando una distancia cada vez mayor entre lo que soy y mi personaje hasta el punto de poder observarlo y poniendo conciencia tener la oportunidad de actuar diferente de una manera más genuina y acorde a lo que soy realmente.
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JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal.
Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT, en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.
Facilitador del curso Eneagrama de la personalidad.