Por Miriam Ortiz de Zárate
Cuando alguna de mis hijas me pregunta por algún escritor que no conozco bien, cogemos juntas la Tablet y entramos en ese balcón gigante que es Internet. Casi todo está allí, así que buscamos, buceamos y nos entretenemos dando respuesta a nuestras dudas sobre la vida y obra del susodicho/a. Bendita tecnología, que hace que ahora seamos un poco más humanos que antes. Ya no importa tanto memorizar fechas, obras, biografías… porque buena parte de nuestro conocimiento está ahí, a golpe de un enter. Lo que realmente importa ahora es el filtro de quién procesa y analiza esa información, en definitiva, las habilidades que ponemos en juego para abordar con éxito situaciones y conflictos de la vida. Afortunadamente el mercado laboral ya lo tiene claro: cada vez pesan más las actitudes y habilidades de la persona y menos unos conocimientos que se desactualizan y reclaman reciclaje constante en un mundo que va muy, muy rápido. Para muchos puestos y organizaciones importa más una actitud de formación continua que disponer de un máster. Porque la primera es una puerta abierta a muchos másteres y a mucho aprendizaje, mientras que el segundo es simplemente eso, un máster. El futuro se posiciona del lado de las actitudes y habilidades, y cada vez menos en el de los conocimientos.
¿Y qué sucede mientras tanto con el mundo educativo? ¿Se está dando respuesta a lo que demanda la vida real y el mercado laboral? El informe Pisa nos dice insistentemente que algo hay que cambiar en el sistema educativo español, porque nuestros niños y niñas no siempre saben aplicar la teoría que aprenden en el colegio a las situaciones que les rodean. Y la verdad es que no me sorprende nada, demasiado bien puntúan en Pisa teniendo en cuenta lo que reciben del sistema. Métodos educativos muy semejantes a los del Siglo XIX, lecciones magistrales, aulas y materiales de apoyo como los que yo tenía de pequeña… ¡pero si lo que decía la Institución Libre de Enseñanza, que ya tiene un siglo a las espaldas, sigue siendo el colmo de la innovación!
El futuro se posiciona del lado de las actitudes y habilidades, y cada vez menos en el de los conocimientos.
Estaremos todos de acuerdo en que el mundo del siglo XXI no tiene nada que ver con el del XIX. La sociedad se ha renovado y reinventado mil veces en los últimos ciento veinte años, y la educación tiene que ir pareja con los movimientos sociales e históricos. Y ni siquiera sirve como excusa la incorporación progresiva de la tecnología y el uso de Internet en las aulas. Porque aunque cierta, su uso es todavía muy escaso, casi residual, y está más centrado en las manera de acceder a la información que el contenido o en el propio proceso educativo. Mientras esas herramientas tecnológicas no profundicen hasta el mismo sustrato del sistema, modificando para siempre los sistemas educativos tradicionales, no podremos hablar de verdadera innovación.
No es de recibo que a estas alturas las asignaturas de primaria sigan siendo lengua, matemáticas, sociales, naturales e inglés. Si la sociedad reclama más habilidades y actitudes, alimentemos unas y otras en las aulas. ¿He dicho aulas? Prendamos fuego (metafórico, no se asusten) a los colegios y a las aulas y optemos por un nuevo modelo en el que los espacios no sean limitantes de nada, sino más bien un estímulo. Son ya unos cuantos los que están andando esta travesía y no parece que les vaya nada mal. Me refiero, entre otros, al nuevo proyecto que los Jesuitas llevan entre manos en tres centros de Cataluña.
El cambio exige voluntad, lo sé. Pero no solo voluntad política. Se nos llena la boca hablando del cortoplacismo de los sistemas educativos actuales, del desastre de la LOMCE, de las muchas leyes educativas en muy poco tiempo. Pero no podemos olvidar a las otras tres partes implicadas en esto de la educación, el profesorado y los padres y madres, y los propios alumnos, que también hemos de asomarnos al vértigo que da la ruptura para que las nuevas generaciones sean auténticos gestores de su historia. Si queremos niños y niñas que crezcan y se desarrollen en el entorno que les ha tocado vivir, démosles herramientas para ello.
Por Miriam Ortiz de Zárate, Socia directora del CEC
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