Si prestamos atención, podemos darnos cuenta en numerosas ocasiones de cómo, cuando hablamos de nosotros mismos, no lo hacemos en primera persona. La mayor parte de las veces, hablamos de lo que nos sucede en segunda persona del singular. Estamos narrando algo que nos sucede a nosotros y decimos expresiones del tipo:
«Estás en casa viendo una película y te llaman y te interrumpen y no sabes qué hacer, si coger el teléfono o no porque…”,
“Cuando tienes que hablar en público, te pones muy nervioso, es que solo de pensar en que tienes que salir al escenario se te seca la garganta y no te sale nada de la boca…”
“Te viene una persona muy pesada y te empieza a hablar y te sientes mal porque no sabes cortarle…”
Nos expresamos con este tipo de frases constantemente. Si intentáramos hacer lo mismo en formato escrito, nos resultaría incoherente y equívoco, sería difícil de leer. Sin embargo, en el lenguaje hablado que usamos cotidianamente, aparecen de manera habitual.
Lo que ocurre con esta forma de comunicarnos es que, de alguna manera, nos escondemos detrás de las palabras que decimos, eludiendo la responsabilidad completa de las frases y el mensaje que nosotros y nadie más ha creado y está transmitiendo.
Es una forma de no aparecer realmente en la conversación, de no implicarme, de dejar un espacio de ambigüedad o generalización para que no se me vea mostrarme de manera más profunda. En definitiva es una manera de ocultarme detrás de las formas en segunda persona para que el otro o los otros no puedan verme de manera evidente y así arriesgarme menos. Evitar conectar emocionalmente con mis propias palabras y evitar correr el riesgo de perder el control y transparentarme más “de lo debido”. En definitiva, protegerme de quedar a la intemperie y de que me puedan hacer año.
Sin embargo, esconderse detrás del propio discurso tiene sus efectos muy nocivos para nosotros. Si no nos hacemos responsables de lo que decimos, en cierto modo estamos “menos” presentes en la conversación, y como seres relacionales que somos, también menos presentes en el mundo. Esto nos acerca menos a los demás, nos diluye y nos deja fuera de la conexión que crea y desarrolla relaciones profundas con las personas que nos rodean.
Las personas construimos relaciones con lo que sucede en nuestro interior. Si alguien se relaciona con nosotros de manera superficial, nos resulta difícil, a partir de ahí, construir ningún lazo afectivo. Al hablarnos de sí mismo en segunda persona, sentimos una barrera entre nuestro interlocutor y nosotros. Ante una pared lisa no es posible interactuar, un escalador no puede comunicarse, ascender por esa pared. Necesita sus grietas, sus imperfecciones, para poder relacionarse con ella. Nosotros, los seres humanos nos relacionamos también ahí, en lo vulnerable, en lo aparentemente imperfecto, en nuestros miedos y en nuestras intimidades.
Hablar en primera persona supone dar un paso al frente. “A mí me pasa esto”. “Lo que yo siento con esto es…” Yo necesito, yo pido, yo siento, yo me hago responsable de lo mío y conecto con ello. Esto me permite ser más consciente de mis necesidades, emociones y pensamientos. Me hago cargo de mí y me conozco mejor. Estoy más conectado conmigo mismo.
Esto afectará a mis relaciones personales, a mis decisiones y mi capacidad de acción en la vida. Elimino barreras y me abro al mundo tal y como soy. Ocupo espacio, acepto las consecuencias, y a cambio me hago visible y por tanto los demás me ven y se ven obligados a considerarme. No pueden invadir mi espacio porque mi responsabilidad les muestra donde están los límites.
Cuando hablamos en primera persona, nos mostramos más seguros de lo que decimos y podemos estar más dispuestos a escuchar a los demás. En la medida en la que dejamos atrás las expresiones en segunda persona, nos limitamos a hablar de nosotros mismos sin pretender extender nuestra opinión más allá, como si también fuera la de los demás. Si yo digo lo que yo pienso, hay espacio para que tú digas lo que tú piensas. Yo ya no pretendo hablar en boca de todos para desaparecer en la globalidad y extender mis opiniones de manera manipulativa.
Yo soy yo y tú eres tú. Yo soy soberano de mi opinión y tú soberano de la tuya. Yo tomo conciencia y busco hablar de mí desde mí. Yo actúo, me hago responsable y acepto las consecuencias.
JOSE MANUEL SÁNCHEZ
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.