Puede que a veces no podamos escribir las páginas de nuestro destino,
pero siempre podemos reunir el coraje de afrontarlo.
Jose Manuel Sánchez
Cuando hablamos de tener esperanza ante algo o afirmamos como actitud ante la vida, “hay que tener esperanza”. ¿qué es lo que estamos haciendo en realidad? ¿Qué estamos esperando que suceda y cuál es nuestro papel en ello?
Al declarar «tengo esperanza«, estoy mirando hacia el futuro y ejerzo un tipo de confianza, la confianza teñida del color morado de la esperanza. La expectativa de que las cosas pueden mejorar, de que aún hay posibilidad de que las cosas vayan a salir “bien”.
Se trata de una mirada que espera la solución a algo que creemos que no podemos controlar o incluso que efectivamente no está bajo nuestro control. Sería como decir, “ya no hay nada que hacer, tan solo confiar, mantener la esperanza”.
Así, mantenemos la esperanza de que a nuestro hijo le salga un trabajo, o incluso a nosotros mismos. La esperanza de que un familiar salga adelante en una difícil intervención quirúrgica ante una situación grave, la esperanza de que alguien se recupere de una enfermedad, o de que le guste a esa persona que me atrae. La esperanza de que salga bien algo en la vida cuando parece que todo está perdido. La esperanza como actitud optimista ante la adversidad. La esperanza de que el mundo llegue algún día a ser un lugar mejor.
Mi intervención en esto no parece posible. Se trata de esperar que la solución a la adversidad venga de fuera, acuda en nuestra ayuda, la suerte o el destino cuide de nosotros. Se trata de una actitud, de una forma de mirar el mundo no derrotista, positiva y con fe que en aún existe la posibilidad de que la luz aparezca y la creencia de que esto es posible y la elección de escoger sostener la mirada en que ocurrirá.
Existe también otro tipo de confianza, la confianza que está teñida del color verde y que se acerca a la cualidad de la resiliencia. La confianza en los propios recursos ante la adversidad. La confianza en que ocurra lo que ocurra yo sabre afrontarlo. Sabré sostenerlo. Que si caigo ante los problemas, me levantaré de nuevo.
Así, apoyado en esta confianza, puedo reunir el coraje de arriesgar. Y si mi pareja me rompe el corazón, sé que podré recomponerme y algún día poder volver a amar. Si no me seleccionan para este puesto de trabajo, seguiré buscando con constancia hasta que consiga otro. Si suspendo un examen, me aplicaré estudiando para aprobarlo en un segundo intento, o en un tercero, en la confianza de que llegaré seguro donde deseo, aunque tarde más que otros.
Esta confianza me hace mirarme a mí, y encontrar la solución en mi interior. El exterior es deseable que sea favorecedor, pero no es el motor de la mirada. La mirada es desde mi sostén, desde mis fortalezas y mi capacidad para afrontar cualquier adversidad. La confianza en mi capacidad para ser resiliente.
No se trata de que no voya a pasar dificultades, o que no sufriré en el camino de la vida. Sin duda el dolor estará presente. Se trata de sentir la confianza de que ante ese dolor y dificultad, seré capaz de sostenerme, y de volver a levantarme si caigo, las veces que haga falta.
«La confianza morada de la esperanza no es incompatible con la confianza verde de la resiliencia. Tan solo no debemos confundirlas.»
Pero en la vida hay muchas cosas que están fuera de nuestro control. Realmente la mayor parte de las cosas. ¿Qué papel tiene la confianza verde en esto? El papel imprescindible de la mayor resiliencia que existe ante lo que no podemos controlar. La aceptación. La confianza de que tendré recursos para sostener y volver a actuar si depende de mí y es mi anhelo, y también la confianza en que sabre aceptar el destino cuando se presente y no haya margen de actuación.
Al final el deseo de que las cosas salgan bien, se arreglen o mejoren, está ahí. Es un anhelo que no es incompatible con la confianza de que, si no es así, al menos, yo estaré a la altura de las circunstancias, sosteniéndome con la entereza de sentirme capaz de afrontarlas o aceptarlas si ese es mi destino.
La confianza morada de la esperanza no es incompatible con la confianza verde de la resiliencia. Tan solo no debemos confundirlas, y ocultar nuestro abandono o renuncia bajo los morados mantos de la expectativa ante la adversidad, como estrategia de no actuación y de sentirnos puros y víctimas. La sabia diferencia entre “ya no puedo hacer más, solo queda confiar” y “elijo no hacer más y espero tener suerte”. Son dos actitudes muy diferentes que debemos asumir como adultos incorporando una mirada teñida de verde. “ya no puedo hacer más y confío en que salga bien y si no es así lo aceptaré” o “elijo no hacer más y me hago responsable de las consecuencias”.
Anhelar o desear algo, no es incompatible con ser responsable dependiendo de las circunstancias, de mi capacidad de acción o no, pero siempre asumiendo como el adulto que soy mi actitud ante el resultado.
Puede que a veces no podamos escribir las páginas de nuestro destino, pero siempre podemos reunir el coraje de afrontarlo.
José Manuel Sánchez
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC.. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal. Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.