Habitualmente entendemos por generosidad la capacidad de llevar a cabo acciones en beneficio de otros, a veces con esfuerzo y sacrificio y sin esperar compensación alguna. Todos podemos identificar grandes referentes históricos y también personas cercanas de nuestro entorno a las que otorgaríamos esta cualidad sin dudarlo.

Ahora bien, si miramos un poco más detenidamente, podemos entender que el ser humano tiene la necesidad de vivir en equilibrio. A nivel profundo, no soportamos estar en deuda con alguien, necesitamos compensar para que la relación recupere el equilibrio, porque deberle algo a alguien es, a fin de cuentas, estar incompleto, una carga que nos impide vivir de forma plena. Necesitamos recuperar la sensación de sentirnos válidos y con pleno derecho a habitar nuestra existencia, sin préstamos o deudas sin saldar. Y si por cualquier motivo no podemos compensar lo que recibimos, acabamos alejándonos, porque las relaciones que nos dejan en la descompensación nos agobian, son relaciones que se estancan y no crecen.

Siendo más conscientes de esta necesidad humana de compensar, el acto de generosidad ya no sería sólo el acto de la generosidad en dar, sino también el acto de la generosidad en recibir. Dejar espacio para recibir supone permitir al otro evitar el estado incómodo e inestable de la descompensación y permitirle alcanzar el necesario equilibrio.

Pero si todo ser humano necesita estar en equilibrio, ¿Cómo comprender los actos aparentemente generosos de las personas que dan sin permitir recibir o que dan sin necesidad de recibir? Hay un amplio abanico de situaciones.

En muchas ocasiones, encontramos que las personas que dan sin aparente necesidad de recibir, lo hacen porque sienten una carencia, se sienten descompensados y necesitados. Sin embargo, no se reconocen en esta carencia, que la mayoría de las veces es inconsciente y creen que la única manera de recibir el amor o la aceptación de los demás, es dándose y dando, sin límite. En su interior hay un anhelo profundo y esencial de recibir, pero son incapaces de pedir, viven en la expectativa de que recibirán algo de lo que anhelan a través de su “generosidad”, sin darse cuenta de que, con sus acciones, están generando el efecto contrario.

Dejar espacio para recibir supone permitir al otro evitar el estado incómodo e inestable de la descompensación y permitirle alcanzar el necesario equilibrio.

En otras ocasiones se trata de personas que sienten la misma descompensación pero a la inversa. Su guion de vida les hace sentir, de manera inconsciente, que la vida les ha dado de más, que han tenido suerte o incluso, que han recibido más de lo que merecían. Como consecuencia, o bien se sienten agradecidos y desean devolver parte de ello al mundo, o bien se sienten culpables y persiguen a través del dar “generoso” una forma de expiación. En muchas ocasiones, esta compensación es global; por ejemplo, una persona recibe una herencia inesperada de una amiga y posteriormente utiliza este dinero para ayudar a otro amigo. De alguna manera, la persona ha compensado con este gesto, pero ha generado un nuevo desequilibrio con este amigo, desequilibrio que él sentirá y que necesitará cubrir de alguna manera.

Podríamos pensar que esta cadena de descompensaciones nos puede llegar a impedir el ser generosos con alguien a quien queremos y necesita de nuestra ayuda, ya que dando algo a alguien que sabemos que no nos podrá devolver, estaremos condenándolo a la descompensación, pero esto no es exactamente así, porque esa persona puede reequilibrar simplemente con su sincero agradecimiento. Ahora bien, es importante que seamos realmente generosos y seamos capaces de dejar ese espacio para recibirlo y reconocerlo.

¿Y cuál es la relación entre la generosidad y el desequilibrio?

El desequilibrio en las relaciones personales tiene varias consecuencias. Cuando no se puede compensar y no hay espacio para el agradecimiento, la relación se deteriora y acaba muriendo, porque nadie soporta la descompensación permanente.

Lo que ocurre muchas veces es que el desequilibrio se convierte en una espiral positiva de equilibrio dinámico en el que el dar y el devolver se suceden de manera progresiva. Cuando yo doy algo, el otro puede devolver un poco más y así sucesivamente. De esta forma, la relación crece. Este es el caldo de cultivo de las relaciones que alimentamos y que nos enriquecen. Si en una relación nos dedicamos a compensar estrictamente lo que recibimos, la relación queda en paz y salvo un nuevo inicio, tiende a desaparecer. Quedar en paz es como decir, necesito no deberte nada ni que me debas nada… no hay interés en invertir en la relación. Devuelvo justo lo que considero que he recibido.

En otras ocasiones, nos encontramos con una espiral negativa de desequilibrio dinámico:  Si recibo un daño y busco el equilibrio devolviendo el daño y un poco más, el resultado es una escalada del conflicto. Aquí la generosidad interviene cuando la persona que ha ejercido el daño recibe otro daño de menor intensidad en compensación. En este caso, la espiral negativa se detiene y es posible invertir poco a poco su polaridad y reparar la relación., porque cuando ejercemos una ofensa o hacemos daño, es necesaria una reparación. La generosidad no está en perdonar, porque así generamos una nueva descompensación. Si yo te perdono, tú quedas en deuda. Y si tú me pides perdón y yo no lo lo hago, yo quedo en deuda. La generosidad, en este caso, es favorecer la adecuada compensación que repare la relación y nos permita pasar página.

certificación coaching

¿QUIERES INFORMACIÓN?

Error: Formulario de contacto no encontrado.