Sobrevivir. Esta simple palabra marca nuestras vidas. Es lo que podríamos llamar un imperativo biológico. El instinto y la necesidad de sobrevivir.
En una sociedad avanzada como la nuestra, parecería que la supervivencia está de alguna forma garantizada. Pero esto no es así realmente. Todos sabemos que si no hacemos nada, absolutamente nada, para conseguir sustento económico, terminaríamos teniendo una vida precaria y quizá al borde de la no supervivencia.
Cuando hablamos de algo más sofisticado, considerando que las necesidades básicas se han cubierto, es decir, cuando hablamos de felicidad, de ser felices, de tener una vida plena, estamos hablando en realidad de tener dos seguridades, dos caminos cubiertos de manera sostenible.
La seguridad afectiva, tener amigos, pareja, familia, seres que te aprecian, amar y ser amados. Y la seguridad biológica. Tener salud y dinero suficiente como para sentir que hay una seguridad en la vida o en la calidad de vida que se desea.
Analizándolo en detalle, aunque desde un lugar algo más sofisticado, cuando hablamos de felicidad, estamos hablando de nuevo de seguridad básica, de supervivencia en cierto sentido.
Este imperativo inunda nuestra existencia, la marca y la condiciona, seamos conscientes o no. Pero ¿Quién o qué determina que sintamos estos dos grados de seguridad biológica y afectiva?
La respuesta es, los otros. Los demás. El grupo.
Sentirnos seguros afectivamente es, en realidad, la necesidad de formar parte de un grupo en el que podamos percibir que somos apreciados. Que tenemos un lugar. Y la seguridad biológica también se relaciona con el hecho de formar parte de algo más grande que me acoge, que me apoya y que me sustenta.
Vivimos en un mundo donde todo está interrelacionado y todo depende de todo. Se ha tenido que producir una compleja red de interacciones, acuerdos, organización y colaboración para que yo me tome un café por las mañanas con la facilidad con la que lo puedo hacer.
El café, las cucharillas para removerlo, el azúcar, si lo tomo con azúcar, o la sacarina y la leche que le pueda añadir, son parte de un enorme entramado de interconexión constante del que no siempre somos conscientes.
El Coaching Sistémico nos habla de cómo todo en el universo esta interconectado. Son sistemas y sistemas dentro de sistemas. Así tenemos en el interior de nuestro cuerpo varios sistemas, el sistema digestivo, el sistema nervioso, el sistema respiratorio, entre otros.
Además, como humanos formamos parte de múltiples sistemas. La comunidad de vecinos, las personas de la empresa donde trabajo, el grupo de amigos del instituto, mi sistema familiar actual de pareja y puede que hijos y también el sistema familiar del que soy hijo o sistema de origen. También por encima existen sistemas más amplios. El planeta tierra, el sistema solar, la vía láctea, etc…
Todo son sistemas. Sistemas que engloban a otros sistemas o que conviven en paralelo con otros sistemas.
Si tomamos al ser humano como unidad, nos damos cuenta de cómo, para sentir esa seguridad necesaria para ser feliz, necesitamos sentir que pertenecemos a algún sistema. Que en algún lugar somos aceptamos, apoyados, respetados, queridos y considerados como un miembro más de pleno derecho. En definitiva, estamos hablando de sentir pertenencia.
La pertenencia es el primer principio sistémico y supone para el ser humano una necesidad nuclear más allá de lo consciente. Es una necesidad básica que no podemos evitar tener. Incluso, la pertenencia llega a ser más importante que la supervivencia a corto plazo.
Es decir, las personas estamos dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de pertenecer a medio y largo plazo. Incluso arriesgar la vida.
¿Cómo es esto posible en una sociedad occidental como la nuestra?
Sencillamente porque nuestro cerebro es básicamente el mismo que el de nuestros antepasados, los primeros homo-sapiens hace cientos de miles de años.
En aquellos remotos orígenes de los tiempos, un individuo no tenía ninguna posibilidad de supervivencia si no pertenecía a una tribu o a un grupo. Sería algo similar a imaginar un cervatillo actual en medio de la sabana africana, pretendiendo sobrevivir por sí solo sin la protección de su rebaño.
¿Cuánto tiempo creéis que podría hacerlo? Un día, una semana, un mes, seis meses, … es evidente que tarde o temprano la suerte se le acabaría y sería devorado por los depredadores. Solo el grupo, el rebaño, puede otorgar una supervivencia a largo plazo en la sabana africana a un cervatillo.
Los humanos actuales hemos heredado esta carga en el cerebro reptiliano, una impronta de instinto de pertenencia, preverbal y la mayor parte de las veces inconsciente, que condiciona de manera absoluta nuestra vida, impidiéndonos actuar con libertad según nuestras auténticas necesidades.
En nuestro día a día, cumplimos con los criterios de pertenencia de múltiples sistemas. Se dice que el hombre moderno pertenece habitualmente a una media de 20 sistemas al mismo tiempo como mínimo.
Seguir sintiéndose partícipes de estos sistemas, obliga a responder a las expectativas que muchas veces sentimos que se nos demandan. Esto no es algo consciente en muchos casos y supone lo que en el campo de la sistémica denominamos lealtades invisibles.
Claudia, una directiva de una multinacional, no encuentra casa, y no acaba de conseguir que ninguna le gusta en el barrio de Salamanca de Madrid, uno de los barrios de mayor poder adquisitivo.
Y el motivo real, es una lealtad inconsciente al origen humilde de su familia y la falta de permiso que ella siente internamente a vivir en un lugar que sus padres nunca hubieran podido permitirse.
Roberto no estudió la carrera de arquitectura porque toda su familia eran médicos. Y hoy en día es un médico que sueña con edificios de hermosas formas y diseños.
Juan no pide una promoción en el trabajo porque en su sistema de origen no se pide. Solo se demuestra y después se espera a que a uno le ofrezcan las cosas. Y lleva años viendo como sus iguales consiguen los ascensos que él considera le deberían ofrecer a él.
Angela es jefa de un equipo que es muy desordenado, y por mucho que lo intenta no consigue que el equipo tome el orden que ella necesita. Angela desconoce que el equipo sigue siendo leal al anterior jefe y a su forma algo desordenada de hacer las cosas porque el equipo siente que fue despedido injustamente.
Todos podemos imaginar objetivos que deseamos y no estamos siendo capaces de alcanzar. Y la pregunta que podríamos hacernos es: ¿Qué permiso nos está faltando? ¿y quién sentimos que es el dueño de ese permiso?
Esto ocurre en relaciones de pareja, familiares y en todo tipo de equipos y relaciones profesionales.
Como coach sistémico ayudamos a arrojar luz en los sistemas y procesos de nuestros clientes y desvelar estas lealtades ocultas. Impulsamos a nuestros clientes a tomar sus permisos y ganar grados de libertad y a que, como adultos, se hagan responsables de lo que esto conlleva.
En realidad, crecer como adultos, supone arriesgarse a perder grados de pertenencia y abrazar responsablemente la libertad que hay al otro lado.
José Manuel Sánchez
José Manuel Sánchez es Socio Fundador del CEC. Su pasión es el coaching y el desarrollo humano en el ámbito profesional. Actualmente se dedica al desarrollo directivo y al coaching individual y grupal.
Es Coach PCC por la ICF, formado en coaching ejecutivo, coaching de equipos y coaching sistémico. Es terapeuta Gestalt y Transpersonal. Formado en el programa SAT, en Eneagrama y en Coaching Corporal por NewField. Ha realizado el programa PCI en In Copore y es facilitador de Seitai y de trabajo energético en el cuerpo. Es formador de meditación y Mindfulness e Instructor CCT del Compassion Institute.
Codirector del curso “Coaching Sistémico” en el CEC.